El hundimiento de los salarios, producto de las devaluaciones constantes que no tienen techo, la galopante inflación, las altas tasas de interés, los ajustes y tarifazos, el saqueo y el despojo de jubilaciones y pensiones (que de la mano de la deuda externa y el pago al FMI), engrosan las arcas del capital financiero mundial a costa de un marcado y generalizado deterioro de las condiciones de trabajo y de vida de nuestro pueblo, quedan abiertamente expuestas en los niveles de pobreza, hambre, desocupación, incertidumbre, etc.
Tales son las consecuencias desastrosas para la vida de millones, que los monopolios han implementado en nombre de las llamadas reformas previsionales, fiscales y laborales. Ellas son el “combo” donde se amparan todos sus fundamentos, para viabilizar y justificar todas y cada una de las políticas del capital monopolista, que se expresan por medio de esos mecanismos y representan en su conjunto sus políticas como clase dominante.
Las mismas se aplican independientemente del gobierno de turno que esté en la administración del Estado. Todo ello se desenvuelve en el marco de la crisis estructural irreversible del propio sistema capitalista y se potencia a medida que estas políticas se extreman y exacerban las disputas por las ganancias, en las que intervienen las diversas facciones del capital monopolista.
Enfrascados en sostenerse en estas condiciones exacerbadas -que son las únicas con las que garantizan sus ganancias y por lo tanto las que están dispuestos a mantener- el gobierno de turno no hace más que profundizar el cuadro de inconsistencias, incertidumbre y anarquía como clase, no hacen más que agudizar la crisis al precipitar aún más el empeoramiento de las condiciones de vida de millones.
Las medidas anunciadas ayer en función de sostener los compromisos con el FMI, “reperfilando” el pago de deudas multimillonarias a costa de más devaluación e inflación, no hacen más que exponer tal situación.
No hacen más que hacer visible ante nuestro pueblo el desesperado interés de las diversas facciones de la oligarquía financiera, por garantizar sus ganancias presentes y futuras, condicionando a su vez la vida laboral y social de millones de compatriotas, mientras los FF se llaman a silencio y guardan un respeto ruin y cómplice por el oprobio que se sufre. Con lo cual, el combo mencionado arriba está más que justificado.
La crisis actual y sus estrepitosos efectos, si bien tienen anclaje en condiciones históricas y coyunturales, de ningún modo podrán ser evadidas por un futuro gobierno: serán parte indisoluble del mismo, por ser también expresión de la misma clase dominante. Servirán de justificación de sus políticas como representantes de los monopolios en el gobierno. Estarán ancladas en el miedo a la crisis, en el hecho de que las demandas populares deben “esperar para ordenar el desastre macrista y ello requiere tiempo” y por el “bien de la Nación” y “la paz” debe ser implementado “un gran acuerdo social”. Y por medio del mismo -que seguramente rubricarán los popes sindicales-, esos que traicionan a cada paso como bien sabe la clase obrera, intentarán atar a los trabajadores a sus planes de explotación.
Este mecanismo extorsivo es el que hoy baja desde las alturas. “No hagamos olas hoy, para no hacer holas mañana”, “no nos movilicemos hoy, porque también se agudiza la crisis mañana”, “no enfrentemos estos planes, aunque estemos muertos de hambre y llenos de furia hoy, porque se agudizan nuestros problemas mañana”, “no pongamos piedras en el camino a los futuros gobernantes que ellos saben que hacer”.
La gobernabilidad es la gran preocupación del poder porque, sin gobernabilidad no pueden sostener sus ganancias a costa nuestra -claro está- ni hoy, ni mañana. Tanto oposición y oficialismo, los Macri y los FF y demás partidos representantes de la burguesía monopolista, apuestan y operan a que aún a pesar de las durísimas condiciones a la que la crisis nos conduce, la solución pase por esperar el cambio de gobierno y con ello asegurarse nuevas y más profundas políticas de explotación y saqueo que garanticen sus ganancias.
Si la crisis es producto de las políticas del capital, la gobernabilidad también lo es, ambos son aspectos centrales de una política de clase que se desenvuelve frente a sus propios desastres como clase dominante.
La gobernabilidad intenta generar los anticuerpos, para contener la acción de los trabajadores y el pueblo, que somos los únicos que –movilizados- podemos frenar todo este ataque feroz a nuestras condiciones de vida.
Por lo tanto, la clase obrera apoyada en la movilización de nuestro pueblo debe implementar una política de clase, su política de clase, una política que exprese sus intereses, las conquistas, la organización y la acción independiente, la dignidad que históricamente supo ganar con la lucha.
Esa política -que es totalmente opuesta a toda la condición de opresión, de sometimiento de inhumanidad de la burguesía- es la única que expresa los intereses de la amplia mayoría de nuestro pueblo, es la única que puede golpear a la burguesía y debilitarla al extremo de derrotarla y barrerla como clase dominante. Es la única que permite avanzar seriamente a los cambios revolucionarios que es necesario implementar para construir una sociedad digna.
Esa política, esa acción, si quiere ser realmente transformadora, no puede esperar a octubre y menos aún estar sujeta a los caprichos del poder burgués. No les garanticemos la gobernabilidad. Vamos por lo que nos pertenece.