En los últimos meses nuestro Partido ha dado un importante paso en la vinculación y relación, con incipientes pero valiosos debates, con diferentes organizaciones, personalidades y militantes populares de diferentes países como Brasil, Chile, Bolivia, Colombia, Perú, Haití y Ecuador. Más allá de estos encuentros y los variados temas tratados, nos parece oportuno aclarar algunas cuestiones relacionadas con la violencia. Es un aspecto que nosotros lo tenemos asimilado pero es muy importante volver a insistir en algunas cuestiones para poder profundizarlas.
Como es sabido los países hermanos mencionados están inmersos en procesos de una dura represión violenta de parte de las clases dominantes, tanto en el terreno de las fuerzas estatales como para militares, crímenes específicamente en el terreno político y social, con prisioneros opositores, tanto por sus conductas de lucha contra las injusticias como por sus ideas políticas. Los mismos no constituyen hechos aislados, sino que ya pasan a ser políticas sistemáticas en el terreno de la represión. Hecho que por otro lado ya comienza a encontrar respuestas de carácter violento de masas en varios de países, donde podríamos citar a Chile como la experiencia más destacada de una lucha con enfrentamiento de masas por una demanda esencialmente política. Lo que nosotros denominábamos ya en los años 60 y 70 como violencia política.
No es la intención de esta nota hacer una descripción de la situación de los pueblos hermanos que sin dudas con el transcurrir de los acontecimientos iremos planteando, pero sí dejar sentado que son países que están sufriendo la más flagrante violación de los derechos humanos, donde los pueblos disputan los más elementales derechos políticos. Sumado a que -producto de las políticas de Estado degradantes de este sistema- habría que sumarle también la violencia social.
Y ahí vamos al tema de interés de estas líneas y la situación particular de nuestro país, con una historia plagada de violencia política. Que va desde quizás las más tremendas como la Semana Trágica, donde producto de la huelga de los metalúrgicos iniciada en 1919 asesinaron a 700 trabajadores; la Patagonia Rebelde en 1921, donde 1.500 peones rurales y obreros de frigoríficos fueron fusilados en esa huelga y así una sucesión de golpes y hechos políticos hasta la famosa huelga de la carne que desembocaría en el 17 de octubre, donde se abrió una fenomenal etapa de conquistas, truncada a los pocos años con el golpe militar de la “Libertadora”; los bombardeos a Plaza de Mayo asesinando cerca de 400 personas (nunca se supo a ciencia cierta las cifras de los muertos por los cuerpos desintegrados por las bombas) y con ello la creación de los comandos civiles que apaleaban obreros y mataban en patotas), y todo lo que va a venir a partir de ahí con las proscripciones y encarcelaciones, con un sinnúmero de golpes militares alternados con procesos democráticos y sucesos importantes como la ola de insurrecciones proletarias y estudiantiles, el surgimiento de las aspiraciones revolucionarias, la constitución de organizaciones políticas y militares con guerrillas que pugnaban en sus aspiraciones de la lucha por el poder, como fue el caso entre otras de nuestro PRT y su ejército guerrillero el E.R.P; con una burguesía jaqueada e inmersa en una tremenda crisis política. Donde lo predominante va a ser la violencia política de las bandas paramilitares que asesinaban opositores de todo tipo, obreros, estudiantes, intelectuales, dirigentes políticos. Desplegaron organizaciones como la triple A.A.A., C.N.U, los Comandos de Organización, con el aval del gobierno y el Estado, donde muchos de los miembros de las bandas asesinas e impunes estaban compuestas por policías y militares. Así (en apretada síntesis) hasta el golpe militar del 24 de marzo que vino a coronar el genocidio más grande de nuestra historia.
