En los últimos días las imágenes de los incendios en el Amazonas han recorrido el mundo. No se han juntado millonadas de euros para su rescate –que por otro lado, el dinero “poco” puede hacer ante la destrucción irreparable de la naturaleza-. Los “lideres” del mundo han silenciado hasta donde han podido la catástrofe ambiental, y el propio Bolsonaro, presidente de Brasil, salió a culpar directamente a las organizaciones ambientales declarando que la quema del Amazonas es una medida para desestabilizar el gobierno. Un gobierno que eliminó el 95% del presupuesto que el Ministerio de Medio Ambiente tenía destinado a la lucha contra el cambio climático.
Tan grandes han sido los focos de incendio en el Amazonas que, el día lunes pasado, la ciudad de Sao Paulo alrededor de las 15 hs. se vió completamente oscurecida por el humo proveniente de la selva. Y debemos decir que, si este tema ha salido a la luz con tanta fuerza en las redes sociales, es producto directo de la lucha de clases y la denuncia que han llevado adelante los pueblos de la región.
Los propios dichos de Bolsonaro lo único que han hecho es echarle más leña al fuego y hacer crecer el descontento y la movilización popular, no solo en las zonas afectadas directamente, sino también en las grandes urbes como Sao Paulo o Rio de Janeiro, donde las masas volvieron a volcarse a las calles.
Muy lejos de la accidentología, los incendios en el Amazonas son intencionales: la oligarquía financiera sale a quemar bosques para ganar terrenos y extender los cultivos de soja principalmente, y otras actividades tales como ganadería. Los incendios son una forma de apropiarse de recursos naturales para incrementar el beneficio capitalista a costa de la naturaleza.
Si bien este año, y a comparación con el año pasado, los focos de incendio han aumentado un 84% -lo que denota la impunidad y el autoritarismo con el cual la burguesía está desarrollando su dominación- empresas como Cargil o JBS llevan muchos años avanzando sobre el territorio de forma ilegal, destruyendo flora, fauna y culturas indígenas (existen 450 culturas diferentes, aproximadamente, viviendo en el Amazonas). La depredación que el sistema capitalista ejecuta sobre la naturaleza no es nueva, y atraviesa todos los colores políticos de la región en los últimos 30 años (donde la destrucción sobre la naturaleza se ha intensificado). La deforestación y los incendios intencionales en el Amazonas brasilero y boliviano –por más que le pese a los socialistas siglo XXI, defensores de los Lula y los Evo Morales- viene de larga data, y sigue la misma tendencia que la deforestación de las selvas más importantes en nuestro país, ubicadas en Chaco y Salta, donde tan solo entre el 2007 y el 2014 se han deforestado 5 millones de hectáreas, donde casi el 40% de la deforestación se realiza sobre bosques nativos.
Es decir que la destrucción permanente e indiscriminada en nuestro país supera con creces los incendios puntuales de estos días en el Amazonas, lo que desde ya no le quita gravedad al asunto, sino que en todo caso ¡el problema es todavía más profundo! Ni hablar de la masacre que implica la utilización de pesticidas y herbicidas (cómo el glifosato o el DDT) para producir soja transgénica, y las presiones actuales que realiza la burguesía para comenzar a producir trigo transgénico, lo que implicaría extender la contaminación del glifosato en la tierra y en el consumo humano (sí, pasaríamos a comer pan transgénico con restos de glifosato).
Esta destrucción silenciosa también se lleva a cabo en los océanos, donde se produce el 90% del oxígeno existente en la atmósfera y se vierten allí todos los ríos contaminados con metales pesados, basura y desechos cloacales. Tanto el calentamiento global (que al modificar la temperatura del agua disminuye la proliferación de flora y fauna marina) como la contaminación de las aguas por los desechos masivos de plásticos, verdaderas islas flotantes en el océano, van destruyendo en forma exponencial los componentes de la vida en nuestro planeta.
En el mismo hilo conductor debemos situar la destrucción operada por la megaminería a cielo abierto, donde en Brasil por ejemplo, la minera Vale tuvo dos derrames: uno en 2015 y otro en 2018, ambos en el Estado de Minas Gerais. En la Argentina, el desastre que está realizando la producción de hidrocarburos por métodos no convencionales (fracking) en Vaca Muerta está produciendo una destrucción de la tierra y una abrumadora contaminación de los suelos, desplazando la producción frutiortícola de la zona: las mejores manzanas del mundo desaparecen para cederle la tierra a la producción de hidrocarburos y la contaminación de naturaleza y humanidad.
