Bajo el título “Pese al lobby agrícola francés, habrá vía libre para la exportación de transgénicos y se avalará el uso del glifosato”, el diario digital IProfesional de fecha 15-07-2019, publica un artículo en el que se expone que el gobierno francés terminaría autorizando la importación de productos agropecuarios provenientes del MERCOSUR en virtud de la futura implementación del acuerdo UE-MERCOSUR.
En nota publicada en esta misma página en fecha 02-07-2019 se escribía: “También en Europa, la concentración en la producción va a dar una nueva vuelta de tuerca. Un caso testimonial es el de los ganaderos franceses organizados en explotaciones familiares extensivas que producen pequeños ingresos y son fuertemente subsidiados por el gobierno, quienes se tendrán que enfrentar con la masividad de productos de los grandes frigoríficos que operan en el cono sur y constituyen verdaderas fábricas de carne.
Lo mismo va a pasar, seguramente, con la producción agraria ecológica destinada fundamentalmente al mercado interno francés y/o europeo, pues la gran producción industrial del agro en pos de la mayor ganancia, no admite cuidados ecológicos, como cualquier gran producción de las diversas ramas.
Así, los pueblos europeos, que aún no lo han hecho, van a ver cambiado su régimen alimentario que se subordinará, en todos los planos, a la gran producción industrial tal como ocurre en nuestros países, eliminando cualquier concepto ecológico que se erija como traba para la obtención de plusvalía y renta diferencial de la tierra.”
Es que el proceso imperialista mundial ha mutado desde la dominación de los países centrales sobre las colonias o dependientes, a la dominación del capital monopolista por sobre los Estados, modificando el mapa de la producción mundial y la dominación política.
Las desigualdades en el desarrollo capitalista que antes aparecían entre países centrales y países dominados ha devenido en profundización de las desigualdades de clase en todos los países. Los pueblos de los países centrales que recibían las migajas de la superexplotación a las que se sometían a los países “periféricos”, hace tiempo que vienen sufriendo el descenso de sus condiciones de vida que, al ritmo de la mundialización de la producción, con la baja consecuente de la masa salarial y de ingresos en general de la clase obrera y trabajadores, se les ha impuesto también a ellos, por obra y gracia de los monopolios que han entrecruzado fronteras, propiedades, supuestas banderas y ramas de la producción, en un gran banquete de especulación financiera y extrema superexplotación del proletariado y pueblos del mundo.
¿Quiere decir esto que la diferencia entre países tiende a desaparecer? No, de ninguna manera. Lo que decimos categóricamente es que el proceso de concentración y dominio de los monopolios sobre los Estados, ha llevado a la descarada y descarnada profundización de las diferencias entre las clases, tendiente a borrar supuestos “privilegios” de nacionalidad.
La competencia ha devenido en monopolio, pero el monopolio profundiza la competencia entre gigantes, elimina a los pequeños y somete a los pueblos a las peores condiciones. No existe posibilidad de dar marcha atrás. La gran producción industrial domina al mundo y no revierte a pequeña producción y a mejoras para los pueblos si no se quiebra el sistema y esto sólo depende de las luchas de masas decididas contra la explotación, las cuales se multiplican al mismo ritmo que tratan de silenciarse.
Ese proceso irreversible, intenta esconderse con un mensaje nacionalista que cobra distintos matices según la realidad político y social en donde la burguesía lo vocifere, apareciendo como “nacional y popular” o como “nacionalismo ultramontano”.
Desde uno y otro lado, se agita la bandera de la “defensa” nacional ante el embate del enemigo externo, mientras se anudan los negocios transnacionales que entregan todas las riquezas que se producen con el trabajo y sacrificio de la clase obrera y de los pueblos al capital imperialista hipotecando, a la vez, el futuro de varias generaciones. No es casual que el enemigo externo presentado como el más temible sea el inmigrante miserable que llega a los países buscando medios de vida para sobrevivir o el “terrorismo internacional” que no son, por supuesto, los dueños de los bancos, los monopolios que envenenan a los pueblos, ni los explotadores y generadores de pobreza y hambre, guerras y anexiones.
No hay defensa de lo “nacional” ni antiimperialismo sin una lucha decidida y profunda contra el capitalismo.
Ante esta situación, los intereses del proletariado mundial aparecen más nítidamente consustanciados entre sí. Cada vez se clarifica más que la clase obrera es una sola en el mundo y los pueblos tienen entre sí más intereses en común contra sus burguesías monopolistas, aunque éstas tengan un mismo documento de identidad nacional. Las luchas de los proletarios y pueblos del mundo cobran una nueva vigencia unitaria y empujan a las batallas de clase y solidaridad internacional contra la oligarquía financiera transnacional.
Pero, a la vez, reafirma y consolida la necesidad de que la lucha por la revolución socialista, liberadora de esas cadenas de explotación, se proyecte, se transite hoy y se realice en cada territorio nacional.