Las dos industrias que han crecido enormemente en los últimos años son: la de granos y aceites, por un lado, y la de la carne, por el otro. Ambas, empujadas por las exportaciones a mercados tradicionales y particularmente hacia el reciente mercado de China que ha abierto sus puertas a dichos productos argentinos.
Por ejemplo, la producción de maíz que alcanzó los 36 millones de toneladas (según los registros oficiales) superó en 70% el último récord alcanzado anteriormente. Asimismo, la industria de la carne alcanzará una exportación de unas 600 mil toneladas que se venden a US$ 4.900 dólares cada una.
El presidente de la Cámara de la Industria y Comercio de la carne, Miguel Schiariti, en reportaje realizado por el periodista de la radio de Rosario Lt8 decía que espera que el próximo gobierno mantenga la política actual respecto de las exportaciones sosteniendo un dólar competitivo y que no incremente impuestos y/o retenciones, para que la industria de su sector siga con rumbo floreciente.
El periodista le preguntó cuál es el actual consumo per cápita de los argentinos, y él respondió que el mismo alcanza los 51 kg. anuales, ante lo cual el periodista inquirió cuál sería, a su juicio, la medida a tomar para que los argentinos elevaran el consumo cárnico bovino. Sin alterarse y con elocuente naturalidad (en verdad, cinismo), el empresario respondió que los trabajadores deberían lograr mejores salarios para aumentar el consumo y, agregó, eso tiene que ver con las variables de la macroeconomía. El periodista repreguntó, cómo se lograría tal cosa, y el empresario contestó que esa respuesta no la podía dar él, y que correspondía al Estado realizarla.
Las afirmaciones de este burgués no son un exabrupto ni se pueden calificar como particular del personaje. Expresan, más bien, el pensamiento de todos los miembros de la burguesía y, más precisamente, de la burguesía monopolista.
Traducido dicho pensamiento sería, “yo necesito un dólar alto para exportar, reducción de impuestos y retenciones, costos de producción bajos para poder comercializar con el exterior, lo demás es problema ajeno, y no me importa”.
Pero un dólar alto significa precios altos de todos los bienes del mercado interno, fundamentalmente los alimentos que es lo que consumen las grandes masas laboriosas; costos de producción bajo se logran bajando proporcionalmente los salarios; reducción de impuestos y retenciones significan menos recaudación estatal que teóricamente debería estar destinada a infraestructura, educación, salud, gastos sociales, etc.
Esta es la verdadera cara de la burguesía monopolista y, luego, cínicamente dice: los trabajadores deberán lograr mejores salarios.
Pero, a pesar de su arrogancia, el hombre dice la verdad y mete el dedo en la llaga del problema. Así como la burguesía vela por sus intereses, los trabajadores y el pueblo deben velar por los suyos. Los intereses de estos son opuestos a los intereses de los monopolios. No hay, tan siquiera, una mínima posibilidad de acuerdo ante el antagonismo de la ganancia y el salario. Entre una vida mejor y digna (reflejada en el ejemplo del consumo de carne) para los trabajadores y la reproducción ampliada de los capitales dueños de todo el Producto Interno Bruto del país, sólo hay disputa y enfrentamiento, a veces solapados y otras, abierto.
Con ello, queda en evidencia que los llamados del presidente electo a una gran concertación o pacto social son una mentira enorme que va contra los trabajadores y el pueblo laborioso. Los acordes corales de los sindicalistas empresarios Yasky y Daer afirmando que no se debe pedir aumento de salarios, son una bofetada a los trabajadores y no hacen más que confirmar que están al servicio de los monopolios y las políticas de engorde de ganancias que ejecutan los gobiernos de turno.
La incompatibilidad de intereses entre la burguesía monopolista por un lado, y los trabajadores y sectores populares por el otro, no hacen más que confirmar la necesidad de la profundización de la lucha contra el actual y próximo gobierno pro monopolistas, transitando el camino de la organización independiente de la tutela de las instituciones del Estado y el sindicalismo empresarial, enarbolando un proyecto revolucionario que nos libere definitivamente de esta lacra insaciablemente acaparadora de plusvalía y productora de pobreza popular.
Los próximos meses, serán demostrativos y esclarecedores sobre las medidas que en realidad tomará el gobierno burgués promonopolista de los Fernández. En términos políticos y sociales, tardará menor tiempo que el que se emplea en pestañar en que el discurso populista chocará con las medidas antipopulares que tomará. Seguramente, el efecto será la respuesta decidida de los trabajadores y sectores populares que reivindicarán su dignidad en todos los planos. Deberemos trabajar con tenacidad para que esa próxima fase se materialice con la presencia de las ideas revolucionarias y preparar las fuerzas que robustezcan y orienten en ese sentido la acción de masas.