Siempre pareció ser una sorpresa: la mujer que alzaba su voz, protestaba y luchaba. Fue vista a lo largo de la historia como una sorpresa. Y eso es, también, parte del patriarcado que nos pretende secundarias, sumisas y obedientes. A pesar de él, a pesar del capitalismo, las voces van siendo cada vez más numerosas en el camino de combatirlos.
Eso trae cola y ante cada acción se debe esperar una reacción. Porque sabemos que ni el patriarcado ni el sistema capitalista nos definen: somos mujeres trabajadoras capaces perfectamente de asumir nuestro rol social de luchar por la construcción de una nueva sociedad, en donde no haya ni oprimidos ni opresores. Porque lo que sí nos define es ser parte activa de la historia que vive y lucha como revolucionarias y revolucionarios.
El que las mujeres aparezcamos luchando como «algo novedoso» no es así, porque llevamos en nuestras reivindicaciones las luchas históricas que enarbolaron quienes revolucionaron el mundo buscando el camino hacia una sociedad más equitativa, igualitaria, inclusiva y sin explotación.
Y eso es lo que también forjamos en nuestro presente, con nuevos (o no tanto, pero sí más visibles) reclamos: porque somos las del pasado, pero también somos las 68 mujeres asesinadas en lo que va del año; somos las violentadas a diario (sabiendo que, en cuanto a violencia, se registra sólo lo denunciado y que en realidad aumenta potencialmente); somos las oprimidas y explotadas del sistema capitalista; somos las niñas abusadas; somos las muertas por abortos clandestinos; somos las negras, las pobres, las excluidas; somos las que no podemos decidir; somos las marginadas, las vulneradas.
Pero ante todo esto no nos callamos y continuamos también siendo las organizadas, las insumisas, las compañeras. Somos quienes políticamente podemos definirnos y caminar junto con nuestros compañeros, porque creemos que eso distinto lo construimos de conjunto, en lo cotidiano, mediante la reflexión y la acción, en pos de la revolución.
Somos las que muchas veces por el mismo trabajo cobramos un sueldo menor al de nuestros compañeros varones, las que ponemos en funcionamiento muchas fábricas, somos la inmensa mayoría que trabajamos en las escuelas, somos las llamadas “empleadas domésticas” trabajadoras que limpiamos casas, somos el porcentaje de desocupadas, pero con sus nombres y apellidos; somos las cooperativistas y las luchadoras de base; somos las indignadas; somos las chilenas, las bolivianas, las mujeres rebeldes del Kurdistán, a escala planetaria.
Porque sí: somos historia viva. Y como dijo Evelyn Reed (cita que cierra el artículo de nuestro número especial de la revista La Comuna): «Si bien los últimos objetivos de la liberación de las mujeres no podrán ser realizados antes de la revolución socialista, esto no significa que la lucha por las reformas deba suspenderse hasta entonces. Es necesario que las mujeres marxistas luchen, desde ahora, codo a codo, con todas las mujeres militantes por sus objetivos específicos.»
Somos las que levantamos la voz y ponemos el cuerpo, porque no estamos ocultas ni invisibilizadas.
Gritamos ayer, gritamos hoy y seguiremos mañana hasta que nuestro grito se haga revolución.