El discurso del presidente Alberto Fernández en la apertura anual del poder legislativo tuvo la mitad de campaña electoral (promesas mentirosas, aunque no haya elecciones); y la otra mitad un discurso dirigido a sus patrones (los monopolios, la verdad de la milanesa, de lo que ya está haciendo). Todo mezclado con algunas resoluciones sentidas por un amplio sector de la población (como el aborto legal y gratuito) que en última instancia no afectan ni tocan ni de cerca los intereses de los monopolios.
En pocas palabras, habló casi tres horas para decir un montón de cosas que no expresaron nada a favor del pueblo, “salvo” lo de emparejar para abajo la gravedad de la situación económica de las grandes mayorías.
El “viejo” Jacobo Timerman fue un periodista burgués de raza (como se dice) que expresaba los intereses de un sector de la burguesía monopolista. Si bien era contra revolucionario, en cierta medida se opuso al golpe militar del ’76 y acuñó una frase muy famosa oponiéndose a una dictadura como la que nos tocó vivir, que en realidad es toda una definición adelantada a lo que fue el discurso del presidente ayer. Afirmaba Timerman en su diario La Opinión: “el gobierno perfecto es aquel que es capaz de ser: de centro en lo político, de izquierda en lo cultural y de derecha en lo económico”. Esta fase (que en el contexto de una tremenda agudización de la lucha de clases pasaba a ser una utopía) parece ser la línea política estratégica que intenta asumir el actual gobierno. En forma de caricatura (como todas las cosas que se tratan de imitar) pero su mensaje encierra esa aspiración.
Citemos tan solo algunas definiciones para no irnos por las ramas y a modo de ejemplo. Dijo que su gobierno “combatirá el extractivismo” (como justificando lo ocurrido en Mendoza cuando la lucha de todo un pueblo los hizo retroceder) y pretendiendo hacer suyo lo que el pueblo frenó con la lucha. Luego de tal frase para el aplauso de sus seguidores se explayó en sus auténticos objetivos e hizo referencia a la explotación del litio y la extracción metalífera. Le faltó decir que se refería al oro que se están llevando haciendo pelota el ecosistema como “una gran oportunidad para aumentar las exportaciones” y afirmó: “no pretendo un Estado intervencionista, quiero un Estado inteligente que de garantía a los que invierten”. Podría haber “recordado” que les bajó las retenciones a las mineras del 12 % al 8% (que de por sí ya era una miseria) como una muestra más que desnuda para quién gobierna, mientras a los obreros mineros le descuentan ganancias de sus salarios y tienen 12 horas de trabajo obligatorio. Ni hablar de la entrega de pies y manos de los recursos naturales de nuestros suelos, donde el pueblo argentino no ve un solo peso.
Otra: “Nunca más a la puerta giratoria de dólares que ingresen por el endeudamiento y se fugan dejando tierra arrasada por su paso”, “No vamos a pagar la deuda a costa del hambre y la destrucción de los sueños de los argentinos y argentinas. Nosotros vamos a cuidar la patria”… Decir mentiroso es un atentado a la imaginación. No puede ser tan caradura… ¿Y el ajuste a los jubilados? ¿Y el tratamiento de las paritarias con la “ayudita” de los gremios? Ya sabemos señor presidente, no diga nada. Seguro que por la herencia que recibió se hace muy difícil… Eso sí, las automotrices, las petroleras, las cerealeras (que son 4), las mineras (entre otros monopolios) no pagan un dólar con el famoso 30% más. Eso, señor presidente, se llama exportación de capitales o fuga de capitales, como quiera ponerle, pero sigue siendo la puerta giratoria de la que habló en su discurso.
Y después sigue la mentira y el disfraz de los derechos humanos con “El Campito” en Campo de Mayo; cuando hace años los compañeros vienen remándola con denuncias y movilizaciones. Pero eso sí: empezaron a aplicar la política negacionista (al igual que Macri) con las leyes reparatorias, donde hasta ahí llego el ajuste como parte de un empobrecimiento hacia abajo de todo el pueblo argentino.
Donde el “techo” que puso el gobierno “nacional y popular” es terminar con el hambre, cuando ese tendría que ser el piso. Es decir: más vida indigna para nuestro pueblo y con ello -ni lo dude señor Presidente- MÁS HAMBRE.