Dejemos las cosas en claro de entrada. El monumental ajuste que la burguesía monopolista viene aplicando en la Argentina, con el gobierno anterior y con el actual, representa la política de la oligarquía financiera mundial para capear la crisis capitalista. Recorte de gastos, “cuasi” congelamiento de ingresos, aumento constante de los productos de la canasta familiar, próximos aumentos en las tarifas de los servicios; al mismo tiempo, una flexibilización de hecho de las condiciones de trabajo con el consiguiente aumento de la productividad de la fuerza de trabajo. Esta es la hoja de ruta que lleva adelante la clase dominante en la Argentina y en el mundo.
Todos los discursos oficiales que niegan el ajuste e intentan disfrazarlo con medidas como, por ejemplo, el denominado impuesto a la riqueza, no son más que expresiones que se proponen sostener una base de sustentación política ante la realidad objetiva.
Esta realidad muestra efectos que comienzan a hacerse sentir sensiblemente a medida que pasan las semanas. Los ingresos de los sectores asalariados (activos y pasivos), de los sectores que sobreviven con las asignaciones como la AUH y otras, de los sectores de la economía informal que viven de trabajos eventuales o “changas”, sufren día a día el deterioro del poder adquisitivo y de las condiciones de vida.
En este marco jubilaciones mínimas de apenas $19.000; asignaciones que no llegan a los $4.000; salarios que en algunos sectores como el de los obreros vitivinícolas o textiles arañan los $26.000, o los metalúrgicos de $32.000/33.000, estatales nacionales, provinciales y municipales que están en esos niveles o menores, representan una realidad incontrastable: millones de trabajadores asalariados en nuestro país no llegan a cubrir la canasta básica.
Como venimos planteando, el proletariado (particularmente el industrial) en los últimos meses se ha puesto a la vanguardia de los reclamos. En primer lugar, porque la aparición de la pandemia fue aprovechada a fondo por las patronales para imponer despidos, suspensiones, flexibilizaciones, nuevos ritmos de trabajo, y porque reafirmó que la producción estaba por encima de cualquier cuestión sanitaria.
La resistencia fue creciendo y con el correr de los meses comenzaron a aparecer reclamos salariales; la huelga de Algodonera Avellaneda hizo punta en ese sentido, y si bien la demanda no se consiguió en su totalidad sí sirvió para avanzar notablemente en la conquista de derechos políticos, piso desde el que seguramente se gestarán nuevos reclamos. Luego los trabajadores de Limpiolux, empresa de limpieza que realiza tareas en la multinacional Toyota, también llevaron adelante un reclamo por salarios que se ganó parcialmente. En el medio también hubo derrotas. Y así se irá desarrollando esta etapa, con avances y retrocesos propios de una situación en la que el proletariado (en un nuevo ciclo de luchas) está haciendo sus primeras armas en el enfrentamiento contra las políticas de la clase dominante.
La etapa de resistencia que caracterizamos pasará a otro nivel de enfrentamiento cuando, precisamente, el proletariado asuma que cada lucha que se emprende, además de ser una lucha contra su patrón inmediato, es una lucha en la que enfrenta las políticas de la clase burguesa en su conjunto, de la que su patrón es parte. De allí que el título de esta nota cuenta tanto para el proletariado como para la burguesía. En la medida que se entienda y asuma por la clase que el ajuste es una política general de la burguesía monopolista, el enfrentamiento en el terreno político tomará nuevos bríos; en consecuencia, la burguesía comenzará a encontrar mayores dificultades para su aplicación y, por ende, mayor será la dificultad para sostenerlo.
La confrontación de las dos clases fundamentales de la sociedad capitalista, la burguesía y el proletariado, será entonces la que marque el nuevo curso de los acontecimientos. Amplios sectores del pueblo son afectados directos por esas políticas, pero objetivamente es el proletariado el que tiene la capacidad real de marcar el enfrentamiento clasista que fortalezca la lucha general del pueblo.
De allí que la comprobación práctica de que es el proletariado, en particular el industrial, el que le está imprimiendo un nuevo dinamismo e impulso a la lucha de clases es un dato de suma relevancia. Primero, por el sesgo clasista efectivo que irá aumentando; segundo, porque para las fuerzas revolucionarias nos marca con claridad las tareas a emprender en esta etapa.
Las mismas pasan por desplegar una amplia propaganda revolucionaria que ayude a comprender en qué situación nos encontramos como clase, en qué situación se encuentra la clase enemiga, cómo cada enfrentamiento suma al torrente de luchas que crece día tras día y cómo hacemos esfuerzos para un conocimiento de las mismas que imprima un carácter colectivo a las luchas y las saque del aislamiento al que la burguesía las quiere condenar.
Simultáneamente, el rol de los revolucionarios es ayudar a que las vanguardias obreras avancen en la organización independiente; esas organizaciones que, aunque aun pequeñas en número, se propongan planificadamente impulsar desde las bases una organización propia de los trabajadores sector por sector, turno por turno. Es decir enraizar en lo más profundo de las masas obreras la necesidad y la posibilidad de la organización clasista. La etapa que transitamos necesita que esas incipientes organizaciones no “miren para arriba”, sino que se propongan ir lo más abajo posible para concretar esas tareas en el camino de preparar las fuerzas de dirección obrera efectivas para los nuevos enfrentamientos.
Una política revolucionaria consecuente no debe intentar nunca reemplazar ese proceso indispensable que las masas obreras deben realizar por sí mismas. No cabe subestimación ni impaciencia alguna. Hay que transitar ese proceso entendiendo qué tareas le caben a los revolucionarios (como las aquí descriptas) y qué tareas debe realizar la masa de trabajadores en la búsqueda del fortalecimiento de organizaciones genuinas, sólidas, con poder de movilización efectivo, que sea parte de la experiencia propia del proletariado organizado.
Nuestra historia como clase nos enseña que las grandes gestas políticas obreras fueron posibles porque esas condiciones materiales estaban dadas. La nueva oleada de luchas que se pueden presentar deben contar con direcciones políticas clasistas que comiencen a tallar en el enfrentamiento concreto y para ello no hay atajos; se trata de hacer lo que hay que hacer desde una concepción revolucionaria en la que la organización y el protagonismo de las bases obreras es indispensable e irreemplazable.