Según el diccionario, seguro significa “estar exento de peligro o riesgo”. Si pensamos en cómo se desenvuelve nuestra vida en la sociedad capitalista bajo la dominación de los monopolios, queda más que claro que la inseguridad nos rodea.
La inseguridad que sufrimos comprende -pero no se agota- en las situaciones que a diario nos muestran los medios relacionada a la delincuencia cotidiana. La inseguridad abarca también muchas otras cosas de las que el poder no habla, ni quiere que se hable.
El pueblo trabajador soporta la salvaje agresión en hurtos, robos o salideras bancarias, así como padece los terribles fallecimientos por accidentes de tránsito. Esto es muy grave y lamentables son las vidas que se pierden. Al igual que la que se pierde en un accidente laboral, o por enfermedades curables, o las que causa la miseria, la desnutrición, o la ausencia de prevención para enormes sectores de la población; la falta de recursos materiales y humanos en la atención de la salud y la lista podría continuar.
Desde que nos despertamos, vivimos en la inseguridad total, no sabemos cómo será viajar a nuestros trabajos, corremos para no entrar tarde y así correremos el resto del día. Corremos en nuestro puesto de trabajo, sometidos a una presión constante por la producción, no tenemos la seguridad de estar bien alimentados, mientras en nuestras casas los servicios públicos más elementales no nos dan la mínima seguridad de funcionar en regla.
Más allá del enorme esfuerzo que hacen nuestros docentes, no estamos seguros que nuestros hijos reciban la educación que se merecen y tampoco estamos seguros que el colegio esté abierto o que funcionen sus instalaciones.
No estamos seguros de ser atendidos cuando nos enfermamos, ni estamos seguros que los centros hospitalarios tengan las condiciones para brindar un servicio básico. No estamos seguros tampoco de tener los bonos y formularios que nos exigen las obras sociales, pero sí sabemos que sin ellos no habrá atención por más enfermos que estemos.
No estamos seguros que tengamos un futuro, si miramos como tratan a los pobres jubilados, ni estamos seguros de conservar el empleo, a juzgar por la picadora de carne que son los centros laborales. Claro está que la seguridad no nos acompaña, aún en el caso de “tener la suerte” de no haber sufrido ninguna clase de robo o accidente.
Vivimos en un sistema que para tener la seguridad de embolsar ganancias millonarias no duda en condenar a la más absoluta inseguridad a millones. Porque su seguridad es nuestra inseguridad y nuestra seguridad es precisamente su inseguridad.
Por eso más allá que predominen las posiciones “garantistas” o “manosduras” (el mismo perro capitalista con distinto collar) no es para combatir el delito, no les interesa en lo más mínimo, de hecho, en muchísimos casos las propias fuerzas de seguridad no sólo son cómplices sino hasta promotora de esos delitos.
Los desinformadores seriales de la clase dominante nos presentan el “problema de la inseguridad” casi como si fuese parte de la naturaleza del ser humano, como si fuera una cuestión irreversible que nunca va a cambiar. Pero la única realidad es que la inseguridad es producto de los propios pilares fundamentales del sistema capitalista y que la burguesía aprovecha para su propia dominación sobre el resto de la sociedad, tanto en el terreno político como en lo ideológico. Muchas de las cosas que drenan los medios masivos de la burguesía (por no decir todas) buscan sacar del foco del debate los temas centrales y generar confusión. Se utiliza ese mecanismo para “crear la agenda”, como dicen.
Hace algunas semanas atrás tuvo amplia difusión el caso de un violento asalto ocurrido en la localidad de Quilmes, en el sur del Gran Buenos Aires, lo que generó intensos debates en los medios de comunicación y en las redes sociales.
Millones de televidentes empujados a definir respecto a “si estaba bien o estaba mal lo que hizo el jubilado”, en una especie de trivia “agrietada” en blanco sobre negro intentando que el debate se circunscriba exclusivamente a eso. Y punto. Un debate funcional al sistema que no tiene resolución en los marcos actuales y que nos corre definitivamente de todos los debates de fondo.
No estuvo ausente la fácil asociación entre “crisis económica e incremento de la criminalidad”, insistiendo con especial interés en un aspecto central, que se expone sin ningún pudor: la crisis económica es severa y se viene peor, por lo tanto, la gente va a salir a cometer delitos contra la propiedad y esto con una supuesta violencia inusitada.
Uno podría pensar que en los años 2000-2001, en cuanto a los homicidios dolosos, deberían haber aumentado de manera exponencial. Sin embargo, no fue así. Puede que aumenten los delitos contra la propiedad en tiempos de aguda crisis económica, pero no los homicidios. Sin embargo, los medios de comunicación resaltan la violencia de los incidentes y los crímenes. Cuando vemos las noticias, los medios de desinformación y manipulación actualizan el miedo todos los días. El capitalismo necesita del crimen, de la inseguridad, de la delincuencia, todo eso le es muy útil a este sistema. Y de paso estigmatiza a toda la juventud asociándola directamente a la delincuencia.
Por otro lado, la delincuencia produce dinero: hace que jugosos negocios ilegales sean parte de la lógica del sistema. Trata de personas, tráfico de drogas y de armas, delitos que vienen creciendo en todas partes y especialmente en América Latina. La delincuencia también engrosa las filas de las fuerzas de choque de rompehuelgas, de apoyo mafioso a políticos, empresarios y sindicalistas, como bien sabemos. Los barrabravas son un claro ejemplo de lo que estamos diciendo. La inseguridad es sinónimo de un sistema decadente y putrefacto, tanto como que detrás del “gatillo fácil” está el Estado de los monopolios.
La burguesía trabajará siempre en defender los intereses de su clase. Este sistema no nos dará ningún tipo de salida, al contrario. Este sistema es inseguro y eso se va a seguir profundizando.
Debemos entender en profundidad lo que está pasando y se expresa cuando la protesta social se manifiesta también en el reclamo por la inseguridad, en el marco de una problemática social cada vez más agravada. La inseguridad cotidiana es parte de las demandas de los trabajadores y el pueblo más allá que en el devenir aparezca todo “mezclado”, pidiéndose más policías o quemando una comisaría. Es legítimo el reclamo por más seguridad más allá de cómo se dé. Lo que muchas veces ocurre es que el movimiento de masas busca de alguna manera resolver el problema que el Estado de los monopolios no resuelve.
Por eso no debe sorprendernos que la bajada de línea de la burguesía apunte al disciplinamiento social sobre todo dirigido a las barriadas populares, aunque no exclusivamente. Una de las causas de esto es justamente que no tiene consenso social para reprimir la protesta social, no hay plafón ni consenso político para eso; y allí en donde lo ejecutan, inmediatamente se les vuelve en contra.
Y allí es en donde vemos que la organización de masas de los sectores populares, colectiva, para su defensa tiene una resolución particular en cada lugar. Eso está muy bien y tenemos que alentarlo. A la vez que debemos ampliar el debate y plantear que la única solución para este flagelo, como para tantos otros del capitalismo, está en la salida revolucionaria, donde el epicentro de la nueva sociedad sea el hombre y no la ganancia.
Cabe la pregunta: y en él mientras tanto, ¿qué hacemos? Los problemas de la inseguridad los tiene que tomar el pueblo movilizado y organizado, en sus manos. Es la única manera de ponerle un freno paliativo. Y lo más importante es que en dicho ejercicio movilizador y de organización entre los vecinos para defendernos de la delincuencia vamos ejercitando, haciendo experiencia y ganando también en conciencia que no necesitamos del capitalismo para resolver nuestros problemas.