Un primero de enero de 1959 las masas proletarias, campesinas y populares, con la dirección revolucionaria del M-26, alcanzaban la victoria sobre la dictadura de Fulgencio Batista y así triunfaba la revolución en Cuba.
Una revolución que, a diferencia de otros movimientos antiimperialistas de la época en América latina, no sólo derrotó una dictadura sangrienta y al servicio pleno de los intereses monopolistas sino que también avanzó con medidas revolucionarias que impusieron el fin del latifundio y la expropiación de las principales empresas imperialistas que tenían en sus manos el control de toda la economía de la isla.
Apenas dos años después, ese proceso revolucionario se había intensificado y afirmado por lo que se declara el carácter socialista de la revolución. Así nacía el primer Estado proletario de América.
Todo ese desarrollo fue posible debido a la plena movilización y participación de las masas en el proceso revolucionario, con una dirección política que había alcanzado un profundo enraizamiento en el seno de las mismas, lo que le posibilitó a esa dirección sintetizar los anhelos de transformación y libertad del pueblo cubano.
Luego vinieron innumerables ataques de la contrarrevolución, los cuales fueron derrotados reafirmando la decisión de defender las conquistas revolucionarias bajo la concepción del armamento del pueblo y de la movilización permanente de la sociedad.
Siempre con la dirección revolucionaria de una organización política que supo llevar a cabo, no sin dificultades, la complejidad que significa llevar adelante una revolución de nuevo tipo que, desde los más profundos sentimientos de humanidad, puso como prioridad absoluta la realización de los intereses del pueblo por sobre cualquier otro interés. Tanto hacia adentro como hacia fuera de Cuba. La mención de esa dirección política de la revolución trae inevitablemente el recuerdo y la reivindicación de la misma, sintetizada en dos de sus dirigentes: Fidel Castro y el Che Guevara.
El impulso y admiración que significó la revolución cubana en los pueblos del mundo, y particularmente de América latina, hizo posible el surgimiento de decenas de partidos y organizaciones revolucionarias, entre ellos el nuestro, para los cuales Cuba fue y será siempre un ejemplo a seguir y a defender en el difícil proceso que la Humanidad está llevando a cabo por desprenderse y terminar con las lacras del capitalismo y afrontar la construcción de la sociedad socialista.
Los revolucionarios, antes de arrojar infantiles críticas al viento sobre el derrotero de esa revolución (como nos tienen acostumbrados los llamados trotskistas de todo color, o los otrora “izquierdistas” devenidos en defensores del capitalismo) tenemos que aprender mucho todavía de ese magnífico proceso que llevó adelante un pueblo y su dirección política, que nos ayude a encarar los desafíos actuales de la lucha revolucionaria.
Por eso Cuba sigue siendo entrañable, querida, fraterna; ejemplo que se nos ha metido en los corazones y las mentes, que llevamos en nuestra sangre porque sabemos que nos nutre y nos fortalece en nuestras convicciones revolucionarias.
Así que nuevamente, como cada nuevo año, exclamamos: Viva Cuba! Viva la revolución!