La maquinaria ideológica del capital monopolista sigue a todo vapor intentando desde la vieja y rebuscada fraseología alentar una «nueva época» del capitalismo que se abriría a partir de la crisis.
Por obvias razones y por ser la única base argumental donde se aferran las referencias a anteriores crisis de destrucción como la del 30, la segunda guerra mundial, las crisis del 2008 y 2011 (solo por mencionar algunas) se constituyen -para la ideología dominante- en elementos de donde extraer los fundamentos para conjeturar semejantes posiciones.
Aquel pasado virulento más lejano o más cercano en el tiempo, y a la vez tan presente y contemporáneo por sus gravitaciones sociales y económicas al que se aferran estos apologistas, significó también la destrucción atroz de fuerzas productivas. Aquellas situaciones de sufrientes condiciones no solo no han resuelto las condiciones materiales por las cuales ellas han aparecido, sino que además -sobre la espiral ascendente de esas crisis- también se ha cimentado la crisis estructural actual.
El mismísimo Larry Fynk cara visible de la corporación Black Rock, cuyo fondo de inversión es el más grande del planeta y que según ciertos datos públicos regentea más de 7 billones de dólares en bonos y fondos de deudas, préstamos, etc., dirigió una carta de 11 páginas a los trabajadores y el pueblo en general de EE.UU. anunciando este “nuevo capitalismo”. Allí afirma “que cuando salgamos de la crisis el mundo será distinto. La psicología del inversor cambiará. Los negocios cambiarán. El consumo cambiará, el mercado será un mundo de oportunidades”.
Está dando a entender que lo que viene es mejor que lo que fue y que las palabras honestidad, belleza, coraje, decencia y generosidad serán las divisas de este nuevo paraíso en la tierra, llamado capitalismo. Varios más de esta calaña en toda la redondez del mundo globalizado dominado por la apropiación individual de la producción social predican en el mismo sentido el porvenir, argumentando que después de cada crisis han venido períodos de prosperidad que verán la luz al final del túnel. Frases como “nueva distribución de la riqueza que respondan a las nuevas exigencias sociales” y bla bla blá… son vertidas en el marco de la espiral ascendente de la crisis, mientras las ayudas y los salvatajes a los grandes magnates del capital mundial son transferidas al costo de más hambrunas.
La burguesía monopolista ve un peligro creciente para sus planes de perpetuidad en el aumento generalizado de la lucha de clases en los más variados países del mundo. Porque la misma apunta contra la destrucción de fuerzas productivas, que es destrucción lisa y llana de seres humanos y que se está llevando adelante utilizando la pandemia. Donde la fuerza laboral mundial de 3.500 millones de asalariados se reducirá a 2.700 millones de trabajadores, con salarios más bajos. Y como consecuencia de ello, el aumento de la pobreza y la miseria serán exponenciales, aumentando por consecuencia las calamidades sociales. Lo que buscan a modo de anticuerpo es justificar esta destrucción, anunciando un mundo “mejor” porque la historia del capitalismo ha mostrado que ello sería así. Apelando al pasado, los grandes apropiadores de la riqueza social y sus apologistas han ampliado las viejas recetas maltusianas que predican que lo que sobran son seres humanos.
La maloliente atmósfera de su putrefacción y el significado del “capitalismo que vendrá” que están propagando, no es más que la justificación de la destrucción de fuerzas productivas.
Lejos están de solucionar la crisis estructural y sus consecuencias, sus clamores solo apuntan a perpetuar la dominación de la oligarquía.
Por ende la lucha contra las imposiciones de los monopolios a los trabajadores y el pueblo tendientes a reducir salarios, a exponerlos a las insalubres condiciones sanitarias, a condiciones laborales extremas es al mismo tiempo un terreno donde la correlación de fuerzas para avanzar en la destrucción de estas relaciones de dominación y explotación -que hunden a los pueblos- pueden construirse para avanzar en un proceso revolucionario que libere del yugo destructivo de este sistema social caduco por una sociedad socialista.
Donde la riqueza social sea distribuida socialmente para satisfacer las necesidades humanas, donde los medios de producción y distribución -que son las palancas de la dominación del capital sobre el trabajo- pasen a manos de los trabajadores y el pueblo.