Pero tal dictadura, que desplegó las prácticas de terrorismo de Estado más aberrantes y a pesar de su triunfo sobre las estructuras de las organizaciones revolucionarias, no pudo doblegar a nuestra clase obrera en particular que emprendió una resistencia con innumerables huelgas que -aunque dispersas- fueron minando políticamente, derrumbando el plan económico de Martínez de Hoz que endeudo al país en beneficio de los grandes grupos económicos. La dictadura se debilitó, las luchas crecieron y la torpeza de la aventura de Malvinas generalizó la movilización de todo el pueblo y se terminó desencadenando su caída. Y con ello se cayó el velo de todo lo que cometieron: el pueblo avanzó en las conquistas políticas, defenestró a los militares asesinos y sepultó desde 1983 con la movilización y lucha hasta nuestros días a cualquier intentona de autoritarismo violento. La lucha de clases le puso fin a la violencia política tanto en el plano objetivo como subjetivo, que -con el pasar de los años- deja planteado que -lejos de disiparse- hoy para nuestro pueblo es inadmisible el autoritarismo.
El sacrificio de nuestro pueblo le puso fin a la violencia política de parte de las clases dominantes que duró décadas. La institución militar que otrora fuese la herramienta de las clases dominantes para determinar qué gobierno seguía o caía se terminó. El pueblo argentino instaló conquistas políticas que si bien cayeron en manos de la democracia burguesa se le puso fin al uso y costumbre de la política burguesa de golpear la puerta de los cuarteles ante cada crisis política y económica que sufría producto de la lucha de la clase obrera y el pueblo.
Y ya no es “fácil” cometer crímenes políticos en Argentina hace varias décadas. Aunque ha habido varios siendo los hechos más relevantes los 5 muertos en el Correntinazo, el payasesco intento de De la Rua de decretar un Estado de Sitio en 2001 que nos costó 30 muertos, donde la respuesta fue la caída de cinco presidentes, sumado a lo de Kosteki y Santillán que fue un crimen planificado y se tuvo que ir el presidente Duhalde, la muerte de Fuentealba, la desaparición de Julio López, Santiago Maldonado, o la reciente desaparición y muerte de Facundo Astudillo Castro. Esto en 37 años, donde seguramente haya otros casos no contados.
Pero tenemos otros problemas en el marco de las conquistas políticas tan graves como aquellos que son la violencia social que nos ha legado esta sociedad putrefacta y decadente, tan violatoria de los derechos humanos como aquella. Basta recordar estremecedoras estadísticas, porcentajes y prácticas sistemáticas para comprender apenas la profundidad aterradora del nivel de violencia a que nos llevó el sistema. Por ejemplo: desde 2008 a 2017 en nuestro país se cometieron 2.679 femicidios, y en lo que va de la “cuarentena” 327 femicidios, es decir una mujer cada 22 horas. 102 muertes por gatillo fácil en lo que va de la pandemia según la prestigiosa organización CORREPI. No hay demasiada estadística, pero falta recordar las muertes por asaltos y hechos de violencia callejera de todo tipo.
Tan grave como lo citado es que el 60% de los niños y adolescentes de nuestro país está por debajo de la línea de pobreza, expuestos a la violencia más cruda de no tener tan siquiera la más mínima expectativa de futuro. Por el contrario, el hecho mismo expresa una de las manifestaciones violatorias y violentas contra el ser humano más aberrantes que ni el esclavismo logró implementar Ni hablar del estrago de la droga y el negocio de pasillo de la gran burguesía, donde por ejemplo la bonaerense, la policía de Santa Fe y Rosario (de todas las provincias podríamos decir) son parte insustituible del narco menudeo. Y no tan solo eso, de la trata de personas, de la organización de adolescentes para que roben para ellos y así un situación asqueante y putrefacta que nos define claramente que violento es el sistema. Podemos seguir: la salud publica desvencijada, es un acto de violencia social, y los problemas habitacionales son un problema de violencia social, el tratamiento de los jubilados es violencia social.
Es decir, nos rodea en todos los ámbitos una situación violenta. Donde también les encantaría transportarla al terreno político si lo necesitaran, pero ello hoy particularmente, al parecer no es posible, como lo hicieran en los tiempos pasados, o como iniciamos esta nota citando a nuestros pueblos hermanos. Tal el motivo de diferenciar violencia social de violencia política en nuestra realidad.
Sociabilizamos con el lector algo que nos comentaban preocupados ante el reclamo de los policías: “¿Hay riesgo de golpe de Estado en Argentina?”. Esa ha sido la propaganda burguesa que emanaba desde nuestro país días atrás. Por eso pensamos necesario hablar de todo esto.