En la previa a las recientes elecciones parlamentarias de la UE (Unión Europea), las páginas del diario El País de Madrid aseveraban categóricamente que “el único pronóstico que tienen claro los analistas es que Bruselas (cede de la UE) se contagiará de la inestabilidad y volatilidad política que domina la mayoría de las capitales europeas”. Estas palabras premonitorias están reflejadas hoy con más nitidez en los titulares de los grandes diarios burgueses. “Voto disperso”, “Fatiga Institucional”, “Europa se tiñe de inestabilidad”, “Un imperio europeo en vías de colapso”, “May lamenta las elecciones «muy decepcionantes» de la UE mientras los votantes se vengan del Brexit”, “El monopolio del poder está roto”... Tal crudeza en las definiciones de este escenario, no la tienen siquiera ni los propios periódicos reformistas, ni los partidos de izquierda que -cegados por el electoralismo- solo ven la superficie de los hechos. Se obnubilan por el fenómeno y solo resaltan de los mismos sus aspectos superficiales como los únicos aspectos reales e importantes.
El principal problema para el capital monopolista no son las elecciones sino, cómo a pesar de ellas y de la democracia burguesa, la centralización política les permita impulsar sus planes de explotación y saqueos. Cómo -con engaño o sin engaño- sostienen su dominación de clase. En Europa este juego se precipita a un ritmo tan acelerado que ni los analistas más lúcidos se atreven a aventurar alguna conclusión. Gobiernos de derecha, socialdemócratas, verdes, progresistas, nacionalistas, despóticos, autárquicos, todo un mejunje de engaños que hoy se acumulan en el haber del cuestionamiento del movimiento de masas.
Ni con todo el poder de fuego de sus medios, las páginas de los diarios burgueses dudan en reflejar que la centralización es un escenario de crisis política e institucional sumamente agudo, que gravita pesadamente en la superestructura.
El hecho que ninguno lo exprese, deja a la luz que en todos estos titulares subyace que los resultados de estas parlamentarias europeas exponen que la profundidad de la crisis va más allá de los resultados electorales. No es que hay crisis porque los resultados electorales no fueron como querían las diversas expresiones del capital monopolista, sino porque en este escenario con estos resultados o con otros, no pueden esconder una situación política económica y social atravesada por un descontento generalizado que envuelve a todos los pueblos de Europa y que sin dudas tiene incidencia directa en la superestructura y en los planes de centralización política que aspira el gran capital para la continuidad de sus negocios.
Esa gran panacea que significa la Unión Europea, nació como un intento de centralización política, como un bloque monolítico del capital imperialista, que presumía de capitalismo bueno. Que mostraba al mundo su sentido común y su estilo de civilización, y que hizo enormes esfuerzos ideológicos por frenar toda ideología revolucionaria.
La misma contiene en su haber los dictados de las corporaciones monopolistas, sus negocios y sus disputas de intereses, que hoy han alcanzado tal grado de reacción, que ya han dejado de ser un bloque económico ejemplar para pasar a ser -a expensas de una enorme globalización y concentración mundial- una expresión de la putrefacción del sistema capitalista como tal.
Todo ello es lo que subyace en sus preocupaciones, que además están crudamente afectadas por los enfrentamientos y las demandas, por los cuestionamientos institucionales, por las abiertas luchas en los diversos países.
El BREXIT, los chalecos amarillos, las huelgas en Alemania, las luchas en Polonia, los enfrentamientos en España, el hartazgo de millones al ajuste en Portugal, en Grecia, en Holanda, la multiplicidad de movilizaciones y huelgas que surcan a toda Europa y que hunden en una crisis política a los propios gobiernos monopolistas y los negocios que ellos detentan en cada país.
Son estas condiciones de lucha de clases las que precipitan la profundidad de la crisis política y la incapacidad de centralización en la superestructura, que la propia burguesía advierte en sus análisis y que es impotente de contener.
La crisis de Europa tiene alcance mundial. También lo tiene la necesidad de profundizar la ingobernabilidad de los poderosos. Cuanto más agudicemos sus debilidades desde la acción revolucionaria, más y mejores condiciones habrá para avanzar en una lucha franca desde la clase obrera y el pueblo por la conquista de una sociedad socialista.