Cifras. Números. Para el capitalismo y su clase dominante, se trata de eso. Así ha sido desde el comienzo y, de hecho, si algo caracteriza a la burguesía es su circunspección calculadora, la obsesión por el cálculo, la evaluación de los “riesgos”, la cuota de ganancia. Hoy pareciera que toda la realidad se pudiera traducir en su equivalente numérico. Así lo reflejan los medios de comunicación todos y cada uno de los días, de estos días que se nos hacen tan extraños en el contexto del llamado aislamiento social. Entonces, hablamos en cifras y, al hablar en cifras, a veces corremos el riesgo de olvidarnos del contenido de lo que se dice y de lo que se piensa. Hoy observamos con atención los números de la pandemia: tantos contagiados, tantos muertos, tantas suspensiones, despidos, y quizá perdemos de vista aquello que estamos contando, numerando. Se trata siempre de vidas humanas. Es necesario que hagamos el ejercicio espiritual y emocional de la empatía.
La clase trabajadora y el pueblo sabemos de qué se trata porque lo vivimos a diario. Detrás de los números que agrietan el alma, que estremecen la fibra más íntima de nuestro ser, hay personas. Seres humanos que sufren, que padecen, que enferman, que viven una existencia de angustia y desolación, que mueren.
Cuando nos ponemos a leer, por ejemplo, las proyecciones que realiza UNICEF Argentina con respecto a la niñez y la adolescencia para fin de este año, debiera intentarse ese ejercicio de compenetrarse con el otro, pero resulta difícil e inquietante: se calcula (y las cifras son aproximadas, ya que no hay datos claros acerca de la realidad del interior del país) que casi 8.000.000 (sí, ocho millones) de adolescentes, niños y niñas serán pobres en Argentina para finales del año. Esto representa el 59 % del total de ese colectivo, si queremos hablar de cifras. El capitalismo es implacable: condena a la pobreza endémica (una pandemia mundial realmente es la pobreza), al hambre, a la indigencia, a la falta de educación, de vivienda, de futuro, a millones de personas que mañana serán mayores.
Los medios dicen que este será el resultado futuro de la crisis por la pandemia del coronavirus: error. La crisis es anterior y en todo caso acelerada, agravada por la situación producida por el Covid-19.
Al gobierno poco le importa ya que, como buena democracia representativa, los elegidos de hoy hacen exactamente lo mismo que los elegidos de ayer: sirven de modo sistemático a los intereses de los grandes grupos económicos, cada vez más concentrados.
Entonces, en lugar de preocuparse por esta grave situación provocada por ellos (burguesía y gobierno títere de turno) ¿qué hacen hoy el buen Alberto y su equipo de notables? Ayudan a las grandes empresas con exenciones impositivas, les pagan en muchos casos hasta el 50 % del salario neto de trabajadoras y trabajadores, les evitan la carga de los aportes patronales. Total, Anses paga, es decir, lo que sale de nuestros bolsillos en todo el país.
Entonces Alberto, el nuevo “piloto de tormentas” que, haciendo gala de su valentía verbal y de su compromiso (también verbal) con el pueblo, los llama “miserables” para la tapa de los diarios y los portales de internet, pero les pasa el sobre, como se dice, por debajo de la mesa.
Entretanto, el “gobierno nacional y popular” le da a la gente desesperada por el desastre económico, en el “mejor” de los casos 10.000 pesos por mes y bolsones de comida de baja calidad. De este modo, los “miserables” son realmente los únicos que se benefician de la política económica de un gobierno que sirve a sus intereses, mientras el pueblo sufre las graves consecuencias de una crisis que en todo caso la grave pandemia desnuda de manera más cruda, más aterradora y cada vez de futuro más incierto.
Porque detrás de las cifras está la gente, el pueblo laborioso, la niñez, la adolescencia de nuestro país que, como dicen los medios con sus números, se hunde en la miseria y la desolación. Sin futuro. ¿Podemos detenernos a pensar en eso, aunque sea un minuto al día, para ponerle nombre a esos números que enumeran una realidad inocultable? Qué difícil. Es difícil porque ese ejercicio de empatía genera angustia. Sin embargo, resulta de absoluta necesidad porque de esos sentires debe estar alimentado el corazón de quienes queremos una revolución.
