Como señaláramos en una nota reciente, las protestas que recorren a lo largo y a lo ancho el territorio de los Estados Unidos requieren necesariamente que miremos con atención ese movimiento de masas.
El crimen de George Floyd, perpetrado por la policía, reavivó la mecha de la indignación popular y se produjo el estallido. Hace ya varios años que la situación del pueblo trabajador norteamericano viene empeorando: la crisis económica mundial, de carácter estructural, ha deteriorado las condiciones de vida de las mayorías populares en todo el mundo, y Estados Unidos no es la excepción. Como tampoco lo es el hecho de que, como en cualquier parte, recurra el Estado a las medidas represivas que considera necesarias para sostener los privilegios y el poder de la clase que lo controla y lo utiliza a su servicio, como organismo de dominación: la burguesía monopolista. Interesante cuestión que nos deja una enseñanza: la democracia burguesa no deja de ser una forma de dictadura, por más atuendos adornados de insignias de la libertad que se ponga. Si la clase dominante ve en peligro su hegemonía, si las cosas se salen de cauce y no alcanza con la democracia representativa para ejercer su poder y mantener sojuzgadas a las mayorías explotadas y oprimidas, muestra los dientes del aparato represivo del Estado sin el menor miramiento por esos valores tan enaltecidos que dice defender. En Argentina, y solo para tomar un ejemplo, los gobiernos civiles que se vieron desbordados por la tensión de la lucha de clases fueron sucedidos en varias ocasiones por dictaduras militares que activaron el funcionamiento del Terrorismo de Estado. En Estados Unidos, no habrá dictaduras militares pero, si el nivel de enfrentamiento elevado por esa lucha lo requiere, el Estado despliega su poder represivo, como lo podemos observar claramente en estos agitados días en el país del norte. Pero la lógica es la misma. Por ello decía Lenin que la democracia representativa es la envoltura política del capitalismo.
En Estados Unidos nos encontramos con un fenómeno social que complementa el cuadro y resulta central para entender esta realidad: es la idea de raza, y el propio racismo, entendidos como una forma de dominación social que involucra, claramente, relaciones de poder. Esta idea se encuentra presente ya desde la época colonial, pero se afianza cuando el sistema de producción esclavista estaba ya bien consolidado. En realidad, el racismo en Estados Unidos creó la ilusión de equiparar las relaciones económicas y políticas entre hombres libres de distintas capas sociales, como pequeños agricultores y grandes dueños de grandes extensiones de tierra (plantadores ricos). El temor al levantamiento de pequeños productores y colonos blancos pobres contra la gran propiedad era mucho más grande que el que podía ocasionar una rebelión por parte de los esclavos que, dicho sea de paso, alimentaban con su producción en las enormes plantaciones de algodón del sur de lo que iba a ser Estados Unidos a partir de 1776, las fábricas inglesas de la Revolución Industrial. Sin que nos extendamos demasiado en la cuestión, de interesantes referencias históricas, el racismo que, digamos, se orientó desde un comienzo hacia los pueblos originarios, pasó luego en tanto categoría ideológica a contener el enfrentamiento entre blancos pobres y blancos ricos, dirigiéndose hacia los afroamericanos, tanto libres como esclavos. De ese modo, la burguesía se las ingenió para evitar un enfrentamiento de clases, otorgando algunas “ventajas económicas” a los pequeños productores, garantizando la necesaria paz social para continuar obteniendo ganancias extraordinarias. Así fue por ejemplo que la clase dirigente de Virginia proclamó que todos los hombres blancos (ricos y pobres) eran superiores a los afroamericanos, localizados ahora como el enemigo común. Así se fue creando el ideal de supremacía blanca, sostenido desde una identificación común, que tenía como meta la construcción de la gran nación. Luego vendría la guerra civil, en la que se decidió el modelo de país industrial del bando burgués triunfante por sobre el modelo agro exportador y esclavista del sur derrotado. Pero esa es otra historia.
La cuestión es que el racismo como ideología terminó por afianzarse. Se calcula que entre 1830 y 1950 fueron linchados más de 4.000 afroamericanos en Estados Unidos. Si bien un conjunto de disposiciones (desde Abraham Lincoln) acabaron con la esclavitud, siendo que en 1870 la consagración de la decimoquinta enmienda elevó a la población negra a la condición de ciudadanos, como forma necesaria de avanzar en la implementación del trabajo asalariado para desarrollar el capital. Lo cierto es que el sur, derrotado en cuanto a las relaciones de producción por las que velaba, terminó por imponer la ideología racista que se mantuvo y se mantiene hasta hoy como forma de dominación y división del proletariado, como así lo demostró, en su momento, la creación del Ku-Klux-Klan, y hoy el asesinato de George Floyd a manos de la policía segregacionista del Estado burgués.
En el medio, el sur se las arregló para obtener toda una serie de disposiciones legales para segregar a la población negra (desde los antiguos Códigos Negros hasta las leyes de “JimCrow”, que sostuvieron el sistema de segregación racial conocido como “separados pero iguales”).
El crimen ocurrido hace unos días en Minneápolis podemos entonces leerlo en clave de dos aristas: el tema racial, que lo ubica claramente como un crimen de odio, y como un hecho que desencadenó toda una serie de manifestaciones que dan cuenta del proceso de ascenso en la lucha de clases que viene sucediéndose en los Estados Unidos y en todo el mundo, que incluye lucha tenaz del movimiento afroamericano por sus derechos.
Ambas aristas se relacionan: el racismo en Estados Unidos se constituyó como ideología y estrategia de dominación para dividir a la clase. Así ha sido desde el comienzo de la historia de ese país, que ha llevado al martirio de mujeres y hombres afroamericanos durante décadas y décadas, hasta hoy, como lo demuestra la violencia policial que se ejerce contra esa comunidad en especial.
Pero no perdamos de vista el fondo de la cuestión: detrás de la indignación por el crimen se manifiesta con fuerza la lucha del pueblo en su afán de conquista de las libertades políticas que hace hoy de la burguesía a la clase temerosa no solo en Estados Unidos, sino en todo el orbe porque, como ya señalamos, la lucha de clases se tensa y se agudizan los niveles de enfrentamiento.