Bajo el pomposo título de “Plan Argentina contra el hambre”, el candidato Alberto Fernández, intenta hacer una campaña de agitación populista basada en una mentira hartamente repetida por cualquier gobierno representante de la burguesía monopolista.
Aunque no se conoce (y no sabemos si alguna vez se dará a conocer) detalle alguno del “plan”, se han deslizado algunas ideas centrales del mismo basadas en “asegurar” alimentos a la población careciente y que pintan de pie a cabeza de lo que se trata.
La convocatoria a la iglesia, a algunas organizaciones sociales y empresarios, para “reperfilar” (término utilizado por el propio Fernández) los precios de los artículos de primera necesidad y elaborar los pasos del plan, se adivina en qué consistirá básicamente el mismo: una nueva limosna a los sectores más empobrecidos que ahora se diferenciará en el nombre de la recordada caja PAN, los planes Trabajar, las diversas ayudas alimentarias, etc. Todas, iniciativas sujetas al clientelismo punteril y patoteril de los militantes políticos, funcionarios y personajes que pululan en los distintos niveles gubernamentales de todos los signos que administran el Estado de los monopolios en sus diversos niveles.
Por supuesto que los recursos de la limosna serán sustraídos de los ingresos de los trabajadores a quienes se “pedirá” un nuevo sacrificio para dar una mano a los más necesitados. Ya se habla de que, para mantener estáticos los precios de los artículos que se asocien a dicho plan, los empresarios tendrán compensaciones, como disminución o exención de aportes patronales, etc., lo cual redunda en menores ingresos para los trabajadores.
Como siempre, quienes tienen que ocuparse de minimizar la pobreza que generan los empresarios monopolistas en complicidad con los funcionarios gubernamentales y el silencio comedido de los empresarios sindicales, somos lo trabajadores.
A nosotros nos “corresponde” según la lógica burguesa, atemperar la pobreza generada y profundizada por ellos, pagar las deudas estatales, sacrificar nuestros salarios para que haya más ocupación, abonar impuestos más altos y generalizados para contribuir a la disminución del déficit fiscal. De las ganancias empresarias, ni hablar… La lógica de la sociedad capitalista y del Estado burgués en su plenitud.
La corrupción burguesa y estatal (que involucra a todas las instituciones del sistema), no es sólo la que aflora cuando un funcionario es detectado con bolsos llenos de dinero o depósitos en paraísos fiscales o inmuebles y bienes adquiridos con los ingresos públicos. Tampoco es patrimonio de un solo gobierno. La más importante de todas las corrupciones que deja a millones viviendo muy por debajo de la línea de pobreza según las propias mediciones gubernamentales, son las políticas de acumulación de riquezas y capitales en manos de los grandes grupos monopolistas a los que, a través del Estado se les facilitan los mecanismos para lograrlo, en desmedro de las vidas y futuro de la población laboriosa.
La brutal transferencia de riquezas operada en el actual gobierno a través de los intereses que han alcanzado los 80%, los niveles de inflación con los que se devaluaron los salarios de todos los trabajadores del país, aumentando en la misma proporción las ganancias monopolistas, las devaluaciones del peso frente al dólar que acompañaron dicha inflación, la generalización de los impuestos, la disminución de las jubilaciones y pensiones, etc. son la causa de la pobreza e indigencia masivas. Y eso no se minimiza y, menos, se soluciona con dádivas ni limosnas. Al contrario, se empeora la situación de masas porque los recursos salen de los ingresos de los trabajadores y pueblo laborioso. Además, se preparan todos los mecanismos y engaños para la legalización de hecho y la continuidad impune de dichas medidas.
Claro que, a diferencia de la torpeza política del actual gobierno, para cubrir la maniobra, se armará el circo del “consenso social”, típico del populismo.
Cada vez más explícita la política continuista del previsible futuro presidente en sus puntos centrales (laboral, previsional y fiscal), nos muestra claramente que el rumbo necesario que deberán transitar la clase obrera y sectores populares, será la profundización y generalización de la lucha.
Sólo con masividad, con movilización permanente, con organización desde las bases superando todo control político y social institucional (incluyendo sindicatos patronales y las que sabemos que son organizaciones sociales truchas clientelares, con excepción de las verdaderas), con la práctica de la democracia directa conquistada por las avanzadas del movimiento de masas, podremos poner no sólo freno al aquelarre de las ganancias burguesas monopolistas, sino también ir trazando los surcos del camino de nuestra liberación como clase.
Este momento histórico es muy particular, estamos pasando de un proceso en que las organizaciones instituidas y los “representantes” políticos, sociales o gremiales en ellas decidían por nosotros, al momento histórico en el que los proletarios y sectores populares en movilización y lucha, debatiendo y decidiendo en sus propias asambleas y organizaciones con democracia directa, se convierten en artífices de su propio destino independiente de toda tutela.
Es un momento de parto, doloroso, sí, porque la clase obrera y sectores populares debemos asumir nuevas responsabilidades y conductas rompiendo con el tipo de vida que llevamos hasta aquí y con las instituciones perimidas de un Estado moribundo que todavía subsisten para ser remplazadas por las nuevas que vamos creando al calor de la lucha mientras parimos un nuevo proyecto revolucionario y ésa es la única garantía de conquista y de triunfo final. Algunos alumbramientos resonantes ya han comenzado a darse recientemente en Salta, Chaco, Chubut, sólo por nombrar algunos, y ésa es la cualidad de los nuevos tiempos.