Cuando Alberto Fernández afirmó (en la conferencia de prensa del viernes pasado en referencia a la cuarentena) que “estamos logrando los objetivos” lo hizo en respuesta a las insistencias por “abrir más la economía”.
Las facciones monopolistas más concentradas están detrás de todas esas manifestaciones que, aunque aparezcan como presiones sobre el gobierno, son reflejo de sus disputas por la concentración del capital y centralización de los recursos del Estado que van a parar a sus bolsillos. Las mismas a las que el gobierno como perro fiel responde con unas u otras medidas.
El subsidio para sostener el 50% del salario que se ha otorgado solo a determinadas empresas monopolistas en tiempo récord y la consecuente rebaja del 25% firmada por la triple alianza (monopolios, gobierno, sindicatos) es un claro ejemplo de ello.
La política de control social -que está muy lejos de ser preventiva y sanitaria- hace posible con las rebajas de salarios, las suspensiones de trabajadores sin goce de sueldo, los despidos y la extorsión, imponer condiciones de flexibilidad laboral más agudas y siniestras. La promiscua política inflacionaria que sigue su trayectoria ascendente, seguida de cerca por la continua devaluación de la moneda que no solo acrecienta la desvalorización del salario, sino que incrementa además los niveles de hambre y pobreza de millones. Agregado a todo ello, el conjunto de quiebras de pequeños negocios y de empresas de todos los rubros con sus secuelas de pérdidas de puestos de trabajo, precarización, etc.
Toda esta crisis que aparece ante nuestros ojos con condiciones más y más dramáticas de trabajo y de vida a medida avanza la crisis es para Fernández que “estamos logrando los objetivos”. Varias conclusiones podemos sacar de esa frase, el lector podrá hacer ese ejercicio, pero al final del mismo todas se reducen a un mensaje: señores burgueses todo esto es lo que han pedido, aquí lo tienen y no se quejen.
Siempre a una distancia prudencial de los hechos y colocándose pretendidamente al margen de ellos (es decir, de las consecuencias y resultados que la crisis estructural ha generado) muy oportunista por cierto y para no arriesgar los consensos conseguidos a costa del Covid 19, maniobras pedidas prestadas a la propia crisis estructural y a la ideología que le es propia.
Intentan disimular sus culpas, sus incapacidades, sus incoherencias, sus acciones, sus debilidades y junto con ellas al propio Estado de los monopolios, al que veneran como un dios hacedor de todas las cosas, con relatos sobre las batallas que estamos ganado, etc… Por ello, frente al clima económico y político inestable que son impotentes de contener por la crisis política que reina en las alturas, y dada la resistencia activa de los trabajadores y el pueblo, también tienen un peso específico en el día a día más concreto. Eso es lo que estrecha sus marcos de engaños y maniobras precipitando más crisis política entre los de abajo y los de arriba. Fernández ya no puede dejar de reconocer que la “economía preocupa mucho” pero para que no queden dudas respecto de la distancia que pretende sostener como Estado agrega: “por ello hemos prestado atención a aliviar a quienes lo necesitan”.
Si el lector ha sacado las conclusiones pertinentes de lo escrito más arriba verá que los monopolios son los más aliviados por las preocupaciones económicas del gobierno.
Porque el Estado no es árbitro ente las clases laboriosas y la burguesía monopolista. Menos aún entre la clase que produce la riqueza social que se apropia el burgués por medio de la explotación.
En épocas de crisis el despojo a la clase obrera, a su salario y demás condiciones conquistadas es aún mayor y cruento. Por lo tanto, el aparente papel de árbitro del Estado queda para los ilusos que veneran al Estado burgués y para las meras frases formales como las que acostumbra a decir el presidente. El Estado de una época es de la clase dominante de esa época. En la época de capital monopolista el Estado es de los monopolios.
Si el Estado otorga ayuda social económica a trabajadores desocupados o a sectores populares muy carenciados y empobrecidos en forma de bolsones de mercadería, de ninguna manera es para combatir las causas que generan la pobreza y el hambre. Ni mucho menos por una cuestión humanitaria, sino para contener las posibilidades de movilización y lucha de masas, para desde su propaganda ideológica buscar naturalizar el hambre y la pobreza, como condición que no puede ser revertida.
La demagogia política y el oportunismo que le es propio a todos los funcionarios y gobernantes de turno es equivalente al papel de los inquisidores en la Conquista: convencer (en este caso) que el capitalismo es la mejor de todas las religiones, tal como hacían los inquisidores contra las creencias de los pueblos originarios, y si era necesario con encierro y persecución.
En cambio, las ayudas multimillonarias que perciben los monopolios en forma de subsidios, en préstamos, en bonos y deudas, en descuentos impositivos, son transferidos a costa del pueblo. Lejos están de ser paliativos de contención como se hace con el pueblo. Esas ayudas y alivios son, por el contrario, para desarrollar más capitalismo. Y no cualquier capital sino facciones y sectores determinados de él, es decir, los sectores que dominan el Estado. El Estado es de los monopolios, por lo tanto el gobierno y sus funcionarios están a su servicio. Con lo cual tenemos que el tan mentado Estado lejos de ser un instrumento de paz social como nos dice Fernández y los demás mentirosos profesionales que lo rodean, es concretamente un instrumento de guerra contra el pueblo laborioso.
Por un lado llevan adelante sus planes contra la inmensa mayoría de los trabajadores y el pueblo para someterlos a condiciones de explotación y pobreza y sofocar sus luchas. Por otro lado van contra sus propios competidores dentro de la misma burguesía monopolista.
El cuadro general que tenemos para adelante en manos de esta lacra es más capitalismo, con su secuela de barbarie y destrucción. Por el contrario, por medio de una revolución social -que se base en la experiencia adquirida por los trabajadores y los pueblos, en la organización misma que la propia producción ha ido inculcando- y que construya un estado revolucionario que elimine de cuajo la explotación asalariada, la propiedad privada de los medios de producción y junto con ello el sistema de apropiación de la riqueza social a manos de unos pocos, que se alza sobre él y que haciendo coincidir la producción social con las necesidades sociales, desarrolle una sociedad sin explotadores ni explotados.
El único medio para llegar a ello es la toma del poder por medio de una revolución. ¡Cómo no vamos a hablar de revolución! si las supuestas “soluciones” dentro de un sistema social agotado y caduco hace rato han desaparecido.