Uno de los pilares del discurso progresista, base del sostén del gobierno entrante es la necesidad de reactivar una supuesta industria nacional. El mismo discurso, pero con un trueque de palabras, reproduce la inmensa mayoría de la izquierda argentina bajo el lema de “industrializar el país”, dando a entender que somos un país agrario.
Ese discurso de la izquierda demuestra el viento de cola que le hacen a la ideología burguesa y la tremenda falta de un análisis materialista del capitalismo en la Argentina. Desde el PRT pensamos todo lo contrario: nuestro país es de neto corte industrial y además el peso de la industria en nuestro país no está determinado por una burguesía nacional sino todo lo contrario, por grandes monopolios trasnacionales. A continuación presentamos algunos argumentos generales que sostienen nuestra posición, y que en el próximo período, donde la lucha ideológica en torno a este tema se recrudecerá, deberemos profundizar.
1º) En primer lugar debemos decir que la propiedad de los medios de producción se encuentra altamente concentrada en la oligarquía financiera trasnacional. Las famosas PyME’s están atadas a estas grandes empresas desde los proveedores hasta los circuitos de venta (con excepción de poquísimos nichos de producción para el mercado interno que no son de interés hoy en día para el gran capital). Debemos aclarar que, cuando las estadísticas del Observatorio PyME se refieren a la monopolización de circuitos de proveedores y clientes, se refieren a la concentración en un monopolio determinado. Así, cuando en las estadísticas de la burguesía se habla de “Concentración de las ventas en el principal cliente” o “Concentración de las compras en el principal proveedor” solo se refieren a la monopolización desde el punto de vista de la cantidad de empresas a las que una PyME se encuentra encadenada, y no dicen nada con respecto a la calidad de los proveedores y compradores. Cuando analizamos la calidad de proveedores y compradores (compradores que se sitúan siempre en el circuito de comercialización de las mercancías, como distribuidores mayoristas, supermercados, etc.) encontramos que todas estas empresas son grandes monopolios que condicionan de diversos modos a las PyME’s.
2º) Las PyME’s que realmente invierten están financiadas directamente por los bancos de las grandes empresas monopólicas mediante diversos mecanismos que, en definitiva, otorgan bajas tasas de interés a estas empresas a cambio de contratos de producción con precios que benefician a las empresas monopólicas, como en el caso de las autopartistas, la minería o la producción petrolera. En definitiva estas medianas empresas son capitales subsidiarios de las empresas trasnacionales porque quedan atadas a las condiciones impuestas por el gran capital. En el 2008, por ejemplo, quebraron la mayor parte de las autopartistas que no concertaron este tipo de contratos con las terminales automotrices ante las exigencias de éstas últimas de recambio de maquinaria por modernización y normalización de los estándares internacionales de producción. El último año, por ejemplo, vivimos una tremenda caída y cierre de pequeñas empresas por la crisis del mercado interno. Sin embargo, el último año la financiera Acindar Pymes duplico en dólares los valores negociados con respecto a 2018, otorgando créditos con una tasa de interés promedio un 20% menor a la de mercado de capitales, de los cuales el 36% de las garantías emitidas corresponden para sectores de industria y minería.
En la producción agropecuaria la concentración de capitales es aún mayor, las primeras 15 exportadoras concentran más del 96% de la exportación agraria, con la particularidad de que estas exportadoras son en realidad empresas que industrializan los granos (producción de aceites, proteínas, y demás productos industriales). Ni hablar que, para la producción agrícola, la venta de fertilizantes, agrotóxicos y semillas se encuentra altamente concentrada en empresas multinacionales de la talla de Bayer-Monsanto, Bunge, etc.
3º) La pequeña producción agraria es mínima en nuestro país, no somos un país campesino, de pequeños propietarios o arrendatarios, sino que la producción agropecuaria se encuentra concentrada también en éstos mismos grupos trasnacionales ya sea que posean directamente la tierra o bien que la arrienden en los famosos “pooles de siembra”.
