El sistema capitalista realiza una labor permanente para segmentar y dividir a los trabajadores y los sectores populares. Al proletariado industrial lo dividen mediante la segregación por distintos convenios colectivos de trabajo, distintos sindicatos, de planta, terciarizados, etc. Pero a su vez, dividen al pueblo trabajador entre trabajadores industriales y trabajadores de servicios no productivos (educación, salud, servicios públicos diversos, etc.) y por último entre trabajadores ocupados y desocupados.
Indudablemente, el papel que cumplen en la producción los distintos sectores del pueblo trabajador determinan en distinto grado el nivel de conciencia, capacidad de enfrentamiento y poder de fuego contra la burguesía para conquistar sus reclamos. Por ejemplo si los obreros detienen la producción de alguna autopartista de envergadura, automáticamente paralizan toda la cadena productiva del sector automotriz (que se extiende desde las metalúrgicas hasta las industrias de caucho y plástico), detienen el proceso de generación de valor y por lo tanto, con cada minuto de una huelga de esas características, la burguesía pierde millones de dólares. Detener la producción implica golpear económicamente en forma inmediata. Pero aparte, implica golpear a los verdaderos dueños del poder: la oligarquía financiera trasnacional.
Lo mismo sucede, en mayor o menor medida, con otros sectores que comúnmente englobamos como “servicios”, tales como el transporte o el suministro eléctrico: un cese de actividades en tales sectores implica inmediatamente un perjuicio directo a la producción industrial. Un paro de transporte, por ejemplo, impide que millones de trabajadores lleguen a sus puestos de producción.
Pero la producción capitalista no abarca solamente el trabajo industrial, que es donde se genera directamente el valor, sino que además debe hacer uso indirecto de otras tareas auxiliares para garantizar su reproducción como sistema, para garantizar las condiciones de existencia del sistema. No vamos a detenernos aquí a analizar todos estos sectores, eso es motivo de un trabajo más grande que estamos elaborando, pero sí en los últimos días hay dos sectores que han hecho mucho ruido político: los docentes en Chubut y los movimientos de desocupados (desocupación que ha crecido terriblemente los últimos años).
La educación, desde un punto de vista netamente económico en el capitalismo, es un gasto necesario del capital para garantizar la producción. En la escuela como tal no se genera valor porque no se producen mercancías y por tanto no existe acumulación de capital. Sin embargo, la educación en general es indispensable para poder poner a producir una fábrica. Primero, porque es un lugar donde dejar a los niños mientras padres y madres son explotados. Segundo, porque hace a la formación y disciplinamiento mínimo con el cual debe contar el pueblo trabajador para poder poner a funcionar una fábrica. Sin trabajadores asalariados educados y disciplinados para el trabajo, no existe producción industrial. Es una condición necesaria para que la rueda el sistema sigua girando.
Pero el hecho de que sea una necesidad en general para el capital, implica que una huelga docente no afecta necesaria y directamente la producción industrial, y por lo tanto, a la extracción de plusvalía. Así, la educación se manifiesta como necesaria para el capital, pero no indispensable como para frenar inmediatamente la circulación de mercancías.
La situación de los desocupados, desde ya, es mucho más calamitosa. La desocupación es parte inherente de este sistema: la introducción de nueva maquinaria y el aumento en la productividad del trabajo, en lugar de beneficiar a la humanidad, se manifiesta arrojando a la calle a millones de trabajadores. Estos trabajadores actúan, además, presionando sobre el ejército activo del proletariado forzando una tendencia a la disminución del salario. Dicho de otra manera: detrás de un puesto de trabajo hay muchos desocupados haciendo fila para integrarse a la producción. Esto sucede independientemente de la voluntad de un desocupado como individuo, se trata de una ley económica y poblacional del capitalismo, independiente de su voluntad.
Y aquí es donde nos queremos detener. Si tanto el docente como el desocupado no paralizan directamente el proceso productivo ¿cómo pueden golpear al capital? ¿Cómo pueden integrarse y reconocerse, además, como parte de una misma clase, la clase de los desposeídos, el proletariado?
Desde ya, la movilización general es un golpe político al sistema, porque sienta un camino de lucha contra el poder, agita las aguas y dinamiza la discusión y la lucha en todos los sectores de la sociedad. No da lo mismo que vastos sectores de la educación o de los movimientos sociales se movilicen o no se movilicen, todo confluye hacia el gran torrente de ganar las calles, cualquiera sea el momento histórico. Sin embargo, es necesario afinar algunas caracterizaciones con respecto a cómo golpear con mayor profundidad al capital para avanzar con mayor velocidad en nuestras conquistas.
