La asunción del nuevo elenco presidencial domina la escena en todos los medios masivos de difusión. Propios y “opositores” comentan detalles de la ceremonia de traspaso del mando, los actos en Plaza de Mayo, repiquetean especulaciones sobre el déficit fiscal, la deuda al FMI, la emisión monetaria, la justicia, el mercado interno, la inflación, el pacto social, etc.
El mensaje de unos y otros hace eje en las políticas que debería tomar el gobierno para resolver el estancamiento productivo.
Simultáneamente, los voceros y funcionarios prontos a asumir, prometen que se van a abocar a resolver los problemas dejados por la gestión anterior, para lo cual piden la colaboración y el esfuerzo de los trabajadores y pueblo laborioso quienes deben pensar en los más necesitados y en el rumbo que debiera tomar el país para poder prosperar.
Todos los gobiernos entrantes se abocaron a “resolver los problemas dejados por la gestión anterior”, todos los predecesores, incluidas las dictaduras militares, Alfonsín, Menem, De la Rúa, los cuatro anteriores a Duhalde, éste último, Kirchner, Cristina Fernández, Macri y ahora Alberto Fernández, lo dijeron.
Ninguno de ellos puede o pudo decir que su gobierno se dedicó a continuar y profundizar lo hecho por la gestión anterior, pero nadie modificó sustancialmente las reglas del juego que siempre se repitieron: aumentos generalizados de precios (inflación), baja relativa de salarios, ajustes en los presupuestos para los denominados “gastos sociales” (educación, salud, jubilaciones), aumentos de tarifas, endeudamiento que luego pagan los trabajadores y el pueblo, limitación de las libertades públicas únicamente ampliadas a consecuencia de la lucha de calles, contención y represión a las protestas sociales, irrespeto al Art. 14 bis de la Constitución que ellos mismos escribieron y dicen que hay que respetar, etc.
El gobierno de los Fernández no va a hacer algo distinto, porque el eje del problema no son las políticas que se implementan desde la casa de gobierno, por el contrario, el problema radica en que el sistema capitalista que respetaron a raja tabla todos los gobiernos mencionados, ya no sirve para el funcionamiento de la sociedad argentina y tampoco para el resto de los países del mundo que cruje en vastos territorios. Sólo puede atinar, por propia voluntad, a algunas modificaciones cosméticas o de segundo grado que no modificarán esencialmente el problema.
Las políticas que pueda implementar un gobierno no resolverán nunca los problemas de índole estrictamente económico que presenta el capitalismo en su fase imperialista, porque el problema central que no se resuelve ni se atina a resolver pues es precisamente lo que la clase burguesa dominante y sus políticos de turno desean mantener y profundizar cual es la apropiación individual de la producción social, o dicho de otra forma: la concentración en pocas manos monopolistas de toda la producción que el ejército de obreros y trabajadores realiza a diario, con el solo objetivo de reproducir, en forma ampliada, el capital.
Los popes del capitalismo monopolista ya le mostraron las puntas de las cartas al gobierno o, como se dice popularmente, le marcaron la cancha. Hoy mismo, los empresarios automotrices, los gremialistas empresarios del SMATA y la UOM y la constelación de empresas “PYMES” autopartistas que sirven a las fábricas de autos, le van a “acercar” al gobierno un plan para los próximos diez años en el que se prevé más sacrificio para los trabajadores a fin de aumentar los volúmenes de ganancia destinadas a mayor capital.
En semanas anteriores, varias cámaras industriales agrarias y citadinas ya habían expresado que el futuro gobierno debía atender la “necesidad” de facilitar las posibilidades de inversión necesarias para el crecimiento del PBI, es decir, mayores incentivos basados en flexibilización laboral, menores aportes patronales, reforma previsional, aperturas de líneas de crédito, dólar alto respecto del peso, achicamiento de gasto público que no esté destinado al capital, etc.
¿Qué puede hacer un gobierno, en el supuesto caso de que tuviera buenas intenciones de mejorar los estándares de vida de trabajadores y pueblo laborioso, cuando la totalidad del PBI es de propiedad de esos monopolios que le marcan la cancha y sólo cuenta con los recursos provenientes de los impuestos que dichos monopolios se niegan a pagar? ¿Cuál es el poder político que puede tener si los resortes productivos y financieros están en manos de grupos monopolistas?
Ningún gobierno le puede poner el cascabel al gato, y eso lo saben bien cada uno de los presidentes y funcionarios surgidos de elecciones o de dictaduras militares. Por eso, se comprueba claramente en cada una de las expresiones de estos señores y señoras, las mentiras arteras que salen de sus bocas cuando prometen mejoras y bienestares que nunca aparecerán para trabajadores y pueblo laborioso, salvo que las luchas los obliguen a un retroceso y a soltar recursos que no están dispuestos a otorgar por su propia voluntad. Ante estas verdades, ninguno de ellos puede ocultar que lo que los mueve a ocupar los cargos es la aspiración a las prebendas que pueden sacar de los mismos.
Hoy asistiremos, una vez más, al circo cínico de la mendacidad basada en que la política burguesa puede resolver los problemas económicos del capitalismo, mediante lo cual intentan reducir el capitalismo monopolista o imperialismo a una determinada política (por eso algunos quieren hacer creer que se puede gobernar contra el imperialismo manteniendo el sistema capitalista) cuando en realidad se trata de un tema eminentemente económico que no está en manos de ningún gobierno burgués modificar. Estos sólo pueden tratar de paliar y sostener el sistema contra los embates populares que una y otra vez golpearán la desvencijada estructura del sistema.
La política transformadora, capaz de luchar y hacerse del poder para planificar toda la economía social para el desarrollo del país, sólo puede estar en manos de la clase obrera organizada en unidad con el pueblo, porque somos los productores de toda la riqueza y de nuestras vidas, pero para ello debemos romper desde las bases a este sistema que reproduce el capital en desmedro de nuestras condiciones de vida.