Con el anuncio del pago del aguinaldo en cuotas a los trabajadores estatales, el gobierno nacional decreta de hecho la utilización de ese mecanismo en toda la actividad económica. Los medios burgueses afirman que la medida dará el plafond para que los gobiernos y municipios actúen de la misma manera (algunos gobernadores, como el de Mendoza, ya lo habían anunciado); pero lo que no dicen es que la misma es la campana de largada para que en la actividad privada se siga el mismo accionar, con la excusa de la pandemia.
Esta decisión se suma a la de otorgar un miserable aumento de 6% a los jubilados. Se confirma que en lo que respecta a los ingresos de los trabajadores la plata nunca alcanza, mientras para la ATP y para rescatar empresas en bancarrota nunca falta.
Las decisiones del gobierno, en todos los planos, son presentadas por sus adherentes como las de una fuerza que se enfrenta a otras fuerzas más poderosas. Así, el presidente Fernández vendría a ser una suerte de Robin Hood que desde su función presidencial intenta sacarles a los ricos para repartir entre los pobres.
De ser cierta esta teoría, no le estaría yendo bien en su cruzada.
Lo que en realidad sucede es que el gobierno no está por fuera de las disputas intermonopolistas; es parte de las mismas y sus decisiones están cruzadas por innumerables intereses que pelean para, desde el Estado, imponerse al contrincante.
La presentación de Fernández como un defensor del interés de las mayorías intenta ponerlo por fuera de esas disputas, cuando es parte intrínseca de las mismas dado que su gobierno representa intereses monopolistas enfrentado a otros intereses de la misma índole.
Los discursos de representar a “todos” se esgrimen para describir una falsedad absoluta, dado que el propio carácter del Estado burgués monopolista impiden la neutralidad. No es verdad que el gobierno está entre fuego cruzado luchando por salvaguardar los intereses de las mayorías, sino que mientras actúa en defensa de alguno de los intereses monopolistas intenta presentar esa actuación como una lucha en la que “quiere hacer más, pero no se lo permiten”.
Esta vieja escuela del bonapartismo argentino se ve atravesada por una profunda crisis política por arriba, que se potencia por la revitalización de la lucha de masas por abajo.
Cuando la lucha de clases se agudiza el papel de las mismas comienza a correr los velos que hasta ayer servían para disfrazar mentiras. En todo caso, esas mentiras persisten pero su incidencia comienza a perder peso por la propia experiencia acumulada y la experiencia actual del movimiento de masas.
Pero junto a esa experiencia es indispensable que los revolucionarios aportemos a desnudar más rápido las mentiras. Para ello las tareas inmediatas que tenemos por delante son las de impulsar y/o acompañar cualquier acción, por mínima que parezca, para enfrentar las decisiones de los monopolios y su gobierno, al mismo tiempo que re redoblamos la lucha política e ideológica incesante para que el movimiento tenga la posibilidad material de romper con las mentiras y los discursos de la burguesía para comenzar a transitar un camino de independencia política que facilite el avance hacia nuevos horizontes de lucha, que tengan que ver con los intereses reales de la mayorías.
Esa independencia política de la que hablamos será posible de alcanzar si los revolucionarios la mantenemos en forma consecuente y activa, aferrando nuestro accionar y nuestras políticas al terreno de lucha política e ideológica intransigente con el gobierno de la burguesía monopolista.
Cada acción, cada denuncia, cada iniciativa deben ser realizadas desde esa conducta política, que permitirá al movimiento de masas sintetizar más rápido la experiencia y dar pasos concretos en la organización que se despoje de las falsas ilusiones que la clase dominante intenta que mantengamos.