Las jornadas del 19 y el 20 de diciembre de 2001, de las cuales se están cumpliendo 19 años, han dejado una marca profunda en la historia de las luchas del pueblo argentino. La revuelta popular, fue una contundente respuesta de las masas ante la crisis política, económica y social provocada por la clase explotadora y sus lacayos del gobierno de turno. La consecuencia inmediata fue la renuncia del Presidente Fernando De La Rúa, que se fugó en helicóptero desde el techo de la Casa Rosada.
La movilización popular que recorría todo el territorio nacional ya se venía sosteniendo desde hacía varios años. Podemos decir, al menos, desde la revuelta del Santiagueñazo, en diciembre de 1993, durante la presidencia de Menem. Los acontecimientos de diciembre de 2001 condicionaron de manera enorme a la clase dominante, sumergida en una de las peores crisis política de toda su historia en nuestro país.
El estallido, como ocurre siempre en la historia, es el resultado de la acumulación de todas esas experiencias de alza de masas que se venían desarrollando, y le marcó el terreno a la burguesía, que tuvo que ceder posiciones. La resistencia que se había comenzado a manifestar en esas experiencias previas de lucha, era contra las políticas implementadas durante el gobierno de Menem (1989-1999) quien, lejos de sus promesas de campaña (era famoso el aforismo: la revolución productiva y el “síganme, no los voy a defraudar”) arrasó con el poder adquisitivo del salario, benefició a los sectores de la burguesía monopolista que lo habían colocado en el poder, y sumió al pueblo en la pobreza y en la desocupación generalizadas.
El gobierno de De La Rúa vino a profundizar esas políticas de ajuste y concentración del capital, y la sociedad argentina no tardó en manifestarse. Frente a la revuelta popular y la lucha que se libró en las calles, el gobierno de la burguesía respondió con sus recursos habituales: la represión brutal (ejecutada por las fuerzas de seguridad oficiales pero también por grupos parapoliciales) dejó el triste saldo de más de 35 muertes en todo el país.
El pueblo argentino dejó bien en claro en esas recordadas jornadas que la lucha por la dignidad estaba y está vigente: la lucha de clases y los enemigos que la protagonizan quedaron plasmados con enorme claridad en esos días. A la burguesía le costó mucho salir de la crisis, todas las instituciones del sistema se vieron cuestionadas, principalmente el parlamento. Nunca se pudo reponer plenamente de ello, y para garantizar cierta estabilidad política debió realizar algunas concesiones, en un proceso que no termino el 20 de diciembre, sino mucho tiempo más tarde. Si la lucha de clases no dio un salto mayor y la burguesía pudo mínimamente recomponerse fue por la ausencia de un proyecto político revolucionario en las masas, y de organizaciones revolucionarias que pudieran dirigir ese torrente.
La reflexión y el análisis nos conducen a la siguiente conclusión: las fuerzas revolucionarias deben trabajar incansablemente para construir una opción que pueda transformarse en dirección política para las masas obreras y populares, marcando el horizonte de la lucha por el poder y la construcción de la sociedad socialista. El protagonismo de las grandes mayorías populares resulta fundamental en este sentido, y la construcción de una alternativa revolucionaria es la tarea a la que debemos abocarnos, en el desarrollo de poder local y el ejercicio de la verdadera democracia, la democracia directa, que terminará por demoler este sistema de explotación y opresión, quitándole el disfraz democrático representativo, que aleja al pueblo laborioso de la participación real y efectiva en los procesos que involucran tomar decisiones con respecto a nuestro destino como clase. Ya lo señalaba Lenin, la democracia representativa es la envoltura política del capitalismo, es un engaño para el pueblo trabajador.