Es recurrente que la burguesía monopolista (y por estos días, conocidos los índices oficiales de pobreza, más todavía) afirme que para terminar con la pobreza hay que generar más empleo.
Aquí vale hacer una referencia, podríamos decir, histórica. Durante décadas nuestro país se caracterizaba, en comparación con otros países de la región, por niveles de empleo y niveles salariales más altos. De allí que hasta popularmente se consideraba al “pobre” como aquel que no tenía un trabajo estable, al que vivía de changas. Se daba por sentado que quien tenía un trabajo estable no podía ser pobre. Esto era así dado que los ingresos de un trabajador (aun con mucho sacrificio) posibilitaban alimentarse, vestirse, curarse, educarse, comprar el terreno, construir la vivienda, irse de vacaciones. Eran épocas en los que niveles de pobreza llegaban apenas al 5/6 por ciento de la población.
Podríamos afirmar que esto fue así hasta mediados de los setenta. A partir de la instauración de la dictadura y luego en los sucesivos gobiernos democráticos, se consolidó una tendencia en la que un tercio de la población, siempre según las estadísticas oficiales, vivía en la pobreza.
Por lo tanto, eso de que teniendo un trabajo alcanzaba para dejar de ser pobre, es una rémora del pasado. Incluso cuando todavía ese “sentido común” se imponga en el discurso de los explotadores y, también, de los explotados.
Siempre según las estadísticas, en mayo de este año una familia tipo necesitaba un ingreso de 30.000 pesos para no caer en la pobreza. Por esos meses los mismos números oficiales marcaban que el 60% de la población ocupada tenía ingresos que no superaban los 20.000 pesos. Estamos hablando del mes de mayo, sin tener en cuenta el mazazo que significó para los ingresos la devaluación de agosto pasado.
Es así que está más que comprobado que hoy día, millones de asalariados que trabajan jornadas de hasta 12 horas, son pobres. La realidad marca que los niveles salariales ya no alcanzan para realizar lo que antes se podía lograr teniendo trabajo.
Esto pasa porque el propio proceso de concentración y centralización capitalista se aceleró en las últimas décadas, junto a la necesidad de la burguesía monopolista por achicar constantemente la masa salarial para atenuar la tendencia decreciente de la tasa de ganancia.
Es decir que por un lado la clase dominante afirma que más trabajo servirá para combatir la pobreza, cuando simultáneamente sus planes son que los salarios sean cada vez más bajos, precarizando las relaciones laborales para garantizarse mayores niveles de plusvalía, sea a través de la rebaja salarial lisa y llana y/o el aumento de la productividad.
Así como en otras épocas se agitaba la llegada de inversiones que generarían empleo, por estos días el caballito de batalla es que creando más trabajo se combatirá la pobreza.
Sus propios números lo desmienten.
Se trata de la contradicción antagónica del modo de producción capitalista. El desarrollo de las fuerzas productivas está trabado cada vez más agudamente por las relaciones de producción. Por lo tanto la principal fuerza productiva, que es el ser humano, es la afectada directa en esa situación, lo que desemboca en el aumento de los niveles de pobreza. Ya no sólo de los sectores más marginados de la sociedad; también de amplísimos sectores de la clase trabajadora.
La realidad actual, recordando una canción popular a la que nos permitimos cambiarle parte de la letra, es: “Soy pobre si no trabajo, y si trabajo soy pobre”.