Porque la angustia se resuelve con la acción. Sino, paraliza y se vuelve inútil. Por lo tanto, no se trata de hacer este ejercicio de empatía para lamentarnos simplemente; el sentir con el otro, palpar su padecimiento, nos debe conducir a la acción. Para nuestro Partido claro, se trata de la acción revolucionaria, es decir, algo que cambie radicalmente la realidad de hoy.
El virus es el capitalismo, no hay dudas. La burguesía echa mano a todo lo que tiene para salir de su grave crisis política. Elabora discursos, inventa renovados argumentos, encuentra nuevos culpables. Quédate en casa. Muy bien, pero si me quedo en casa no como. Los 10.000 pesos miserables no alcanzan.
Bueno sería que el “buen” Alberto y los grandes administadores de la política que le rodean se mudaran al barrio Mugica en Retiro, (para tomar un ejemplo entre cientos) a vivir a una de esas confortables casillas, sin agua potable, sin Hospital en el barrio, y podrían promover que el Jefe de Gobierno sea vecino también, a ver cómo se las arreglan.
Uno se pregunta qué comen y cómo se educan sus hijos, de qué comodidades gozan, en qué casas viven. Pero eso sí, nos aseguran que el futuro va a ser mejor si el esfuerzo lo hacemos todos. En las condiciones en que ellos y ellas viven, hacer el esfuerzo es muy fácil. Así lo plantea la burguesía: el esfuerzo lo hacemos todos, como sociedad. Pero la realidad es que los platos rotos siempre los pagamos los mismos.
Nos plantean que se trata de una crisis sin precedentes, tratando de hacernos creer que la culpa es del coronavirus. No hay consumo, las empresas quiebran, los despidos son inevitables, nos dicen, pero el gobierno hace el gran esfuerzo de acompañarnos mientras nos quedamos en casa y cada vez más trabajadoras y trabajadores no esenciales (que de repente, no sabemos cómo, se transforman en esenciales) salen a trabajar para alimentar la producción de mercancías innecesarias.
Quedémonos tranquilos en casa, nos repiten una y otra vez por los medios masivos de comunicación, que el Estado te banca: si no salís, hacés tu parte en esta guerra contra el enemigo invisible, nos dicen quienes dicen representarnos en los paneles de los programas de todo tipo, porque saben muy bien que el programa termina y se van a sus casas confortables, ellos, miserables de alma que son los verdaderos beneficiarios de las bondades del Estado de los monopolios. Miserables. Se llenan la boca hablando de la democracia y del pueblo, pero lo único que hacen es garantizar los negocios de la burguesía.
¿Sabrán, podrán entender que los pueblos se hartan, se enervan, y terminan por rebelarse? El pueblo argentino está mostrando su entereza y su solidaridad, no quedándose en casa, sino saliendo a organizar las ollas populares, a protestar por el despojo del que es víctima, a participar en los barrios para ayudar a los más desposeídos. El pueblo laborioso muestra su poder de lucha en gran número de conflictos en los que manifiestan su organización en asambleas y decisiones que trascienden la intervención de los sindicatos cómplices de los empresarios.
Estas manifestaciones populares son justamente acciones: más o menos organizadas, más o menos intensas, gérmenes que se vienen desplegando desde hace bastante tiempo (porque la crisis no comenzó con el coronavirus) en toda la extensión del territorio. Lo mismo pasa en diferentes partes del mundo.
Entonces, sostenemos, se trata de un enfrentamiento de clase contra clase: unidad, organización, solidaridad y acción. La burguesía también se organiza y lleva adelante sus acciones: amedrenta, militariza los barrios, baja los salarios, destruye fuerzas productivas en la desesperada intención de sostener su poder de clase dominante. Opera en todos los frentes: el económico, el ideológico, el represivo.
Pero su crisis es fundamentalmente política. Ese es el fundamento de su desesperación. Ese es el eslabón más débil. Ese debe ser el punto de arremetida, y es por ello que hoy más que nunca decimos que ya es hora de la rebelión de las bases. Porque queremos vivir en una sociedad diferente, en la cual la producción social esté al servicio de la satisfacción de las necesidades humanas y no de la ganancia de unos pocos miserables.