En la producción capitalista, la contradicción producción – salud nunca ha sido resuelta. Por el contrario, a medida que avanzó en el tiempo, la producción capitalista no ha hecho más que profundizar el problema.
Los estudios hechos por Engels en su libro “La situación de la Clase Obrera en Inglaterra”, y por Marx en el Tomo I de su obra “El Capital”, dan cuenta de que, desde sus orígenes, el modo capitalista de producción ha subordinado la salud del obrero, y de todos los trabajadores, a las condiciones de explotación. Así, las personas debieron siempre adaptarse a las máquinas y no al revés. También a las condiciones de trabajo y organización de la producción, insalubridad en el ambiente fabril o de explotación de la tierra, turnos que trastocan el ritmo circadiano (sueño, vigilia, absorción de nutrientes y eliminación de residuos), jornadas agotadoras e intensivas, ruidos, contaminaciones varias, etc. Porque lo que gobierna las condiciones de producción siempre en el capitalismo es el menor costo a fin de sostener y aumentar las ganancias de la burguesía, con su secuela de enfermedades derivadas de tal situación para los obreros y trabajadores.
En la actual fase monopolista o imperialista del capitalismo, todas esas condiciones de producción se han intensificado y, por lo tanto, han incidido negativamente en la salud de todos los trabajadores. Pero, debido a la propia socialización de la producción generada por este modo de producción, la insalubridad ha abarcado a toda la sociedad ya no sólo en las condiciones de trabajo sino también en las condiciones de vida.
A la subordinación de las personas a las máquinas, líneas de producción, horarios de trabajo, modos de transporte de trabajadores, etc., debemos agregarle la polución, envenenamiento de los suelos y las aguas, depredación del medio ambiente y de los recursos naturales (deforestación, matanza inútil de animales y vegetales, etc.), universalización de la alimentación deficiente, generalización y extensión de la pobreza y la miseria, expulsión de la producción y de la posibilidad de consumo a crecientes masas humanas, priorización del derecho individual de patentes sobre inventos y descubrimientos científicos por sobre las necesidades humanas más generales, sólo con el fin de sostener negocios, repercutiendo negativamente sobre la salud de los pueblos, y otra infinidad de carencias e impedimentos legales basados en las propias leyes de la propiedad privada sobre los medios de producción y de lo que se produce.
El propio sistema capitalista es contradictorio con la salud porque el objetivo de la producción es la obtención de plusvalía (a la que comúnmente se le llama ganancia) y no la satisfacción de necesidades y aspiraciones del ser humano. La burguesía produce lo que le da más ganancia y por esa razón la producción de un país es caótica y falta de planificación. La producción y todo lo producido está en manos de una clase social muy pequeña de la humanidad y, en consecuencia, también en nuestro país.
La gran producción industrial socializada que está en manos privadas monopolistas, al no ser planificada con base en las necesidades y aspiraciones humanas es la generadora de esta crisis de superproducción capitalista que encuentra al corona virus como el justificativo ideal para la destrucción de fuerzas productivas, proceso indispensable, cual destrucción que provocaría una guerra mundial, a fin de que el sistema pueda seguir funcionando. Porque cuando el sistema se abarrota de mercaderías, materias primas, medios de producción, dinero acumulado, etc., que nadie puede absorber, todo ello se convierte en basura y es necesario deshacerse de ella, aunque haya masas humanas que necesitan de varias de esas cosas. Pero el razonamiento burgués es así: preferible quemarlo a regalarlo.
En ello está también el problema de la salud de la población del mundo y de nuestro país que, además de la pandemia, deberá soportar el peso de esa destrucción con el consecuente cierre de puestos de trabajo, baja abrupta de los salarios y las condiciones laborales, aumento generalizado de precios, recesión, etc., que empujará a la pobreza y a la miseria a nuevos y gruesos contingentes humanos.
La mayoría de los Estados del mundo, tal como el Estado argentino, regenteado por los gobiernos de turno, cualquiera sea su color político con el que se presentan, defienden este tipo de producción nocivo para la clase obrera y sectores populares que sólo tienen la necesidad de trabajar para vivir ya que no tienen otro tipo de medio de subsistencia, lo cual se hace cada vez más difícil y en condiciones más deplorables.
Por todo lo dicho, y mucho más, la salud es agudamente contradictoria con la producción capitalista y su sostenimiento y ello no se debe a la cuarentena ni al corona virus (Covid 19). Estos han exacerbado una contradicción ya existente en medio de una crisis terminal del sistema en el país y en el mundo.
La pandemia sólo contribuyó a poner blanco sobre negro todas las contradicciones insalvables del propio sistema, entre ellas, la salud social contra el modo de producción social en manos privadas. Y la perspectiva no es el mejoramiento en estos marcos porque la concentración monopolista, el parasitismo de la aristocracia financiera, la especulación reinante en toda la economía y la corrupción generalizada de la burguesía, no van a hacer otra cosa que seguir generalizando y profundizando las carencias en esta materia como en otras tantas de la vida social. Ni los gobiernos, ni las instituciones del Estado están dispuestas a cambiar esto, por el contrario, pretenderán “resolver” sus efectos, pero nunca sus causas.
El mejoramiento momentáneo y las conquistas que puedan alcanzarse sobre la salud y las condiciones de vida, sólo se lograrán a través del enfrentamiento contra los privilegios de la burguesía basados en la propiedad privada de una producción que es social y que no puede hacerse de otro modo.
Cimentada en el monopolio de los medios de producción y de los frutos de esa producción de los que dispone una minoría absoluta y que les niega a los verdaderos productores que constituyen la mayoría abrumadora: la clase obrera y pueblo laborioso. Por eso es que hoy debemos enfrentar con cuanta herramienta tengamos a nuestro alcance, la prepotencia, la mentira artera desde los estrados gubernamentales e institucionales, y la hipocresía de aquellos que priorizan la producción capitalista basada en la obtención de ganancias contra la salud de la población.
La lucha por la destrucción de este sistema y la conquista de la propiedad social de los medios de producción y frutos de lo producido socialmente, sustentados en una planificación centralizada de las necesidades sociales y de crecimiento a futuro, es decir, un sistema socialista de producción, es la única vía para poder dar vuelta la taba en forma definitiva y revertir la fórmula de: adaptar la vida del ser humano a la producción, para convertirla en su término natural abonado por los avances históricos actuales cual es el de transformar la producción de bienes y servicios a las necesidades de la vida del ser humano, su desarrollo y reproducción como tal, en armonía con el resto de la naturaleza.