Hastiados como estamos de tanta podredumbre electoral, vale la pena detenernos a pensar -en serio- en lo que en verdad importa.
Hora, hora y media de viaje al trabajo, pésimas condiciones, nos pesa la rutina, la opresión, todo los días lo mismo; trabajamos muchas veces sin saber a dónde va lo que hacemos; turnos enfermizos, de 10 a 12 horas de nuestras vidas, sin posibilidad a nada. La plata no alcanza y vivimos alejados de los nuestros, todo el día. Y así, como si esto fuese normal.
En base a nuestro trabajo se construye y se amasa la fortuna colosal de la burguesía monopolista, señores, dueños y amos no sólo de la riqueza generada sino de nuestras vidas, de nuestros sentimientos más profundos.
No hemos nacido para servir al capital que nos esclaviza, no hemos nacido para que los sueños de progreso nos lo pisoteen cuando nos cierran establecimientos, nos despiden o simplemente nos paguen salarios de hambre o salarios que apenas nos permiten comer para tener energía para el día siguiente. No es justo, y a esta altura de los acontecimientos, se hace muy difícil convivir con tal presión.
Pensamos y vemos que a nuestros hijos les va a pasar lo mismo si las cosas no cambian, que aunque estudien no van a encontrar la felicidad de tener un futuro donde desplegar sus conocimientos, sus sabidurías, o lo que es más importante sus sueños.
Porque lo que está mal es el sistema capitalista, el que genera todas las instituciones que se encargan de explotarnos y oprimirnos; es muy cierto que el sistema necesita de gobiernos como los que tenemos, pero es el sistema el que los genera, el que los necesita cada vez más corruptos, más voraces, más impunes.
El sistema capitalista lleva más de cien años en nuestra patria, pero su nacimiento data de muchos siglos de dominación sobre la sociedad humana; y se ha transformado en un fenomenal freno para la sociedad humana. El capitalismo es mercancía, es rentabilidad, es negocio, y transformó al hombre en eso mismo, transformación que va a contrapelo del desarrollo humano. El capitalismo pasó a ser un freno al desarrollo del hombre, un freno a que las fuerzas de sus capacidades provoque cambios inusitados; el capitalismo, sistema de explotación del hombre por el hombre, es el responsable de todos nuestros dolores.
El capitalismo necesita crear las instituciones para sostenerse como sistema; de allí que el parlamento, el poder judicial, el poder ejecutivo, las fuerzas represivas, los sindicatos, los oficialistas y opositores, pregonan la defensa del sistema capitalista.
Eso es lo que los une en última instancia y en eso están de acuerdo.
Si hasta en esta campaña electoral los principales candidatos se han peleado por ver cuál es más capitalista… En el fondo, están los monopolios adueñándose de todas las instituciones para garantizar quedarse con la riqueza que la mayoría trabajadora de nuestro pueblo genera.
«No hay otra salida», nos dicen, pero para nosotros vale la pena intentar encontrarla, ya que por más de un siglo, el sistema fue incapaz de concretar los sueños de generaciones enteras.
Para sacarnos este peso de encima, de atraso, que frena al hombre, se necesita de una revolución que libere las fuerzas de la sociedad y comience a poner las cosas en su lugar.
Una revolución que tiene que destruir este Estado capitalista -que es de los monopolios- y construir un Estado de la clase obrera y de todo el pueblo. Un Estado revolucionario en manos de las mayorías que generan y distribuyen las riquezas, y que someta a las minorías parasitarias que llevan al hombre a la indignidad de la vida.
Eso es lo que queremos hacer, esos son nuestros ideales, que están muy lejos de ser idealismos. Le ponemos nombre y apellido a las causas que generan tanta impotencia ante tanto dolor y hablamos de quienes son los responsables, se disfracen de lo que se disfracen. No vamos con medias vueltas y es hacia eso que volcamos todo nuestro saber y entender. La revolución socialista es posible. Es así porque la gran mayoría de las personas que conformamos esta sociedad trabajamos a la altura de las sociedades más desarrolladas.
No es casual que en nuestro país se produzcan mercancías que van a todas partes del mundo con el sello de nuestra calidad laboral, administrativa y de investigación.
Somos una fuerza mayoritaria que producimos alimentos para el mundo, tenemos seres humanos desde los peones rurales, pasando por los obreros rurales, técnicos, ingenieros… capacitados para estas tareas.
No hay área que nuestro pueblo no domine. Las formas para producir son cada vez más sociales, cada vez más se concentra la economía y se centraliza el capital. Con todas estas base materiales podemos hacer una revolución que potencie las fuerzas productivas a niveles altamente desarrollados.
Pero cuando hablamos de la necesidad de una revolución en nuestro país, de tomar el poder por la clase obrera y el pueblo, estamos hablando de una revolución política.
No estamos hablando de mejorar lo que hay, aunque previo a la revolución, luchemos con todas las fuerzas para mejorar nuestra situación.
Para esa revolución política, una revolución de sueños y esperanzas sobre la base de fuerzas reales que ya existen, tenemos que seguir luchando como estamos haciendo y a la vez organizarnos políticamente por fuera de la institucionalidad burguesa, como clase trabajadora.
Los obreros, los trabajadores en general, todo el pueblo debemos ir profundizando en el pensamiento que la lucha tiene que tener el objetivo liberador del hombre, que vale la pena que nuestros hijos o nuestros padres vean en cada hombre y mujer de nuestro pueblo un rebelde contra este sistema de opresión.
Que sepa que está en sus manos y de las fuerzas políticas revolucionarias, poner de pie lo que está de cabeza, que la dignidad del ser humano ni espera ni se negocia.
Que la lucha revolucionaria sea una real salida ante tanta crisis política, social y cultural que padecemos, y que se convierta en el ideal de varias generaciones.