“Vamos a poner de pie a Argentina” nos dice el presidente Fernández y sin querer lo está haciendo. Pero no en coincidencia con sus dichos sino de múltiples modos y de manera contraria a la suya. Con la bronca y el hartazgo de amplios sectores de nuestro pueblo, frente a toda la ignominia de un régimen social que ha patentizado la condición de pobreza generalizada y empeorado las condiciones de vida como el modo al que debemos habituarnos a sobrevivir.
Desde hace más de 7 días la zona de Pontevedra, Municipio de Merlo, tiene a la ruta 21 -en un tramo de más de 4 kilómetros de longitud- como escenario de movilizaciones y cortes. Tramo que atraviesa diversas barriadas populares que van desde el Zorzal hasta el Arroyo las víboras, pasando por barriadas como Lasalle, Las Torres y varias más. Barriadas que comienzan a la vera de la ruta y que se extienden muy adentro a ambos costados de la misma, que están ampliamente pobladas y que muestran crudamente cuan extendida está la situación de pobreza de nuestro pueblo.
En estas acciones se condensa mucho hartazgo. El repudio a las condiciones en las que se vive manifiesta un deseo unánime de romper con todo esto. Aunque los cortes y movilizaciones expresen distintas situaciones y demandas, en todos se respira un mismo sentimiento de furia, es una Argentina que camina otros caminos.
Los cortes por violaciones y abusos de niños y jóvenes desnudan la total despreocupación del Estado. Son las mismas poblaciones la que se hacen cargo frente a estas aberrantes situaciones que se reiteran semana a semana. Las instituciones como la policía solo están, para garantizar que los cortes no se desborden y según sus palabras “para asegurarse la no violación de las leyes”. Aun así, no pueden impedir ni los cortes, ni los desbordes.
Por acción u omisión, esas leyes que son permanentemente violentadas por el mismo Estado y sus diversas instancias de gobierno, ya son un mecanismo impotente para contener las propias acciones de lucha.
“Aquí no hay justicia”, “ninguno de estos te da bola”, “esto es tierra de nadie”, nos dice un vecino. Es una conclusión tan concreta como el hecho que estas movilizaciones y cortes acercan al pueblo a condiciones de imponer por sus medios la justicia que el Estado burgués no está dispuesto a brindar.
Por otra parte, dentro del mismo escenario de la ruta 21, las movilizaciones contra los reiterados cortes de energía que dejan a barriadas extensas muy pobladas en una oscuridad absoluta, tienen una continuidad inusitada. Esa oscuridad a la que están sometidos sí les permite ver a los habitantes que las promesas de inversiones de Edenor son una gran mentira. Según testimonios de los mismos vecinos, “esto lo venimos sufriendo hace rato”, “nosotros pagamos los cableados, nosotros pedimos los medidores, nosotros buscamos la forma de sostener el tendido eléctrico, pero, Edenor viene con la policía y nos roban los cables, los saca, vienen cortan los cables gruesos y trenzados para que no tengamos electricidad, porque como no pagamos la luz porque la plata no nos alcanza… son tan atrevidos que nos dejan a oscuras a todos los barrios”.
El congelamiento tarifario y la prohibición de cortar el suministro eléctrico por falta de pago, medidas, vociferadas desde el gobierno dada la magra situación económica de nuestro pueblo, son otra gran mentira con patas muy cortas. Anuncios demagógicos de tinte populista y aparentemente humanistas se caen como castillos de naipes frente a las necesidades de los monopolios. Barriadas donde miles de trabajadores y cientos de pequeños comercios sufren de forma despiadada esta vulneración descarnada de las garantías constitucionales a los derechos humanos sirven al parasitario negocio de los monopolios energéticos.
Es decir, para obtener más subsidios multimillonarios en dólares constantes y sonantes y también en forma de aumentos y ajustes que el gobierno garantizara como compensación a sus supuestas pérdidas.
Como se mencionaba más arriba “aquí no hay justicia, no hay nada”. Solo están los monopolios teniendo cautivo al pueblo a sus aberrantes políticas de saqueos y destrucción en función de sus ganancias.
En medio de la pandemia, con las precauciones y los llamados a cuidarse que todo el aparato propagandístico del gobierno reitera hasta el cansancio, se desnudan sin miramientos estas desalmadas políticas al exponer a niños, ancianos, enfermos y a la población misma a condiciones extremas que rozan el genocidio.
En el fragor de este corte permanente de día y noche, donde son muchos los movilizados, se siente además la tremenda desazón y el desencanto al desnudarse estas realidades de la forma más brutal e inhumana que es posible.
Pero más profunda es esa comprensión cuando la presencia de los delegados municipales y de los funcionarios de gobierno tratan de disuadir a estas barridas de su movilización y más aún cuando los medios ocultan deliberadamente todo este escenario.
Es la propia experiencia de esta lucha la que se siente en la piel y la que pesa en sus conclusiones. Ellas tienen un peso más profundo que todo el andamiaje de mentiras de la clase dominante y sus lacayos.
La Argentina que se está poniendo de pie no es de la que habla Alberto Fernández. Tampoco es esa que propone pactos sociales entre los monopolios y todos los secuaces del gobierno, como plantea Cristina frente a un panorama verdaderamente controvertido.
La nuestra es una Argentina totalmente opuesta a la suya, y enfrenta a la suya.
Es la Argentina que esta asqueada de toda esta inmundicia.