Por estos días mucho se habla que ni bien asuma el nuevo gobierno se decretará un aumento salarial a cuenta de las futuras paritarias del 2020. Teniendo en cuenta que la lucha por aumentos salariales no ha cesado, ni mucho menos, que es un frente de tormenta abierto a partir de los mazazos del anterior gobierno de los monopolios, que una importante cantidad de organizaciones gremiales y sindicatos, en este último periodo del año pujan por la reapertura de paritarias, por la recomposición salarial y por aumentos, no debe extrañarnos que el nuevo gobierno de los monopolios intente zanjar estas demandas sobre la base del mencionado supuesto aumento generalizado y a partir de allí tratar de avanzar en el congelamiento de los mismos, siguiendo como es lógico con la chatura salarial que el capital monopolista impone y que ya es un hecho indisimulable en nuestro país.
Los reiterados cónclaves entre las cúpulas burocráticas de la CGT y las cámaras representantes de los monopolios se suman a las visitas y reuniones A. Fernández con Daer y compañía. Las mismas se han venido sosteniendo a lo largo del último trimestre para intentar armonizar un pacto social que mediante la extorsión, el engaño, la presión, el ocultamiento y hasta el disciplinamiento laboral y político en las fábricas y lugares de trabajo intente contener la lucha por aumentos salariales. Esto tiene su razón de ser en el hecho que el “nuevo gobierno” de los monopolios más “los planes productivos” y el “sacar el país adelante” que tanto hablan, sólo cierra a condición de “más esfuerzo de los trabajadoras y trabajadores y el conjunto de nuestro pueblo”. Y esto se traduce no solo en salarios chatos sino en la anulación de la acción política independiente de la clase obrera.
Para que la gran mentira de la “estabilidad económica” sea “viable” tienen que partir de intentar una conciliación de clases que sea capaz de concederle al capital monopolista tranquilidad política y gobernabilidad en las fábricas. Y ello a pesar que inevitablemente todo se sustenta en la superexplotación y en las abominables injusticias que sufre la clase obrera, aun a pesar de que las condiciones para los enfrentamientos, desde las organizaciones propias e independientes y desde las más genuinas demandas, no solo acechan, son una realidad.
Desde el interés común de la burguesía monopolista se busca neutralizar desde arriba todo el conjunto de demandas políticas que afloran desde abajo. Es decir, acotar la lucha de clases a determinadas migajas económicas sin salirse de esos estrechos marcos de acción.
Como ya se observa en las declaraciones públicas de los popes sindicales devenidos en empresarios y también en el seno de las fábricas, en los hechos concretos intentan frenar iniciativas políticas de lucha que despuntan. Y cuando no pueden hacerlo las ningunean y las ocultan, apelan a todo el arsenal de maniobras para intentar frenarlas.
Las burocracias sindicales agrupadas en las centrales autodenominadas pomposamente representaciones del movimiento obrero tienen el renovado papel de taponar en el seno de las empresas y fábricas el propio movimiento de lucha de la clase obrera. El cual, por sus propios intereses, se pone en marcha a veces silenciosamente y otras con efusividad, por infinidad de demandas.
Estas situaciones que como pequeños volcanes dotan de calor a una lucha de clases aparecen veladas en su verdadera preocupación. En este escenario venidero donde el estreno de un viejo pero nuevo relato de la mano de otro gobierno de los monopolios se pretende instaurar -como la única solución viable y posible- estas viejas condiciones de sometimiento que las burocracias practican hace décadas aparezcan con nuevas ínfulas de representatividad que no pueden detentar, será el escenario y la cuestión fundamental de la acción política de la clase obrera.
El problema de la lucha de las clases es uno de los más importantes del marxismo. Por eso mismo conviene que examinemos con mayor detenimiento el concepto de lucha de clase. Toda lucha de clase es una lucha política. Se sabe que los oportunistas, esclavos de las ideas del liberalismo, comprendieron a torcidas estas hondas palabras de Marx e intentaron darles una interpretación falsa. Entre los oportunistas se encontraban, por ejemplo, los “economistas”, hermanos mayores de los liquidadores. Los “economistas” creían que cualquier choque entre las clases era ya una lucha política. Por eso consideraban que la lucha por un aumento salarial de poca monta era “de clase” y no admitían otra superior, más desarrollada, de carácter nacional, la lucha de clase por objetivos políticos. Admitían, por consiguiente, la lucha de clase en su forma embrionaria y repudiaban su forma desarrollada. Dicho con otras palabras, aceptaban de lucha de clase la forma que la burguesía liberal toleraba mejor y rechazaban la forma superior, la intolerable para los liberales. Así, los “economistas” se veían convertidos en político obreros liberales y renunciaban, por tanto, al concepto marxista, revolucionario, de lucha de clase. Sigamos. Aún es poco que la lucha de clase llega a ser auténtica, consecuente y elevada sólo cuando abarca la esfera política. En política también se puede limitar la lucha a cuestiones pequeñas y parciales o calar más hondo, hasta lo fundamental. El marxismo admite que la lucha de clase adquiere pleno desarrollo y es “nacional” sólo cuando, además de abarcar la política, toma de ella lo más importante: la organización del poder del Estado. Por el contrario, cuando el movimiento obrero adquiere cierto vigor, los liberales no se atreven ya a negar la lucha de las clases, pero procuran restringir, desmochar, castrar el concepto de lucha de clase. Los liberales están dispuestos a aceptar la lucha de clase en la esfera política también, pero con la sola condición de que en esta esfera no se incluya la organización del poder del Estado. (Lenin)
Para la burguesía lo que está en juego es la continuidad del régimen y las condiciones económicas que lo sustentan. Es decir: la explotación asalariada y la ganancia.
Aunque transitemos una aparente mesura y calma, el escenario de la lucha de clases en nuestro continente y en el mundo es un serio condicionante para sus negocios y para su gobernabilidad.
En cambio, para la clase obrera está en juego quebrantar este sistema de sometimiento y avanzar en una denodada lucha de clases desde nuestra unidad política y a partir de la organización independiente propia y genuina que confronte abiertamente contra una superestructura que tapona todos los poros de nuestra propia acción. Solo así se podrá avanzar en romper las cadenas de este sistema explotador.