Compañero Horacio Romero: ¡Hasta la victoria siempre!

Cuando me dijeron “tenés que ir a Ramallo, hay un cumpa histórico que nos contactó”, nunca se me hubiera cruzado por la cabeza la fortuna de haber conocido al viejo.

En las largas charlas a las que siempre nos tenía acostumbrados (siempre peleándole a esos pulmones casi destruidos) tres cosas nunca faltaban: el mate amargo, su convicción revolucionaria inquebrantable y el amor y orgullo de pertenecer al Partido, al que le dio toda su vida.

Lejos estaban de ser simples anécdotas sus historias, era el debate constante y el aporte concreto de aquel trabajador de Fiplasto que supo organizar a sus compañeros en esos años tan duros, enfrentando la represión de la dictadura, que la cárcel ni las torturas pudieron quebrar su espíritu y sus convicciones revolucionarias.

Nunca le faltaría el respeto poniéndolo “en el bronce”. Su lucha, su vocación y sus convicciones revolucionarias siguieron firmes hasta el último aliento, incluso desde su silla, a través de su computadora cuando la enfermedad ya no lo dejaba hacer otra cosa.

¡Horacio querido, con el orgullo de poder llamarte compañero, hasta la victoria siempre!

Ese anciano

de cabeza pequeña y ojos saltones

con su piel de lagarto y la mitad de los dientes

pidió la palabra llegando al final

 

Ese muchacho

cuya historia desconozco

procedencia litoriana

con cauces de amor en las venas

y crecidas inundaciones de tristeza

asoma por la cortina

de la vidriera de anciana edad

 

Esa vidriera

que es proyección a futuro

abre su pupila al ver la luz más clara

luego de treinta y cinco años de insomnio

 

Esa pupila

que asomaba por los barrotes

de la tortura ciega

de la victoria prorrogada

del silencio en democracia

apunta fijo y ya es mirada

sobre el horizonte de las ideas

y la confianza en las masas

 

Ese hombre

con respiro quejumbroso, animado por una máquina

con sus pulmones arrugados

y la mirada renovada

pidió, llegando el final

pidió la palabra

 

Y con cada bala

que salía de su boca

dio las gracias a todos

por el alivio del corazón

del muchacho que corre en sus cauces

el anciano que muere jubiloso

y el hombre que respira futuro.

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