Los sindicatos docentes, al igual que los grandes aparatos que dirigen a los movimientos de desocupados (con sus repulsivas prácticas mafiosas de “tomar lista” en las marchas), y todo el pensamiento reformista en general, tienden a alejar las movilizaciones y medidas de fuerza de las zonas industriales y del obrero industrial. Así, en lugar de involucrar a la comunidad educativa en la lucha salarial docente, ya sea mediante asambleas en la escuela entre padres, docentes y alumnos, o en movilizaciones barriales etc., los sindicatos se esfuerzan por movilizar hacia los centros comerciales de las distintas localidades donde la capacidad de movilización disminuye, porque se aleja del ámbito natural local de organización, pero además, se aleja todavía másde los centros de producción.
Visualizar los centros administrativos como el centro de presión no necesariamente golpea económicamente al sistema, puesto que los verdaderos centros de poder en la época del capital monopólico son las grandes industrias y los parques industriales.
Esto se termina instaurando como una práctica, donde independientemente de las intenciones, el concepto de “la marcha al centro de la ciudad” se termina generalizando y llevando muchas luchas al desgaste. ¿Esto quiere decir que nunca sirve movilizar “al centro”? ¡Para nada! Pero si se toma como una fórmula, como un dogma, donde ya no se golpea al poder, entonces deja de tener cualquier efecto importante. El terreno de enfrentamiento lo debemos elegir nosotros, donde somos más fuertes.
Experiencias extraordinarias ha desarrollando nuestro pueblo en este sentido, en donde la experiencia de los docentes de Chubut es realmente aleccionadora, porque directamente se plantearon golpear la producción industrial mediante los cortes de ruta para evitar el acceso a los pozos petroleros (y recientemente, el corte al acceso de Aluar).
Debemos prestarle una atención inmensa a este tipo de manifestaciones, porque habla de una tremenda elevación de la lucha económica a la lucha política. En primer lugar, porque cortar el acceso a las plantas industriales implica una plena comprensión del papel que cumple la gran industria y su identificación como los verdaderos dueños de la pelota. Y en segundo término, porque mediante ese tipo de medidas se lleva a cabo un proceso de identificación entre los docentes y los obreros (en este caso, petroleros) con respecto a su pertenencia a una misma clase: el proletariado. Por más que docentes y petroleros cumplan papeles muy diferentes en el circuito del capital, ambos son desposeídos que deben salir a vender su fuerza de trabajo por un salario, como única forma de subsistencia. Eso los identifica como clase. En el terreno concreto, esto implicó que los petroleros llegaran a sumarse a los cortes de ruta de los docentes para impedir la represión (y más adelante implicó que el sindicato envíe su patota, tanto para reprimir a los docentes como para realizar una muestra de poder e intimidación a la masa de petroleros que se sumaron a los cortes). Estos hechos conmocionaron al país, y llevó a su vez a que nuevos sectores de trabajadores industriales y ligados a la producción, como los camioneros, vayan a una huelga general en toda la provincia. En conjunto, todo el pueblo se terminó alineando tras la lucha docente, que dejó de ser netamente económica, para ser una lucha política de carácter nacional, y que por lo tanto, dejo de ser exclusiva de los docentes.
La unión entre el proletariado industrial y los sectores dinámicos del pueblo trabajador (estudiantes, docentes, trabajadores de la salud, desocupados, etc.) no puede ser una consigna de panfleto, debe necesariamente abordar metodologías que materialicen esa unidad y allí es donde debemos dar una vuelta de rosca, en una situación política, además, donde el proletariado industrial empieza a tallar fuerte –aunque incipiente- en la lucha de clases.
¡Cuánto poder de fuego podemos ganar si las movilizaciones que hoy se desarrollan las dirigimos también hacia el bloqueo de los parques industriales o las rutas de las barriadas bloqueando la circulación de mercancías e incorporando así a los obreros activos a los reclamos de estos sectores! Parece un planteo de otro planeta… ¡Sin embargo esa es la historia de los movimientos piqueteros en Cutral-Co, y la experiencia reciente de los docentes de Chubut!
La movilización de estos sectores dinámicos hacia el encuentro con el proletariado industrial tiene dos connotaciones centrales: por un lado, se manifiesta como la medida más efectiva para conquistar los reclamos porque ataca los verdaderos centros de poder, ataca directamente a la oligarquía financiera como enemigo de clase; y por otro lado, fortalece al proletariado industrial y lo ayuda a eliminar las falsas divisiones y a empezar a reconocerse como clase para sí, fortalece la conciencia y la correlación de fuerza concreta de los obreros al interior de las fábricas, avanzando en la unidad de clase en términos concretos y desde lo local; tejiendo nuevos y profundos lazos de unidad en la lucha.