Desde hace ya algunas semanas se vienen manifestando en las empresas de todo tamaño una decisión por profundizar la aplicación de una reforma laboral de hecho. La pérdida del poder adquisitivo de los salarios producto de un aumento permanente en los precios de los alimentos, principalmente; la falta de o incumplimiento por parte de las patronales de protocolos sanitarios en los centros laborales que dispararon exponencialmente la cantidad de contagios; rebajas salariales amparadas en acuerdos espurios entre la CGT, el gobierno y las empresas; despidos y suspensiones. A todo ello se ha sumado una política generalizada en las fábricas por las cuales las patronales intentan llevar adelante rotación de tareas, cambios de turnos arbitrarios, aumento de los ritmos de trabajo para suplir la producción con menos personal.
En una palabra, todo un manual de procedimientos que la burguesía monopolista aplica para amortiguar la crisis capitalista aquí y en el mundo.
En nuestro país en particular venimos afirmando que la resistencia activa del proletariado crece día a día. A la respuesta inicial de enfrentar las decisiones empresariales por producir a como dé lugar poniendo en riesgo la salud de los trabajadores y sus familias, se le han sumado las luchas en contra de la aplicación de flexibilizaciones laborales como así también luchas por mejores salarios.
Los 80 días de lucha de los obreros de la minera Mansfield en Salta y los más de 70 días de la lucha de los obreros de Algodonera Avellaneda en Reconquista, Santa Fe, representan una avanzada que sintetiza miles de conflictos en todo el país.
La decisión de la burguesía monopolista de descargar la crisis sobre los trabajadores, con la anuencia del gobierno y la CGT no camina un lecho de rosas. Ellos necesitan “paz social” o, lo que es lo mismo, el disciplinamiento de la fuerza laboral.
Y no lo están consiguiendo.
Hoy por hoy, las decisiones de cúpulas por arriba comienzan a tener un efecto cada vez más insuficiente por abajo. Ello acompañado de nuevas instancias de organización de las bases que comenzaron siendo pequeños gajos y se van transformando en algunas ramas que brotan con la fuerza de lo nuevo.
La preocupación manifestada por varios exponentes de la clase dominante, con augurios cuasi apocalípticos, tienen intenciones varias (como lo expresamos en la nota de ayer). Pero reiteramos, lo que expresan es un problema de fondo: la burguesía necesita disciplina laboral y no logra imponerla como quisiera.
El proletariado industrial prueba fuerzas y en esa experiencia comienza a dar pasos de avance en la comprensión de su papel. Esto se da no sin dificultades; son muchas décadas en las que la clase dominante impuso su ideología en el seno mismo de la clase obrera. Todavía la conciencia para sí de la clase viene varios casilleros atrás de la lucha. Pero estemos convencidos que es esa lucha la que facilitará avanzar esos casilleros.
Para ello los revolucionarios debemos redoblar esfuerzos en elevar la cantidad y la calidad de la propaganda de las ideas revolucionarias en el seno de la clase obrera. En todas las formas: agitativa, explicativa, formativa, etc.
El objetivo principal debe ser profundizar la experiencia en la que la clase obrera entienda y ejercite su independencia política. Hay que seguir promoviendo la democracia obrera, la participación de las bases, la organización de base que desde cada empresa comience a vincularse con otras, extender las asambleas resolutivas con mandatos revocables a todos los ámbitos de la fábrica, debatir los problemas que interesan a la clase y no los temas que la burguesía nos mete todos los días para desviar la atención y la lucha.
La clase dominante comienza a sentir que su enemigo principal se viene desperezando. Allí está la causa principal de sus preocupaciones.