Cuando los discursos de los llamados “representantes de la democracia”, los que hablan de “la patria de todos,” apelan a que el pueblo confíe en el Estado, cuando van en busca de acuerdos políticos con “representaciones sindicales burocráticas” para hacer “más viables” las reformas laborales, cuando al mismo tiempo desde sus despachos en el seno del Estado hablan de productividad, de horas de trabajo, de la reducción de costos y salarios, de amenazas y despidos, de limitaciones de las libertades políticas y hacen oídos sordos a las demandas urgentes de las masas trabajadoras, no hacen otra cosa que hacer efectivo el carácter y el contenido y de clase del Estado como el órgano de dominación de la burguesía monopolista.
Pero cuando además de todo ello, desde sus púlpitos llaman “a la paz social” a no movilizarse, a que nos quedemos en nuestras casas masticando bronca, e incluso con la desfachatez de un necio piden más esfuerzos a los trabajadores y al pueblo, mientras sigue su fiesta de ganancias extraordinarias en perjuicio de la amplia mayoría de nuestro pueblo, ahí sí apelan a la conciliación de clases.
Las palabras de Cristina Fernández en un discurso en la Universidad de La Matanza aclaran lo que decimos. «Nunca más se dejen engañar. El Estado no es Mongo Aurelio. No es alguien que les es ajeno. El Estado es alguien que se creó para que pueda ayudar a los más débiles frente a los más poderosos. Si no hubiera Estado, sería la ley de la Selva. El Estado y la Política, tan denostada, es el único instrumento que los menos favorecidos tienen para que alguien los defienda y represente. Que no abominen de eso. Esta es la gran enseñanza».
El sesgo demagógico es ya un sello de marca, pero, además viene con tono aleccionador: esto pasa por que votaron a Macri, nos quiere decir. Por ello apela a que no “abominen del Estado”. Es evidente que su política de conciliación es renovar la desvencijada imagen del Estado monopolista frente a las masas.
Lo central es que no sólo oculta el carácter de clase del Estado, sino que alude a él como una entidad abstracta, un ente que flota en las alturas. «No se olviden de ese alguien» nos dice. ¿Pero quién es ese alguien? Es el Estado… el mismo que viabiliza el despojo y empobrecimiento de millones.
¿Cómo va a ayudar a la inmensa mayoría perjudicada por sus políticas? En realidad, no lo va hacer, porque de ningún modo los monopolios van a rever sus planes, sus negocios, y sus ganancias. Menos aún en estas épocas de crisis mundial, de incertidumbre e inestabilidad.
Ese es el engaño y por ahí vienen los llamados a la conciliación. Las señales de gobernabilidad frente a las profundizaciones de los planes del capital monopolista deben ser claras por parte del nuevo gobierno y por ello tienen apoyo explícito del capital monopolista.
La apelación a la confianza en el Estado Burgués, es parte del engaño. Está inspirada en el ocultamiento a las onerosas condiciones de despojo y hambruna de nuestro pueblo que exponen al Estado como causa de todo ello. En el aspecto discursivo y cosmético, el engaño vendrá también acompañado de pan y circo ideológico, mezcla en el que el reformismo y el oportunismo jugarán su juego para contribuir a que el Estado de los monopolios no sea cuestionado por la lucha de clases.
«El Estado no podría surgir ni mantenerse, si fuera posible la conciliación de clases. El estado es un órgano de dominación de clase, un órgano de opresión de una clase por otra, es la creación del “orden” que legaliza y afianza esta opresión, amortiguando los choques entre las clases. (Lenin, en El Estado y la Revolución).
El Estado es producto de las contradicciones irreconciliables de las clases. No surge por la conciliación sino, por el enfrentamiento entre ellas. Esta verdad tan profunda es parte de la lucha ideológica que los revolucionarios debemos sostener con firmeza para avanzar con claridad y desde la acción con la clase obrera y el pueblo.
Sobre este punto central viene montado todo el contrabando ideológico del enemigo. Contrabando que está en función de paralizar la acción de la clase obrera para perpetuar la explotación y el sistema capitalista. Barrer con el capitalismo implica desde ya barrer con el Estado y constituir un Estado revolucionario basado en la apropiación social de la producción social.