En los años 60 y principios de los 70 del siglo pasado, cierta intelectualidad “progresista” había acuñado los términos de palomas y halcones para referirse respectivamente al partido demócrata de Estados Unidos y al Republicano del mismo país.
Bajo esta caracterización los demócratas eran progresistas y más democráticos que los republicanos a quienes se tachaba de derechistas empedernidos.
Claro que nadie explicaba que Bahía de Cochinos en Cuba se había invadido durante la presidencia de Kennedy (demócrata y paloma) y que también durante su presidencia se había triplicado la presencia de tropas estadounidenses en Viet Nam, y que su sucesor demócrata Lyndon B. Johnson concretó la invasión descarada a dicha nación que estaba dividida en Norte y Sur y que a consecuencia de dicha guerra murieron más de 5.000.000 de vietnamitas.
Hasta hoy persiste la idea de que los republicanos son la “derecha” y los demócratas el ala moderada y más democrática lo cual constituye un testimonio de la ideología reformista y medrosa de los cambios revolucionarios abonada por ciertos sectores ilustrados que sirven así a los intereses de la burguesía, clase que fomenta esa división (que no es tal), avivando la idea de la alternancia y del juego “democrático”.
De la misma manera la burguesía, apoyándose en esos quinta columnas de la degradación intelectual, ha intentado en todos los países del mundo mostrar supuestos dos y hasta tres vías, con sus correspondientes expresiones políticas, para mejorar, humanizar y revitalizar el capitalismo en su fase imperialista.
Pero en esta fase, el capitalismo es decadente, está en descomposición y tiene una inevitable tendencia al parasitismo, generaliza la corrupción institucional y somete con el poder del capital concentrado en manos de los monopolios a los Estados que funcionan a su servicio.
En nuestro país, los análisis de estos voceros del sistema, acompañados de todo el coro burgués para quien ejecutan las primeras voces, han reducido las disputas políticas entre monopolios durante los años previos a la dictadura de 1976, planteando dos “opciones” políticas: el liberalismo y el populismo. El primero encarnado en el radicalismo con una constelación de partidos tradicionales alrededor y el segundo en el peronismo que fue acompañado por sectores “progresistas”.
Pero la lucha de clases que tumbó a la dictadura de Videla y Compañía, mezcló todas las cartas y el populismo se encarnó en el radical Alfonsín, el liberalismo en el peronista Menem y, a partir de allí, todos los partidos políticos electorales fueron mutando sus formas adaptándose al único contenido que sustentan: el sostenimiento del sistema y la garantía de las ganancias para los monopolios en el poder, quienes les bancan campañas para alcanzar sus cargos, meten sus hombres de confianza en los gobiernos y articulan cientos de mecanismos para su propio beneficio a costa de los intereses populares. Los cambios de partidos de muchos políticos se transformaron en moneda común a tal punto que hoy se ha naturalizado como también se naturalizó la ausencia de propuestas políticas en lo que antes se denominaban plataformas programáticas o planes de acción.
Actualmente, la oligarquía financiera maneja a ambas expresiones políticas mayoritarias en términos electorales con el poder de sus recursos económicos y sus hombres y mujeres de carne y hueso que pululan en sus mesas chicas en donde se instrumentan las decisiones que los monopolios toman. Estas expresiones se presentan hoy como la “grieta” entre los “liberales” y peronistas o populistas.
Pero la confrontación entre monopolios es tal que en ambas supuestas corrientes hay grandes contradicciones y enfrentamientos todos dados por el tironeo interburgués permanente para la obtención de ventajas individuales en desmedro del resto.
Por esa razón es que los gobiernos de turno, ya sean de uno u otro lado de la supuesta “grieta” no tienen principios de ninguna naturaleza y sólo apelan a lo que denominan “pragmatismo” entendiendo el término como hacer lo que más conviene a sus intereses, claro… que, por cierto, ese hacer resulta siempre opuesto al interés de las grandes mayorías populares.
El único principio que sostienen es el de la continuidad del sistema capitalista, garantizar sus ganancias y el achatamiento de las condiciones de vida del proletariado y sectores populares para lograr lo anterior.
Sin embargo, como en el caso mencionado de Estados Unidos, a pesar de los múltiples ataques a las condiciones de vida del proletariado y el pueblo, los escribas de ese progresismo ilustrado, caterva de cómplices plumíferos, algunos de ellos ex luchadores populares en sus años jóvenes, actualmente arrepentidos, militantes de las reformas y de la mentira de la mejor distribución de las ganancias ¡de los monopolios!, siguen colaborando con la ideología burguesa fomentando la idea de que es posible un reverdecer del capitalismo basado en un sentimiento de justicia social, humanismo religioso, y convencimiento a los dueños del poder de que es posible mantener sus ganancias con paz social disponiendo de algunas migajas para la clase obrera y el pueblo que atemperen la lucha de clases.
En suma, se trata de una ideología que desconoce la lucha de clases. Pretende ser “nacional y popular”, con sello peronista, es decir con conciliación de clases entre lo más concentrado de la burguesía (eso sí, con los “sectores monopolistas que entienden”) y el proletariado y capas populares. A esto adhieren también otros sectores como el denominado Partido Comunista, algunos organismos de “derechos humanos” y le hacen segundas voces partidos electoralistas que denuncian al sistema pero que no sacan los pies de la “legalidad que les marca el correcto marco institucional burgués”, aunque los monopolios y su gobierno no respeten esa legalidad.
Proponen fomento a la pequeña industria, cerrando los ojos al hecho de que esa iniciativa es como sembrar mojarritas en un estanque lleno de tiburones, al cabo de lo cual sólo se produce el engorde de los escualos; acompañan la propuesta con profuso discurso sobre los derechos humanos, la justicia social, combate a la pobreza y muchas leyes “democráticas” formales que el mismo gobierno no cumple al momento de tener que garantizar las ganancias de los monopolios o reprimir la protesta social.
Todo este planteo sólo intenta confundir a la clase obrera y al pueblo quienes luchan por mejorar sus condiciones de vida, lograr libertades democráticas basadas en el ejercicio de la democracia directa (democracia obrera), organizarse y unirse desde abajo hacia arriba, en medio de la lucha, para constituir una fuerza social material capaz de lograr esos objetivos.
No hay ninguna posibilidad política de cambio real por fuera de la lucha de clases. La lucha de clases surge del mismo hecho de que la ganancia empresaria y el mayor ingreso de la clase obrera y sectores populares son una misma torta en donde si uno obtiene un trozo más grande el otro se queda con el más chico y a la inversa. Y este hecho no puede desconocerse, quien pretenda hacerlo en forma consciente no sólo estará ayudando a la ideología burguesa, sino que se parará en la vereda de enfrente del proletariado y el pueblo y deberá ser combatido con decisión.