Todos sabemos que el 9 de julio de 1816, en Tucumán se declaró la independencia de la corona de España. Más de doscientos años han pasado de tal acontecimiento.
Hoy seguimos luchando por la independencia. Y mucha gente se pregunta, ¿se logró entonces en aquéllos años la independencia?
Por nuestra parte, la respuesta es sí. La independencia de la corona de España se logró concretar luego de varias décadas de lucha contra los españoles hasta la formación de la República.
Pero hoy seguimos agobiados con la imposición de una vida indigna, a pesar de que no existe corona o país que nos someta en forma directa. La dependencia que hoy sufrimos es otra distinta y, en consecuencia, la independencia que hoy anhelamos es otra diferente…
En la década de los setentas del siglo pasado levantábamos la bandera de la 2ª y definitiva independencia, porque en aquellos años, la clase obrera y el pueblo en general sufríamos el acoso de la dominación imperialista vía el sometimiento de los países industrializados contra los países “subdesarrollados”, tal como se calificaba a países como la Argentina.
Pero, como se dice comúnmente, ha pasado mucha agua por debajo del puente. Los monopolios han adquirido otra fisonomía modelada por la aparición del llamado proceso de globalización, que no es otra cosa que la eliminación de las fronteras mundiales bajo la férula del capital financiero internacional en donde los Estados nacionales a partir de esa imposición, son instrumentos de grandes grupos monopolistas que los utilizan para el desarrollo de sus negocios mundiales.
Así, los Estados nacionales han dejado de existir de hecho, aunque no, todavía, por derecho. Pero como se sabe, la contradicción entre lo hecho (fáctico) y lo legal se resuelve con la práctica social impuesta a la que, con el tiempo, se institucionaliza.
Por eso es que, en la actualidad, si bien las personas aún utilizamos “nacionalidades” para definir capitales e iniciativas de inversión, en realidad echamos manos a viejas categorías para intentar describir o entender las nuevas realidades a las que se somete el mundo.
Actualmente en nuestro país, pareciera que confrontaran dos propuestas políticas diferenciadas: una,liberal, de apertura ilimitada con el mundo para insertarnos en el mercado mundial en donde los capitales se invierten libremente en cualquier territorio, hacen negocios, se afianzan y echan raíces o circulan, transitan y se van en busca de mejores ganancias hacia otros destinos. La otra, que se autodefine como “nacional y popular”, con un contenido de supuesta defensa de la producción nacional y de independencia del capital financiero transnacional.
Ambas son mentirosas y mezcladas entre sí, porque en realidad no son propuestas diferenciadas en esencia, y sólo son viejos y reiterados títulos con los cuales se quiere enfrentar, a fuerza de engaño, la lucha de clases de los sectores obreros y populares que no están dispuestos a sufrir las consecuencias de los negocios de la burguesía monopolista a costa de la decadencia de sus medios de vida. Tanto los “liberales” como los “populistas” echan mano a una u otra “doctrina” según conveniencia, y esto lo hacen sin prejuicio alguno. Por eso, los representantes políticos de uno y otro lado, se pasan y traspasan de un partido a otro, de un gobierno a otro y de un gabinete a otro, sin ningún tipo de pudor.
Aquellos quienes nos hablan, como el actual gobierno de Macri, del liberalismo y la inserción en los mercados internacionales, de la modernidad, etc., no dudan, cuando conviene a los supremos intereses de la concentración capitalista,poner trabas en el manejo del dinero proveniente de las diversas rentas (salarios, alquileres y ganancias), mediante la obligación de la bancarización, obligando a cada individuo a declarar no sólo de dónde obtuvo el dinero existente en su cuenta, sino también en qué y cómo la gasta. Con ello, nos recuerdan que el dinero de nuestro salario, por ejemplo, les pertenece en verdad a ellos ya que no podemos disponerlo en la forma, cantidad y ocasión en que queramos. O sea, liberalismo de palabra y dictadura descarada en los hechos. Lo mismo hacen con las paritarias “libres” a las que descaradamente imponen techos, y así podríamos seguir ejemplificando, como el vaciamiento de la ANSES, el otorgamiento de subsidios a los monopolios, la reducción de recursos para vivienda, salud, educación, etc.
A este sector se le achaca, además, la deuda contraída con el FMI, su vocación servil con Estado Unidos, entre otras cosas.
Los que proponen el gobierno nacional y popular, por su lado, han abierto negocios transnacionales para la extracción de petróleo, gas, minería, bases militares de China, oposición categórica al 82% a jubilados, endeudamiento con capitales transnacionales mediante la emisión de bonos “soberanos”. También han fijado techos a las paritarias, han impuesto corralitos para el manejo de las diversas rentas, etc.
Ambos han sostenido la dependencia de los esfuerzos de las masas laboriosas del país, al sostenimiento del sistema de obligatoriedad de trabajo, por parte del proletariado, para beneficio de la burguesía. Nuestra dependencia es que toda la vida deberemos trabajar para los burgueses y depender de sus decisiones. Masas de millones de personas para beneficio de unos pocos.
La independencia por la que nos toca luchar hoy, no es una independencia nacional de algún país determinado. Es, por el contrario, la independencia de la clase obrera y de los sectores laboriosos del pueblo del sometimiento del capital transnacional cualquiera sea la bandera con la que se presente, pues hasta esa bandera es mentirosa desde que las sociedades son anónimas. Y ésa independencia, sólo puede ser lograda mediante la tarea revolucionaria del proletariado y el pueblo contra la oligarquía financiera que nos gobierna, sea que se presente como liberal o nacional y popular, sea que se presente con algún otro sello, pues la versatilidad que tiene la clase dominante para sostener sus negocios y modo de vida, encuentra su límite en la combatividad del proletariado en unidad con el pueblo para ponerle freno y lograr vencerla.