Toda época se escribe por la resultante de la lucha de las clases fundamentales de la sociedad, e imprimen el carácter de cambio social necesario, para dar un paso adelante en el camino del reencuentro del ser humano con sigo mismo.
La época actual está signada por la más profunda crisis estructural del sistema capitalista mundial. Y como venimos sosteniendo, se trata de una crisis que carcome las bases mismas de este sistema de organización social, poniendo en evidencia a los ojos de la humanidad que la única salida que el sistema ofrece es más explotación y el despojo a todos los pueblos del mundo, intentando prolongar su decadente existencia.
A diferencia de crisis cíclicas pasadas, en la actual, lo particular y cualitativamente diferente, es que comienza a manifestarse el rechazo de los pueblos del mundo a las propuestas de la oligarquía financiera para la salida de SU crisis económica.
Cada paso que intentan no convence, no da confianza, sino que provoca el rechazo y se redobla la apuesta por amplios reclamos económicos, sociales y políticos.
La movilización y el enfrentamiento recorre diversos sectores sociales y, en los últimos años, la irrupción del proletariado industrial en diferentes partes del mundo le dio un nuevo impulso y contundencia al proceso, con experiencias en las que se expresaron las metodologías y concepciones proletarias, en el marco de un enfrentamiento en el que, lo distintivo, es la aparición y consolidación de organizaciones políticas de masas que rompen con la institucionalidad establecida.
En las dos últimas décadas, la clase dominante globalizada ha sufrido duros golpes por parte de la clase obrera y los pueblos del mundo. En nuestra América, masas movilizadas han hecho retroceder a la burguesía, que se ha visto obligada a ensayar con propuestas populistas para frenar ese ímpetu de las masas. La resultante de esa puja fueron los engendros “pseudo izquierdistas” de gobiernos como los de Venezuela, Bolivia, Brasil, Uruguay y hasta nuestra Argentina. Luego, y con una versión desmejorada del viejo bipartidismo, aparecieron los Bolsonaro, los Macri y varios etcéteras más.
En Europa se extendieron grandes y violentas movilizaciones en Grecia, en Islandia, masivas movilizaciones de la clase obrera y de los indignados en España y Portugal. Debemos contemplar también el despertar revolucionario en África del norte (en la llamada “primavera árabe”) principalmente en Túnez y Egipto, en donde los pueblos derribaron los gobiernos autoritarios. Incontables huelgas en el corazón industrial de China hicieron que el “salario chino” fuese menos “competitivo” para los monopolios. También masivas, prolongadas y violentas luchas en la India que convocaron a millones. Miles de conflictos sociales y políticos de todo tipo que tienen como protagonistas a las clases populares encienden sus fogatas marcando el terreno al poder.
Demoliendo la frase hecha que “lo que no mata, fortalece” se va armando la gran obra de la clase obrera y los pueblos: la crisis política del imperialismo divide y enfrenta a la clase dominante.
Distintas fracciones oligárquicas, careciendo de “unipolaridad” en las decisiones políticas, se cortan por la libre enfrentándose el terreno económico, como ocurre por ejemplo en torno a la instalación del yuan o del euro como moneda de intercambio global para destronar al dólar. Y también en el terreno militar, generando en diferentes escalas, guerras imperialistas en todo el planeta.
Es en este contexto, al igual que al principio de siglo XX, que a través de la mentira y el engaño o la necesidad de “elegir el mal menor”, la burguesía y los oportunistas de siempre, pretenden que los pueblos y la clase obrera del mundo tomen partido por una u otra facción de la disputa.
Las fuerzas populares y revolucionarias por principio, convicción y experiencia histórica, sabedoras de que el único enemigo de la humanidad es la burguesía monopolista, debemos levantar la bandera de la revolución social como única salida para toda la humanidad, para terminar con la esclavitud política, y la explotación y opresión, a que nos condena el capitalismo. Los pueblos, con su lucha, vienen marcado nuevamente su impronta en esta época, instalando las condiciones políticas necesarias para dichos cambios revolucionarios.