El sistema electoral, con su aparente representatividad y su mentiroso ensalzamiento con una democracia inexistente, está imbuido hasta la coronilla de la conducta de la burguesía monopolista.
Dicha conducta le rinde culto a la especulación y la incertidumbre, a los paradigmáticos negocios rápidos, a las ventajas monetarias, a los movimientos de la bolsa, al mercado mundial y a toda la comidilla de reacomodamientos especulativos derivados de las propias condiciones económicas y políticas que la lucha intermonopolista -a escala global- desenvuelve en estos momentos.
Por asentarse en la explotación del trabajo asalariado, en el saqueo a los pueblos y en la apropiación y la lucha por concentración de las riquezas generadas socialmente, o sea, por tener como sus únicos objetivos las ganancias, es netamente una clase que navega necesariamente en un caldo de exacerbación de las propias condiciones políticas y económicas del sistema capitalista para garantizar esas ganancias.
Pero no solo ello: el propio Estado a su servicio, esta también subsumido a estas premisas del capital monopolista que atentan y exponen ante las masas populares el carácter cada vez más reaccionario de toda su institucionalidad y su condición de clase.
El sistema electoral no está ajeno a todo ello y forma parte de todo el andamiaje de engaño y continuidad del capitalismo. Pero hay que decir también que, si bien camina por la misma senda reaccionaria que la propia burguesía monopolista exuda, lo hace también subordinado al movimiento y la incertidumbre que exponen estas condiciones, a la crisis estructural y a la desconfianza generalizada que se corresponde con una lucha de clases que no aparece aún con todo su peso pero, que está presente aun, con su aparente silencio.
En este escenario, la aparente representatividad y el mentiroso ensalzamiento con una democracia -que hace apenas cuatro años atrás llenaba las páginas de los diarios burgueses- hoy esta desgajado y hasta escindido de la llamada institucionalidad, tal como se presentaba en esa época.
Las elecciones actuales, producto de la profunda crisis del sistema, son un canto a la especulación. Es decir, adoptan como institución el mismo sentir ideológico que tiene en su conducta política la burguesía monopolista.
Su acción como clase ha corrido el velo de todos los significados políticos e institucionales y hasta románticos que alguna vez sostuvo -en función de glorificar una democracia inexistente- y ha desnudado y reducidos todos sus engaños a un mero juego de apuestas.
Donde oposición y oficialismo son idénticos, y solo se diferencian por los negocios que unos u otros están en condiciones de garantizar.
Los diarios burgueses lo exponen abiertamente cuando se hablan de porcentajes de votos y tasas de intereses, de respuestas del mercado, frente a las diferencias entre unas y otras fórmulas, cuando se especula con el escenario venidero, y en función de ello, adecuar sus negocios y apuestas. Es decir cuando se especula en función de seguir especulando.
Las elecciones burguesas siempre fueron una opereta, pero en las condiciones actuales esa opereta muestra tanta indiferencia y distancia de las necesidades de nuestro pueblo, que, hasta el hecho mismo de ser usadas como herramienta de castigo, aparece como un sinónimo de hartazgo a todo esto.
Por ello, cobra mayor relieve aun lo que con posterioridad a estas elecciones sepamos hacer con nuestras urgentes e inmediatas necesidades. O las reducimos -expectantes a que desde las alturas alguna vez las resuelvan- o las instalamos desde nuestra acción y movilización.