El sistema capitalista, a través de sus ideólogos y organizaciones políticas, nos mete un contrabando terrible. En primera instancia porque nos hablan de la catástrofe del Amazonas como si se tratara de incendios “accidentales”, muy lejos de ello se trata de incendios generados para incrementar las ganancias del gran capital, haciendo uso del Estado para garantizar su impunidad y la represión a los pueblos. En segundo lugar, porque ocultan deliberadamente que la depredación de la naturaleza se ejecuta permanentemente, y no mediante determinadas “catástrofes” como ser incendios, derrames, etc. Y lo hacen así para ocultar también que la raíz, el origen de la depredación a la naturaleza no es “la naturaleza destructiva del ser humano” ni mucho menos, sino un sistema de producción determinado que coloca como centro de la escena la producción de mercancías, es decir, la producción para incrementar la ganancia, para valorizar al capital y no para realizar las necesidades humanas.
La producción es la forma en que la humanidad se relaciona directamente con la naturaleza. En las distintas formaciones económicas, los hombres se organizan para producir de una manera distinta –de acuerdo al grado de división del trabajo y desarrollo de las fuerzas productivas-. En estos distintos modos de producción las relaciones entre los hombres para producir, y la relación entre la humanidad y la naturaleza, adquiere distintas formas. El capitalismo es un sistema que coloca, en el centro de la escena, la producción por la producción; la producción para la obtención de ganancia individual; la producción para la autovalorización del capital. Poco importa qué se produzca y cómo se produzca, porque la esencia no es garantizar las necesidades de la humanidad, en íntima relación con la naturaleza. Para el capitalismo la naturaleza es simplemente el sustrato sobre el cual producir una mercancía para generar y acumular ganancia, y el medio ambiente es tan solo un proveedor de tales materias primas, por lo que tanto los trabajadores, como la naturaleza, son un medio para la maximización de ganancia. Si para obtener más ganancia es necesario destruir a la humanidad, explotando a los trabajadores, o destruir a la naturaleza, mediante la contaminación y la deforestación, para este sistema ¡da igual!
Ante los incendios del Amazonas, los representantes de la burguesía a nivel internacional se llenan la boca hablando de “solidaridad” mientras en la práctica se dedican a garantizar la depredación cotidiana de la naturaleza. Por su parte, los aparatos reformistas de la izquierda y el llamado progresismo, se limitan a plantear simples reformas en los marcos de este sistema (alguna que otra legislación que “en lo legal” le lave la cara al sistema) y el único enfrentamiento que proponen es llevar los reclamos a los parlamentos de la burguesía o realizar movilizaciones testimoniales (como la convocada el pasado viernes a las ¡16 hs. en la embajada de Brasil! ¡Si, a las 16 hs.!) pero para nada ponen en el centro de la escena el enfrentamiento directo a los grandes capitales monopólicos portadores de tal depredación. Un claro ejemplo es el ninguneo y aparateo de todos estos partidos reformistas (izquierda incluida) a las asambleas ambientalistas, donde nuestro pueblo se planta desde hace años para defender naturaleza y humanidad mediante metodologías que implementan la democracia directa y que no esperan la sesión especial de ningún parlamento para enfrentar al capital; metodologías de movilización y ejercicio del poder desde lo local y no desde los escaños de ningún parlamento.
La producción capitalista no puede dar respuesta, porque es la causa de todos estos problemas. La única forma de frenar tal depredación es realizar una revolución socialista, que elimine la economía de mercado, que elimine la producción capitalista, que elimine la producción para obtener ganancia y en su lugar instaure un sistema productivo donde se produzcan bienes de consumo, no mercancías; donde se produzca de acuerdo a las necesidades de la humanidad, y no de acuerdo a las necesidades del capital.
La única manera de volver a producir en armonía con la naturaleza es con una economía planificada que coloque en el centro de la escena de la producción social, no la realización de ganancia, sino la realización de nuestras necesidades y aspiraciones como seres humanos. Esa es la esencia del planteo de Marx y del humanismo del Che, tan tergiversado por todos los partidos del sistema.
Para poder desarrollar esa revolución, es necesario desarrollar una política revolucionaria, generalizar y organizar el ejercicio de la democracia directa y abandonar toda aspiración reformista de los partidos electorales, que nos llevan a marchas testimoniales y pretenden resolver estos grandes problemas a través de los parlamentos, que no son otra cosa más que instituciones de la burguesía.
¡La única forma de evitar la destrucción de la naturaleza, la extinción de las especies y la supervivencia de la humanidad, es con una Revolución Socialista!