Pasaba como tantos un día de la semana pasada -de esos que agobian por el calor y la humedad- en una barriada de Merlo. Era de tarde, eran las horas en que comienza el regreso después del trabajo, esas horas en que mujeres y hombres desinflan los colectivos abarrotados de calor, incomodidad y hacinamiento, después de haber viajado en tren como ganado.
Era esa hora donde el agobio por todo trasciende sus propias miradas y se refleja hasta en el andar cansino. A esas horas el centro comercial del barrio se nutre de los que vuelven y de los que salen a hacer algún mandado. Ancianos, jóvenes y adultos se entremezclan en una rutina cotidiana durante la tarde-noche de cada día, y ese lugar de vidrieras y supermercados no puede ocultar la lejanía de este gentío cansado y sustraído por las preocupaciones y la bronca, ni disfrutar de este aparente paseo por el centro. Para ellos solo es un lugar de paso y nada más.
En ese lugar y a esas horas, una empresa de encuestas salió a medir los índices de aprobación de las figuras políticas más renombradas del gobierno actual. Desde el presidente hasta los diputados y lógicamente sin dejar afuera de la misma, a la cofradía del gobierno macrista, incluyendo también a intendentes y sindicalistas. Es decir, con una lista de no menos de una treintena de personajes conocidos por todos salieron a establecer una comparación entre unos y otros. Las preguntas se reducían a si el personaje en cuestión era: MUY BUENO, BUENO, REGULAR, MALO o MUY MALO.
Las encuestadoras de tanto en tanto lograban hacer que alguien se pare a contestar. Cargadas con papeles llenos de respuestas iban de una vereda a la otra.
Frente a su insistencia por hacerle contestar, un jubilado se paró a hablar con ellas. Lo primero que les dijo al enterarse del tipo de encuesta es que no estaba de acuerdo con estas preguntas, que si querían saber la opinión de la gente debían hacer otro tipo de preguntas. Preguntas menos formales y que vayan a las preocupaciones que tiene la gente. Ellas estuvieron de acuerdo, pero, -la encuesta estaba diseñada de este modo- le contestaron y no podían hacer nada.
Viendo la lista, el jubilado les dijo: sepan disculparme pero yo desapruebo a todos los personajes de esta lista, si no les molesta les pido que pongan en todos los nombres –muy malo-.
Las encuestadoras así lo hicieron. Insinuado que iba a ser uno de los pocos que contestara tan negativamente el jubilado reiteró sus disculpas y les dijo: yo quiero vivir de otra manera, así no se puede más… Y largando una lista de demandas y quejas agregó: los de antes y los de ahora nos vienen destruyendo, son todos unos sinvergüenzas inhumanos a los que no les importa nada, yo no quiero este sistema de vida.
Conmovida por las palabras del jubilado, una de las chicas le agradeció la sinceridad y en un rapto de piedad para que sepa que no era uno de esos pocos, respondió que se quedara tranquilo, que él no era el único que contestó de esta manera, que había muchas planillas así.
Se despidieron amablemente. Ya alejándose y hablando entre ellas el jubilado las escuchó decir con tono de preocupación mientras revisaban las listas, que casi la totalidad de las planillas que tenían cada una estaba entre MALO y MUY MALO… Esta encuesta va pésimamente, que no es lo que esperaban encontrar en las respuestas… no sé si vamos a poder seguir…
Mientras tanto, el centro comercial se iba despoblando sin poder disimular un “estado de ánimo” que pone en tela de juicio todo lo que viene de arriba. Las condiciones reales de vida tienen más peso que el engaño y las expectativas que los monopolios intentan imponer con sus mentiras.
Ese estado de ánimo está cada vez más pegado a las condiciones del achatamiento de salarios, explotación, endeudamiento y sofocación de la vida de millones de jubilados, de jóvenes, de trabajadores. Está cada vez más integrado a demandas de transformación real de las condiciones de vida que aunque no se expresen aun de forma generalizada y organizada, desde las propias bases se dejan ver de una y mil maneras, y expresándose al mismo tiempo desde abajo -aun sin mucha claridad- por salidas de fondo-.
En este escenario la propaganda y la agitación revolucionaria son un eslabón fundamental del trabajo de construcción revolucionaria en las bases, en las barriadas y los lugares de trabajo. No porque nuestro pueblo necesite entender el agobio en que está sumergido y que sufre en carne propia sino porque la comprensión de una salida revolucionaria viene de la mano de una labor sostenida fundamentada en la ideología del proletariado, que es la única que se adecua como un guante a las necesidades de enfrentar desde la masividad, la movilización y la insurrección de las bases esta situación y a las demandas de una sociedad sin explotadores ni explotados.
El trabajo tenaz de propaganda revolucionaria en todos los órdenes y niveles no solo dota a la clase obrera y el pueblo de un horizonte revolucionario sino, al horizonte revolucionario de las fuerzas de clase y populares consientes de la transformación a la que aspiran.