Muchas veces hemos señalado que cuando se desata la lucha de masas resulta más difícil reflexionar sobre lo profundo de sus causas, de los efectos que generan esos fenómenos y el devenir de nuevas causas producto de tales efectos. En general es una práctica que se suele hacer cuando se dan los remansos del enfrentamiento, porque en él mientras tanto nos avasallan los problemas y es difícil elevar la mirada.
Vivimos un momento histórico parados sobre una olla a presión, en donde si no nos paramos desde el proyecto estratégico revolucionario se puede caer directamente en el economicismo, y por lo tanto en el reformismo.
Ese movimiento constante de la lucha de clases que por momentos resulta imperceptible puede desembocar en momentos virulentos con todo su esplendor. Es la manifestación dialéctica de la lucha de clases, sólo explicable si nos paramos sobre una estrategia de poder revolucionario, que nos permitirá en momentos álgidos definir las respuestas y tácticas políticas concretas.
En la lucha los cambios son constantes. Hay que leer constantemente esos cambios como epicentro de todo lo que se realice desde la política, la organización y las metodologías. Toda gira en torno a esa estrategia, y entonces sí, ante los momentos álgidos podremos responder y actuar sin dudas ni temores a equivocarnos, pues no se está “improvisando”, y las decisiones que se tomen tendrán la firmeza coherencia necesaria porque partimos de la convicción que se tiene del proyecto político estratégico.
Y ahí es donde contrasta como blanco sobre negro, lo revolucionario de lo oportunista y reformista. Se pueden cometer errores porque nada es lineal, pero si se parte de la estrategia, en todo caso, se aprenderá del error por la experiencia.
Desde el Santiagueñazo para acá (diciembre de 1993) hemos transitado innumerables expresiones de masas como forma de organización y lucha. En algunos casos han durado sólo horas (por un reclamo puntual); en otros casos se ha expresado con una masividad y contundencia política golpeando los poderes emblemáticos de la burguesía, que a más de uno ha dejado con la boca abierta y sin explicación.
Mencionamos esto porque partimos que la revolución es obra de las masas movilizadas y en ella las ideas revolucionarias que orientan y dirigen en función de una estrategia de poder de la clase obrera y el pueblo. (suplantar o apropiarse no tiene nada que ver con orientar o dirigir)
Cuando las luchas se plantan de forma independiente a todas las estructuras institucionales del sistema adquieren un grado superior a experiencias autoconvocadas anteriores. Se incrementa la unidad del pueblo y el ejercicio de la democracia directa pasa a ser comprendida como un acto de poder de las masas por sobre los intentos de quebrar, dividir y confundir la lucha.
Cuando aparece una conducta activa de nuevas ideas políticas para derrotar la política de los monopolios se fortalece el germen que incluye suplantar la democracia burguesa por la democracia directa ya como una forma institucional nueva del pueblo.
Parados desde la confianza por la tenaz lucha de nuestro pueblo, afirmamos que la lucha de clases en Argentina va hacia una vuelta de tuerca más, donde los revolucionarios debemos llevar con más fuerza que nunca las ideas y metodologías revolucionarias al seno de las masas, sin restricciones.
La obra cúlmine de las masas es romper las cadenas que las oprimen, desde su práctica, fundida con las ideas de la revolución. Vamos a entrar en una extraordinaria etapa de cambios profundos que empujen inequívocamente hacia un quiebre en la correlación de fuerzas a favor de la revolución.