La muerte de Diego Maradona sin duda alguna hizo explotar la tristeza de millones de argentinos que siempre estuvieron embargados de un fuerte sentimiento de admiración y agradecimiento hacia este hombre que se convirtió en un símbolo más que ningún otro. Por las alegrías que supo entregar, sobre todo en los sectores populares, donde el fútbol trasciende al deporte, el fútbol es una cuestión cultural inseparable de nuestra vida desde que somos niños.
Fenómeno que, para entenderlo quizás, nos tenemos que remontar a la pelota de trapos hecha con medias viejas y retazos de tela que ya no servían en la casa, donde una docena de chicos de la barriada, con ese “juguete” rudimentario, sin costo alguno, terminaba generando la alegría de los niños más empobrecidos. Donde la destreza y piruetas de un caño, una gambeta o un vení quitamelá eran la risa y la burla, la alegría y la bronca por un gol en un arco de un metro hecho con latas encontradas. Y hasta un diente roto por esos enojos que dejaban traslucir la violencia de la vida social sometida.
Y el fútbol se hizo grande, profesional, donde el negocio y la ganancia de las clases dominantes se apropiaron del talento que surgía de esas prácticas de niños, donde la magia tenía y tiene un origen tremendamente profundo, donde el arte no surge en la academia o -en todo caso- la academia es el potrero. Y de ahí el barrio, la camiseta, los colores y los cantos. Toda una cuestión compleja ante el simple juego de la pelota con desparpajo y pasión, que la burguesía. como con todo lo que toca, se quiso apropiar, y en cierta medida lo hizo, montando fabulosos negocios y despertando fanatismos. Pero nunca pudo quitarle a este pueblo su riqueza cultural: el fútbol nace muy abajo y es -en última instancia- de un solo dueño, el pueblo.
Cómo no tener presentes la distracción y diversión de los obreros un sábado a la tarde o un domingo en los campeonatos interfabriles, o en las escuelas y universidades, en poblados remotos en el norte, el litoral o la Patagonia.
Desde estas profundas raíces surgieron los talentos. Ahí nació y surgió Maradona como cientos de grandes jugadores, admirados y recordados, que con sus cualidades entusiasmaban y generaban simpatías. Y el profesionalismo trascendió las fronteras y ya no competían el barrio o la ciudad sino el país, acontecimiento observado por millones y ahí -en nuestra identidad como país- las grandes mayorías vemos identificada nuestra cultura popular, la que gestamos desde niños, atrás de una pelota.
Diego Maradona surge en los años 70 con su plena rebeldía y lucha, venía de una familia de la clase obrera. Con todo lo bueno y lo malo. Lo bueno que se estaba dando políticamente en el país como conciencia de clase; lo malo, la enajenación que nos produce la ideología de la clase dominante. Es decir, un mar de contradicciones donde objetivamente todo se antagoniza. Y los mismos que en función del negocio ensalzan ídolos, los tratan de destruir y son los primeros detractores cuando -producto de la cultura del pueblo- surge un ícono como Maradona. Que por su talento único en la historia del fútbol, al mismo tiempo se les opone bien, regular o mal a las instituciones burguesas del fútbol. Se enfrenta a la A.F.A y su figura mafiosa encarnada en Julio Grondona, puesto por los milicos; luego a la F.I.F.A.; más adelante y ya en Europa, en 1982 se volcó contra la dictadura y reclamó por la vuelta a la democracia en nuestro país. En Italia como en Argentina se paró siempre del lado de los oprimidos, con todas sus contradicciones, con todos sus déficits, con toda su falta de formación y su enajenación, con todos esos males producto de este sistema putrefacto.
Esa oposición rebelde al poder, dentro de todas las contradicciones en las que se veía inmerso, nunca se la pudieron perdonar. Cuando desde el poder se le acercaron fue siempre con fines oportunistas, electorales, para hacer uso de su figura y neutralizar a la figura popular.
El poder nunca le perdonó su espontaneidad y rebeldía. Lo necesitaban dócil, disciplinado como un buen hijo de las multinacionales que manejan el deporte. Así fue que nunca lo pudieron cooptar de manera directa, abierta, sino tan solo a través del engaño, los vicios y el aislamiento del hombre.
Todo un pueblo lo llora con profundo sentimiento y ese dolor se traduce en la tristeza que nos embarga a todos por las terribles condiciones en que nos encontramos bajo estas políticas de súper explotación, hambre y miseria. Donde el contraste con las alegrías que Maradona nos supo dar jamás se podrán olvidar.
El Diego fue rebelde con la mano a los ingleses y el máximo artista en el segundo gol. Nos llenó el alma de alegría a millones de argentinos y a la vez puso sobre el tapete lo injusto de la guerra. Una guerra que el pueblo no eligió pero que se llevó sus hijos muertos por militares asesinos, aventureros y el imperialismo encarnado en Inglaterra. Más que querer recuperar las Malvinas, la era Thatcher – Reagan necesitaba reafirmar el inicio de una nueva etapa imperialista en el planeta. Maradona fue producto de la historia, expresión de una época, y proveniente de las capas más pauperizadas de nuestro proletariado.
No se trata de discutir sus defectos, su machismo -característico de una época que gracias a la lucha de las mujeres cada día vamos sepultando más y más-, sus adicciones y excesos, o sus dichos, a veces más, a veces menos acertados.
Si así lo hiciéramos caeríamos nosotros también en el verso de los “ídolos”, una visión idealista, personalista, a histórica y metafísica de los individuos, la cultura y el deporte. No. Reconocemos en estas líneas el factor humano que su figura representa en este sistema de mierda y los sentimientos totalmente genuinos que emanan del pueblo por su muerte. Cuando murió Gardel, Raúl González Tuñon escribió una crónica que decía en un párrafo: «El pueblo lo lloraba y cuando el pueblo llora, que nadie diga nada, porque está todo dicho». Adiós Diego.