El sistema capitalista ya caducó. En todos los sentidos y aspectos prácticos y humanos los laburantes ya nos podemos vivir como laburantes, estamos cada vez peor.
Se nota cada vez más que es una guerra de clases. La burguesía imperialista nos chupa la sangre sin piedad. Va cruzando territorios, consumiendo todo a su paso, destruyendo vida humana, todos los seres vivos y la naturaleza sin importar nada más que sus ganancias: son un monstruo insaciable.
Lo mal que vivimos como laburantes es un hecho indiscutible. Nos metieron las manos en el bolsillo una y otras vez sin miramientos y con el gobierno entrante lo seguirán haciendo, el salario se emparejó para abajo y ya no podemos cubrir las necesidades básicas mínimas como una canasta de alimentos…
La crisis capitalista es muy profunda y nos ataca directamente, es una guerra. La generalizada movilización y enfrentamiento de los pueblos es prueba irrefutable de ello. Ningún gobierno burgués está en condiciones de resolver nada, los responsables de esta crisis no pueden ser la solución del problema.
Somos los que sostenemos el mundo, todo lo creamos las trabajadoras y los trabajadores, sin la explotación de la clase obrera, sin nuestro sometimiento ellos no existirían y no podrían vivir de privilegios, ni podrían acumular ganancias a costa de nuestro sufrimiento, no podrían gobernar con engaños, falsedades y mentiras.
No necesitamos de ellos para vivir. No podemos permitir más engaños con la falsa promesa que todo va a mejorar, mientras al mismo tiempo nos hablan de esfuerzos que como bien sabemos tiene por resultado seguir padeciendo una vida de oprobio.
Nos piden que como un acto de fé confiemos en sus mentiras. Nos piden que depositemos nuestras esperanzas en el capitalismo y en el nuevo gobierno de turno. No prometen nada, porque nada pueden prometer, porque no están en condiciones de cumplir, pero a cambio de ello nos piden silencio, sumisión y adoración a sus apóstoles de las ganancias y la explotación, a sus representantes, a sus burócratas sindicales, nos piden que confiemos como otras tantas veces en sus “buenas intenciones”.
Apuestan a la defensa a ultranza de un sistema social caduco tratando de convencernos que si confiamos en él, él nos beneficiará.
¡Basta de mentiras! Queremos una vida digna sin explotadores, ni explotación.
No queremos a la burguesía monopolista y sus empleados en el gobierno dirigiendo nuestros destinos, no queremos más nuestras vidas atadas a sus intereses.
Queremos nuestras necesidades como trabajadoras y trabajadores y como pueblo en primer lugar. Ese primer lugar lo debemos imponer desde abajo, con lucha, con movilización, con enfrentamiento y organización independiente, confiando en nuestras propias fuerzas, en cada lugar de trabajo y en cada barrio.
La solución la tenemos que construir la clase trabajadora y el pueblo con independencia política, con pleno ejercicio de la democracia directa, desde la autoconvocatoria, con un programa de acción que nos permita avanzar en la unidad política para romper con tantos años de maltrato y destrucción de nuestras vidas.
La solución no es una vida de reclamos incumplidos, tampoco lo son las dádivas que cada tanto le arrancamos al capital, menos aún un camino de «reformas» que no cambian nada.
Todos esos caminos han sido caminados durante muchos años y salta a la vista que no han sido en favor de la clase obrera y el pueblo. La solución es un camino de revolución social. Todo lo producimos, todo se sostiene sobre nuestros hombros. Es hora de hacer pesar que todo ello debe corresponderse con una sociedad socialista.
Porque si queremos vivir dignamente no podemos continuar más con este sistema perverso. Digamos basta en un solo grito y con un solo puño de libertad.