Casi como “regla general” la burguesía sabe que para aplicar una rebaja salarial hay que disciplinar al proletariado. Para eso su objetivo será quebrar la organización independiente de los trabajadores. Ajuste y disciplinamiento son dos caras de una misma moneda. Y actúa en consecuencia no sin enfrentar los inconvenientes políticos a los que se enfrenta, dado que nuestra clase obrera y nuestro pueblo están muy lejos de haber sido domesticados y de aceptar resignar las conquistas fueron arrancadas a base de lucha y organización y no de la “bondad” burguesa.
El mundo capitalista está en tembladeral económico de magnitudes nunca antes vistas. En ese mundo se mueve el capital monopolista y los países. Loss obreros y pueblos de los mismos somos una ficha más del ajedrez que ellos juegan en el tablero planetario. Pero ese ajedrez está atravesado por la lucha de clases y entonces una cosa es lo que ellos necesitan hacer para sostener sus ganancias y otra, muy distinta, es lo que puedan hacer políticamente para lograrlo.
Esto que tan claro tiene la clase dominante es lo que debe tener claro el proletariado. El debate político en el seno de los trabajadores debe girar en torno a estos temas para saber qué enfrentamiento debemos sostener y cómo hacemos para organizar nuestras fuerzas.
De lo contrario estaremos yendo a la zaga de los acontecimientos; analizando equivocadamente si habrá más o menos producción, si se venderán más o menos productos, si habrá o no habrá despidos, etc. Y en definitiva, se termina analizando la lucha de clases desde los intereses de la clase dominante, que es lo que la burguesía quiere, y no desde los intereses políticos y de clase del proletariado.
Un franco y abierto debate sobre estos temas y sobre los caminos para seguir organizándonos en el seno de la masa proletaria, sin subestimación de ningún tipo, es la tarea inmediata a emprender.
Debemos elevar la mirada de la lucha cotidiana y aprestarnos a entrar en una abierta contienda política que enfrente, en todos los planos necesarios, las políticas de la burguesía que intenta doblegar al movimiento de lucha existente. Eso nos pondrá en inmejorables condiciones, como clase, para levantar una bandera de salida real para el conjunto de los trabajadores y demás sectores populares.
El paso indispensable para ello es ubicar el problema de la unidad de la clase obrera en la etapa que está atravesando la lucha de clases en la Argentina. Nuestro Partido, al igual que otros sectores y destacamentos revolucionarios, no dejamos de plantear y trabajar permanentemente por la necesidad de la unidad de la clase obrera. Pero este planteo no se puede dar desde la generalidad, y por lo tanto caer en el riesgo de una formalidad sin ningún tipo de contenido que no llegará más allá de un simple discurso declamativo por más justo que parezca, o de conglomerados de activistas sindicales y de todo tipo que expresen la orgánica partidaria.
De lo que se trata es de que tal unidad sólo se puede materializar desde lo más profundo del seno de las masas, en un momento y estado de ánimo de las mayorías que caracterizamos como de resistencia activa pero que va presentado varias facetas alentadoras tanto en lo político como en lo metodológico, y que caminan en una misma dirección.
Las aspiraciones de una gran unidad nacional de la clase obrera que exprese un carácter orgánico, debemos comenzar a construirla desde un concepto de poder local. Es decir, de la fábrica a las fábricas de la zona. Probablemente en una primera etapa solamente se dé en la relación de un grupo de trabajadores con otros y de tan sólo 2 ó 3 empresas, pero es desde tal nacimiento donde las perspectivas se van a ir ampliando en el terreno organizativo de la unidad, una unidad que al principio no tenga el suficiente poder de convocatoria sí va a ir cimentando las bases fundamentales de los masivos y genuinos enfrentamientos.
Desde tal concepto vamos desechando la construcción de la unidad desde un sentido superestructural, donde las masas terminen (por más sanas intenciones) siendo convidadas de piedra, y por lo tanto tales organizaciones terminan careciendo de la fuerza suficiente recurriendo, de última, a los aparatos partidarios para tener “fuerza” con el afán de poder sostener una medida, y con las masas como “observadoras”.
Es un “clásico” que los sectores economicistas y reformistas sean los principales portadores de estos criterios, porque no comprenden (o no les interesa) que una cosa son las herramientas genuinas de las masas y todas sus más variadas formas de organización, y otra es el partido con aspiraciones revolucionarias que orienta, brinda un proyecto político, impulsa y aporta en organización, pero de ninguna manera hace la “confusión” del partido y las organizaciones de masas como que son una misma cosa, cuando no lo son.
Son herramientas contradictorias entre sí pero no antagónicas, donde conviven las unas con la otra, donde la política del partido ayuda a elevar a la otra, y ésta, a su vez, se transforma en el actor protagónico; y es ahí donde la experiencia de las masas se desata y manifiesta en toda su grandeza, gana en conciencia al tiempo que desata superiores y nuevos saltos en cantidad y calidad que profundizan junto al partido la claridad de la revolución y los problemas que la aquejan.
Se da y existen encuentros de diferentes delegados y activistas de fábricas de carácter nacional, pero las masas que “representan” no son ni arte ni parte de dichos encuentros, y menos aún de las resoluciones, y las resultantes movilizaciones no pasan de ser de aparatos. Cuando hablamos de unidades del poder local debemos pensar en las vanguardias y las masas, aunque los resultados no aparezcan a la vista en lo inmediato.
Es una tarea “gris” pero es de todos los días, que va desde actividades de la vida social misma, que pasa por el deporte, lo cultural, los debates políticos, la lucha por los más diversos reclamos obreros y los concernientes a toda la población del lugar, y todo tipo de eventos vinculados permanentemente a hacer crecer los lazos de unidad de los trabajadores de la fábrica y de la zona. Y es desde estas actividades donde debe comenzar a proyectarse la unidad nacional, donde a partir de destacadas luchas de diferentes lugares del país se produzcan (como ya está sucediendo en el caso de los trabajadores de Algodonera Avellaneda, de Tenaris en Villa Constitucion, de los mineros de Salta, de los obreros de Dánica, de Glencore, entre otros) pronunciamientos de solidaridad, incluso actos de acción directa (si da la correlación de fuerza), acercamientos entre lo más genuino de los dirigentes de masas con esas luchas que comiencen a hilvanar relaciones e intercambios de experiencias, pero con el timón firme en el desarrollo local aprendiendo y ganando experiencia de las luchas desatadas. Hablamos desde esa práctica, la unidad y la solidaridad se están manifestando embrionariamente pero ya están entre nosotros.
La clave está en la unidad con masividad, en un momento donde la puja de la burguesía por domesticar y aplastar las organizaciones de los trabajadores que están surgiendo. Si centramos el esfuerzo en ir entretejiendo la unidad de lo pequeño a lo grande, en un hecho, en un momento de la lucha, se va a condensar la acumulación de años de experiencia en una gran unidad de toda la clase obrera argentina como ya ha quedado demostrado en otras etapas históricas de la lucha de clases en nuestro país.