Hemos afirmado en otras notas de este medio que la aparición del coronavirus desnudó, en toda su magnitud, la crisis estructural del capitalismo. Desde la órbita sanitaria demostrando que por un lado el modo de producción, totalmente irracional y de rapiña, provoca la aparición de innumerables nuevos virus y bacterias que, una vez esparcidos, desnudan el carácter retrógrado del sistema; se toman medidas a las apuradas, se declara sin tapujo alguno que la aparición de una vacuna, por la inversión que esto implica, dependerá de que haya muchos enfermos para que esa inversión produzca jugosos dividendos. Traducido: dejemos expandir la pandemia para garantizar la ganancia del capital.
Pero decíamos que este fenómeno también corre el velo sobre una situación latente que se venía preanunciando. La economía capitalista, desde la crisis de 2008, nunca volvió a ser lo que era. Las altas tasas de crecimiento económico de los países imperialistas centrales fueron desacelerándose sensible y constantemente. Los ejemplos expuestos de economías que crecieron, como la de Estados Unidos, son en realidad la manifestación de que las demás decrecían. Las tasas de crecimiento económico de EE.UU. nunca superaron el 3% anual, lo que en el contexto de una recesión creciente en el mundo no sirvió para superación la tendencia dominante.
Además de la crisis estructural, el sistema atraviesa una más de sus crisis cíclicas; una crisis de superproducción. La producción capitalista ha rebasado (una vez más) los límites de consumo de las masas, lo que provoca una profunda recesión a nivel mundial que tal vez no sea comparable con ninguna de las crisis anteriores.
Atrás quedan las fantasías, que tanto reformista repite, acerca de la incorporación de millones de personas al consumo y a los “estándares de clase media”. Lo que se ha incorporado fueron millones al trabajo asalariado en el medio de un proceso en el que los ingresos de las masas tienden a la baja, y por lo tanto los niveles de consumo no han hecho más que bajar todos estos años, sostenidamente, desatando la crisis actual.
Una crisis de superproducción genera la profundización de la eliminación de fuerzas productivas, los procesos de concentración y centralización del capital y, por sobre todo, el agravamiento de las condiciones de vida de los pueblos, en medio de una situación en la que las masas populares en el planeta vienen sosteniendo un alza en las luchas por sus reivindicaciones económicas, sociales y políticas.
El capital financiero mundial reacciona ante la nueva situación como solamente sabe hacerlo: anárquicamente, en medio de la explosión de las contradicciones y disputas interimperialistas. Como siempre se dice, en una crisis muchos son los que pierden y unos pocos los que ganan. Pero siempre algunos ganan. Por estos días los capitales de mayor volumen se han impuesto a capitales menores y el proceso de centralización y concentración, como dijimos, ha pegado un nuevo salto.
En ese contexto la economía de la Argentina, si decíamos que estaba prendida con alfileres, hoy podemos decir que varios de esos alfileres que la sostenían se han caído.
El proceso devaluatorio a nivel mundial de las monedas implica un fortalecimiento del dólar (veremos cuál es el comportamiento de dicha moneda con la baja del petróleo ya que en él se respalda), divisa con la que está nominada gran parte de la deuda. La caída de los bonos de la misma, más la del precio de las acciones con origen en el país, implica que los precios estén a valor de remate como oportunidad de compra para el capital trasnacional.
En el contexto de recesión económica mundial la recesión en nuestro país tenderá a agravarse sensiblemente. El proceso de concentración y centralización planetaria tiene en nuestro país su correlato y sus efectos se harán sentir sin duda alguna.
El discurso de la burguesía monopolista en la Argentina y su gobierno de turno ya empiezan a mostrar por dónde viene el tiro. La afirmación del presidente Alberto Fernández acerca de que el mundo “conspira” contra la Argentina, abre el paraguas sobre la delicada situación económica que va a profundizarse. No es un mensaje a los acreedores, sino un mensaje al pueblo trabajador.
La política de ajuste disfrazada de solidaridad que el gobierno de Fernández enarboló desde su asunción no puede más que agravarse en el contexto de la crisis mundial.
La aparición del coronavirus es aprovechada por la burguesía monopolista para, en el medio de la psicosis provocada, desmovilizar al pueblo. Hoy mismo Fernández llamó a no movilizar el 24 de marzo, con el pretexto de la inconveniencia de manifestaciones masivas. De ser así, habría que dejar viajar en colectivos y trenes atestados de gente, oficinas públicas, colegios y universidades, etc.
Como siempre decimos, la burguesía utiliza hasta los dramas humanitarios en función de sus intereses políticos.
Ante una profundización de la crisis económica debemos sostener la resistencia activa contra la política de los monopolios.
No confiar nada en los discursos de crisis que la burguesía utilizará para chantajearnos, desmovilizarnos, mantenernos quietos. Seguir organizando nuestras fuerzas desde abajo y enfrentar, con las medidas que convengan a cada situación, los avances sobre nuestros derechos y conquistas que intentarán incrementar.