4º) La producción para el propio consumo (la llamada economía natural) es prácticamente nula, todas las relaciones sociales se encuentran atravesadas por la economía de mercado, y además, dicha economía se encuentra monopolizada (en circuitos productivos y comerciales) por diversos grupos de capitales trasnacionales. El número de pequeños propietarios (pequeños burgueses) no solamente es pequeño, sino que además recorre un camino de franca desaparición, en un agudo proceso de proletarización de la sociedad.
5º) Estos monopolios trasnacionales utilizan los fondos del Estado para subsidiarse directamente la producción, ya sea mediante exenciones impositivas, sanciones de leyes que benefician a determinada rama industrial o subsidios directos a la producción (recordemos que llegaron a subsidiar directamente los salarios de los obreros automotrices).En esto entra el préstamo del FMI por ejemplo, cuyo objetivo es utilizar los fondos del Estado para hacer negocios vía organismos internacionales con los grandes capitales. El hecho de poder utilizar cuantiosos recursos del Estado para la timba financiera demuestra la existencia de una plétora de capital en el mercado interno (plétora que puede ser coyuntural o crónica, sobre lo cual no nos detendremos aquí, pero que al caso es lo mismo).
6º) La famosa disputa “industria vs. campo” es totalmente falsa. Es un error ya señalado por Marx plantear que la producción agropecuaria no es producción industrial cuando ésta se realiza en gran escala. El campo es una rama más de inversión del capital productivo, cuyo desarrollo industrial se cristaliza en la producción de capital constante para la producción agropecuaria (semillas, fertilizantes, agrotóxicos, maquinaria, etc) y en las diversas industrias de procesamiento de alimentos, donde no solo están los granos sino también lácteos, frutas, pescado, etc. A todo esto no estamos diciendo ni una palabra acerca de la minería, del petróleo, etc.
7º) En cuanto a la calidad tecnológica, en la producción agropecuaria somos un país con tecnología y desarrollo de punta a nivel mundial. Acaba de salir, por ejemplo, el trigo transgénico, un desarrollo realizado enteramente en nuestro país (y que nos contaminará hasta el pan de nuestras mesas). Pero además no hay que olvidar el principio básico que hace a la introducción de capital constante en el capitalismo, ya señalado por Marx en el tomo I de El Capital, que solo se introduce capital constante más productivo para desplazar obreros de la producción cuando la sustitución de obreros por máquinas redunda en un abaratamiento inicial de costos de producción. Dicho de otra manera, si introducir nueva maquinaria sale más barato que contratar más obreros (o que aumentarles el grado de explotación), entonces se introduce nueva maquinaria, ahora bien, si los salarios son muy bajos, dentro de determinados límites, se suplanta la implementación de nueva maquinaria por mayor contratación de obreros. De esa manera, la introducción de nueva maquinaria queda retrasada en los países de menores salarios, y aquellos países donde los salarios son mayores la tecnología de punta ingresa más rápido a la producción. Nótese que aquí el papel de la lucha de clases (coyuntural e histórica) resulta sumamente importante, así como las condiciones culturales de cada país en cuanto a los distintos grados de explotación general de los obreros y los distintos niveles de destreza y capacitación.
8º) El mercado interno argentino se encuentra relativamente saturado, y su desarrollo en términos capitalistas depende de varios factores que nada tienen que ver con una supuesta “industrialización”: en primer lugar el mercado interno se encuentra condicionado por el mercado mundial y los intereses que las empresas trasnacionales tienen en las distintas partes del globo. En ese escenario, la producción para el mercado interno o para la exportación queda determinada en primera instancia por los negocios trasnacionales, y no a la inversa, donde hoy la Argentina está destinada a la producción para la exportación. En segundo lugar, el desarrollo del mercado interno es esencialmente desarrollo de relaciones mercantiles en todas las esferas de las relaciones sociales (con lo cual, desarrollo del mercado interno no significa para nada desarrollo humano, sino simplemente una extensión y profundización de las relaciones de producción capitalistas); es decir, realización de todas las actividades humanas mediadas por el intercambio mercantil. A medida que cae la cuota de ganancia el sistema capitalista va desarrollando el famoso sector terciario de la economía (o sector de servicios) que comprende actividades improductivas que antes se desarrollaban bajo relaciones no mediadas por el mercado (educación, salud, actividades culturales, turismo, especulación financiera, creación de centros comerciales por parte del gran capital, etc). El grado en que se desarrollan tales actividades implica un mayor desarrollo del mercado interno, porque cada vez más esferas de la vida se encuentran dominadas por el capital. En nuestro país se están desarrollando aceleradamente tales relaciones de mercado, lo que da un índice del proceso de desarrollo del mismo. Otros factores como la densidad poblacional, el nivel de los salarios a precios internacionales, y la lucha de clases en general, son factores determinantes a la hora de estudiar porqué en nuestro país el capital monopolista produce principalmente para la exportación, y porque el desarrollo del sector terciario de la economía no se desarrolla con mayor celeridad. No es motivo de esta nota analizar al detalle esta cuestión.
