En reiteradas ocasiones se puede escuchar de los voceros del sistema capitalista frases como: “el mundo ha cambiado”; “no se puede seguir pensando como en los 70”; “hay que adaptarse a los cambios tecnológicos”; y un montón de etcéteras. Todas esas argumentaciones apuntan directamente a intentar sepultar la lucha de clases, decretar la “inmortalidad” del capitalismo y, fundamentalmente, avanzar sobre las conquistas y derechos del proletariado como condición, justamente, para que el sistema capitalista sobreviva.
Efectivamente, los ataques a las condiciones de trabajo y de vida contra el pueblo trabajador (aquí y en el mundo) vienen a confirmar que el capitalismo, sistema de producción estructuralmente en crisis, necesita de mayores condiciones de explotación del trabajo asalariado para poder mantenerse como tal. Eso viene a ratificar lo que el sistema intenta negar: que es el trabajo asalariado sobre el que se sostiene el capital, y no al revés.
En el ámbito del debate de ideas en el campo de la clase obrera y el pueblo estas ideas también influyen. También allí se escuchan frases hechas del tipo “el mundo ha cambiado” para, a partir de las mismas, fundamentar el enunciado de nuevas/viejas teorías que intentan reemplazar las luchas revolucionarias por luchas en las que la revolución no se niega pero, en el fondo, termina siendo un fin allá a lo lejos, muy lejos. Cuando no un fin totalmente imposible.
Se utilizan las experiencias que terminaron con la caída de la URSS y otros países del campo socialista para desalentar, estirar, disfrazar o negar la lucha por el poder para la clase obrera y el pueblo. Bajo el paraguas de lo que se hizo mal en dichas experiencias, se argumenta lo que se está haciendo mal en la actualidad.
La caída de la URSS no fue la caída de una experiencia socialista, sino la caída de una experiencia que a finales de la década del 20 del siglo pasado instauró el capitalismo de Estado como “vía” de construcción del socialismo. Esa concepción se expandió por el resto del mundo a través de los partidos comunistas que respondían sin chistar al stalinismo. Así se traducía en política con tácticas en las que el proletariado debía, sí o sí, establecer alianzas con las burguesías de los distintos países para “desarrollar” el capitalismo y de esa manera “sentar las bases” del socialismo. Lo que significaba en la práctica concreta que los proletarios debían renunciar a cualquier atisbo de independencia política e ideológica para “colaborar” con la burguesía, dejando así de lado todo legado marxista-leninista acerca del rol de la clase obrera como clase de vanguardia de todo el pueblo y como la única capaz de levantar un programa revolucionario para la toma del poder y el socialismo. De allí que participar de furgón de cola en “coaliciones” en las que la burguesía tenía la voz cantante y dominante se hizo costumbre para los partidos comunistas “oficiales”.
A partir de esa práctica, se construyó toda una teoría que sostenía (y sostiene) que es necesario “conquistar cuotas de poder “dentro del Estado burgués como condición para avanzar hacia el socialismo.
De esa forma, cualquier cambio político producto de la confrontación de las clases se le llama revolución cuando en realidad la primera condición para una revolución socialista es que el poder deje de estar en manos de la vieja clase dominante (la burguesía) y pase a poseerlo la nueva clase dominante (el proletariado en alianza con las demás capas explotadas y oprimidas) con un programa propio que exprese los intereses de los desposeídos. Y no precisamente para “ordenar” el Estado burgués, sino para destruirlo.
Por lo tanto cuando se nos dice “no hay que ser dogmáticos”, “no hay que ser esquemáticos”, respondemos que no hay peor dogma ni esquema que el repetir políticas que mostraron su fracaso y su inviabilidad para la construcción del socialismo.
Lo nuevo no pasa por hablar distinto y con fraseología supuestamente innovadora, o inventando definiciones nuevas de socialismo, cuando en la práctica se sostienen políticas que afirman que el socialismo puede triunfar desde arriba, administrando el Estado burgués, manteniendo incólumnes los cimientos de la dominación del capital: la propiedad de los medios de producción.
Lo viejo vestido de lo nuevo. Es lo que la burguesía siempre hace para mantenerse en el poder. Con la inestimable ayuda de los supuestos innovadores que son, en realidad, obedientes recicladores de la historia.