El viernes pasado en horas de la tarde, dos custodios del supermercado COTO de la sucursal ubicada en San Telmo, en la esquina de las calles Brasil y Perú, mataron a golpes a un anciano que –según dijo la empresa- había robado un aceite, un queso y un chocolate. La golpiza la iniciaron dentro del supermercado pero luego lo dejaron tirado a media cuadra, en la puerta de una casa de sanitarios ya cerrada por esas horas. El anciano ya había fallecido cuando llegó el SAME. Cuando se acercaron los vecinos identificaron al hombre y contaron que estaba enfermo: padecía Alzheimer, tenía 70 años.
El hecho trascendió más allá del barrio, porque de casualidad un fotógrafo que estaba en la zona retrató el momento en que personal de la Policía de la Ciudad rodeaba el cuerpo tendido en la calle. Los mismos que increparon al reportero para que no tomara fotos.
¿Qué decir de la salvajada de dos patovicas que hacen la “seguridad” en un supermercado golpeando a un hombre mayor? Que esa sanguinaria actitud no puede desligarse, se escuda en las políticas de “mano dura” fomentadas desde el Ministerio de Seguridad, con el miserable objetivo de conseguir algún voto extra.
Es cierto, este episodio podría tomarse como “uno más”. De hecho, vaya a saberse cuántas inhumanidades de estas u otras padece nuestro pueblo a diario y ni nos enteramos.
Pero es tan doloroso e indignante, que pinta de cuerpo entero todas las miserias e indignidades a las que nos somete este sistema y hacia el abismo a dónde están empujando a nuestra sociedad.
Un individuo que -como tantos- ve condicionada su vida por una enfermedad que cuando golpea requiere de atención y asistencia las 24 horas, virtualmente imposible de abordar desde las estructuras del PAMI o las Obras Sociales porque están colapsadas, y en donde los hogares o centros privados cuestan fortunas, con cuotas mensuales que van desde los $50.000 a los $100.000, según la zona y/o las prestaciones.
Donde un enorme porcentaje de nuestros abuelos cobran jubilaciones mínimas, paupérrimas, que apenas superan hoy los $10.000 por mes, en donde conseguir los remedios es casi una odisea, y ni qué hablar de las cuentas o los impuestos.
Donde a la gran mayoría de los jubilados se les hace imposible la vida si no cuentan con el apoyo de hijos y familiares, que a duras penas como todo el mundo, tratan de dar una mano humanitaria para su subsistencia. En donde algo tan básico como comprar alimentos se ha transformado en un viaje sin retorno y la góndola es un verdadero Aconcagua al que es imposible subir.
Así estamos, y cuando ocurren cosas como estas, que pueden aparecer como hechos “pequeños” frente a los “grandes temas nacionales”, la realidad nos da un golpe en la cara, una verdadera bofetada, y toda esa indignación que anida en nuestros corazones no puede más que explotar. El sistema capitalista, en donde las ganancias de unos pocos están por encima de cualquiera de nuestros problemas, en donde los negocios deben sostenerse cueste lo que cueste y el peor de los sometimientos cae sobre nuestras cabezas, es el verdadero responsable de calamidades como esta.
La perversa inhumanidad de este sistema no tiene retorno. Aunque traten de dibujárnosla como sea, como si fuésemos chicos de jardín infantes a los que se los puede convencer con un caramelo. No tiene retorno.
En nuestras manos está construir otro presente y otro futuro.
Saquémonos de encima a toda esta lacra burguesa que, disfrazada de “gobiernos”, para lo único que está llamada es a administrar los negocios del verdadero poder: los monopolios, verdaderos responsables de todas las penurias que nos aquejan.