9º) De suma importancia es este último punto: en una economía mundial altamente concentrada, donde (por citar el dato más difundido) 8 personas concentran una riqueza equivalente al 50% más pobre de la humanidad, la configuración del mercado mundial y el alto grado de entrecruzamiento entre grupos económicos (donde las empresas “imperialistas yanquis” tienen inversiones en China, y viceversa), el orden capitalista esta dictado por estas grandes trasnacionales que se reparten el mundo en sectores estratégicos de producción, son ellos quienes “deciden” cómo se opera la división internacional del trabajo, donde por ejemplo nuestro país está destinado a la producción de camionetas Pick Up para la exportación a toda America, y no para la producción de pequeños autos para el mercado interno (como sí es el caso de Brasil). Decimos que estas grandes empresas “deciden” entre comillas la división internacional del trabajo puesto que la propia anarquía del sistema capitalista lleva a la relocalización permanente de ese “reparto” del mundo. Debemos mencionar aquí lo que ya observara Lenin en su famoso libro “Imperialismo, fase superior del capitalismo” en 1916: la existencia de monopolios no implica una anulación de la ley de la competencia -como pretenden vendernos algunos fantasmas vestidos de marxistas- sino que implica que la competencia capitalista se desarrolla entre grandes empresas monopólicas donde los pequeños capitales quedan subsumidos. Ya en la Rusia de aquella época los grandes capitales de origen francés, por ejemplo, realizaban negocios con el Estado Zarista relegando a los pequeños y medianos capitales rusos. Con el desarrollo del mercado mundial y la expansión de estos grandes capitales, hoy en día tenemos una densa red entrecruzada de grupos económicos trasnacionales con inversiones diversificadas en distintas ramas productivas y no productivas, así como diversificadas en distintos países del globo. Con esto, los capitales no se identifican necesariamente con su país de origen, ni tampoco con una determinada rama de producción. Aquellos capitales con fuertes inversiones en la industria alimenticia en Europa, por ejemplo, pueden tener en Argentina inversiones en el sector metalúrgico, en Brasil en el sector de servicios y así. Pretender colocar una disyuntiva entre “industria y campo” como lo hace el progresismo y como burdamente copia la izquierda nos lleva a un análisis completamente falso de la realidad. Las disputas interburguesas no son disputas en los marcos de distintas ramas productivas, sino en los marcos de distintos grupos económicos que diversifican sus inversiones en distintos países y distintas ramas.
Todo esto nos lleva a la obvia conclusión de que no existe una tal burguesía nacional como clase independiente del capital trasnacional, mucho menos capaz de encarnar un proyecto político propio. Por lo tanto, esa “industria argentina” no tiene por qué competir con los países desarrollados, porque en realidad son una parte más del engranaje de la plataforma mundial de operaciones de los capitales. Es el orden mundial el que determina el carácter del capitalismo nacional, y no al revés. Concebir el grado de industrialización del país de acuerdo a la cantidad de fábricas instaladas o a que se produce, etc., sin tener en cuenta todos estos factores es caer en el idealismo. Al contrario, el grado de desarrollo capitalista de un país se determina –como lo demostró Lenin en su libro “El desarrollo del Capitalismo en Rusia”- por el grado de desarrollo de las relaciones capitalistas de producción.