Hace unos días Netflix publicó el documental “Rompan todo”, que trata sobre la historia del rock “en América latina”. El producto final es una excelente demostración sobre cómo la burguesía nos manipula ideológicamente tergiversando la historia; construyendo su “historia oficial”.
Vamos por partes. Lo primero que hay que decir es que cuenta con un muy buen trabajo de edición, rescatando material audiovisual de archivo y entrevistas inéditas. Son interesantes sobre todo las referidas al surgimiento del rock en español durante 1960. Punto a favor. Pero de ahí en adelante, todo es debacle.
Aunque teóricamente se trate del rock en Latinoamérica, en realidad habla solo de Argentina, México, Chile, un poquito de Uruguay y otro poquito de Colombia. A Brasil, por ejemplo, no los toca ni de refilón. Parece que el portugués no forma parte de América Latina para los productores.
Lo que más llama la atención es que el documental relaciona permanentemente la lucha de clases y la situación política como punto de partida para explicar la movida cultural. Esto es muy positivo: relacionar la cultura con la lucha de clases y el estado de ánimo de las masas. Sería muy positivo si no fuera la trampa que colocan para desvirtuar la historia.
Es un método muy utilizado por la burguesía como mecanismo de dominación ideológica: primero te cuento una verdad, aunque sea chiquita, y luego se la rodea de omisiones y mentiras para terminar elaborando una historia parcial, artificial, amputada y mentirosa. El espectador con poco o nulo conocimiento sobre el tema reconoce la primera verdad, y fácilmente se traga el resto de las mentiras. La burguesía construye así su historia oficial.
Veamos cómo opera en este caso puntual. El surgimiento del rock latinoamericano está muy bien tratado, se lo relaciona con la situación política del país. No se recurre a grandes mentiras sino a pequeñas omisiones, sobre todo, propias de la vanidad del productor. Nos limitaremos al recorrido de Argentina: no se mencionan músicos como Miguel Cantilo de Pedro y Pablo, o las herederas de Almendra (Aquelarre y Color Humano, a Pescado Rabioso se lo menciona solo de pasada). También hay otras expresiones de protesta como Piero o Alma y Vida omitidas, por solo mencionar algunas. Ya en este punto, la ausencia posterior de otras grandes bandas argentinas no nos puede sorprender. De hecho, Santaolalla coloca a la que fuera su banda, Arco Iris, como ocupando un espacio superior a Pescado Rabioso en la escena local (!). Hasta ahí vaya y pase…
El documental salta directamente a la vuelta democrática, Charly García pasó sin escalas de Sui Géneris a Serú Girán (La Máquina de Hacer Pájaros y Polifemo son dos bandas que aparentemente no existieron). Se hace una breve reseña a la significación política de Serú Giran y de ahí se pasa al disco de Charly “Clics modernos” donde el propio Santaolalla se pone a “darle cátedra a Charly García” declarando: “Me gustó mucho que Charly accediera al cambio y que abrazara esto nuevo que estaba pasando”, una declaración que dio lugar a una catarata de memes por estos días. Pero si se lo analiza en profundidad, fuera de los histéricos gritos de Santaolalla, el documental presenta lo siguiente: Charly García, ícono del rock nacional, viaja a Estados Unidos, pesca la onda del país del norte y vuelve a Argentina a iluminarnos con la luz divina del ilustrado primer mundo.
El resto de la década del 80’, con un breve repaso por SUMO –en el documental, Los Redonditos de Ricota aparecen recién a fines de la década del 90’ durante unos escasos minutitos- viene a ser ya una oda al papel de las discográficas en el desarrollo de la música.
En sintonía con ello, Soda Stereo ocupa el papel central y Gustavo Cerati en particular es idolatrado como el máximo exponente del rock latinoamericano. Gran músico y gran banda, aquí no juzgamos eso, lo que juzgamos es la parcialidad que apunta a distorsionar la historia. No existió la corriente de la trova rosarina – de hecho, Fito Paez parece que sale de un repollo a principios de los 90-, tampoco existió Riff, ni que hablar de V8. La ausencia de la trova rosarina es significativa, porque correspondía a uno de los movimientos culturales más representativos de la vuelta a la democracia en nuestro país. Para el documental, Luis Alberto Spinetta evidentemente abandonó la música durante 1980 porque no existió ni Invisible, ni Spinetta Jade, ni Socios del desierto, ni discos como Kamikaze.
Ya entrada la década de 1990, el sesgo se agranda a un nivel que ya da asco para cualquiera que haya vivido esos tiempos. Mientras el documental sigue hablando de Cerati e introduce a Babasonicos, Illya kuryaki y Los Rodrigues (típicas bandas financiadas por discográficas) como si fueran “la movida del momento”, se dedican apenas unos segundos a la explosión ricotera de la década del 90’, ni se menciona la movida del under de la cual salen bandas como Bersuit, Viejas Locas o La Renga (estas últimas dos bandas ni aparecen), y la escena del heavy tampoco existió: ni Hermética, ni Malón, ni Horcas, ni Rata Blanca. Nada de eso. Sobre todo, tampoco existieron los discursos contestatarios, las letras que hablan de la clase obrera y la marginalidad, ni la censura mediática que se implementaba sobre todas esas verdaderas expresiones populares desde las discográficas y los medios de comunicación “especializados” en música.
Muy por el contrario, al tratar este período el documental le hace alabanzas realmente asquerosas al canal de MTV, como si hubiera significado un antes y un después en la historia del rock. No solo oculta la existencia de programas anteriores en la escena nacional (supuestamente el documental es de América latina, así que eso sería lo de menos) pero oculta deliberadamente que justamente canales como MTV cumplían el papel de reproducir solo las bandas apadrinadas por grandes sellos discográficos, o sea, la verdadera censura capitalista.
Obviamente, en esta breve reseña nos están faltando toneladas de grupos no mencionados. No es nuestro objetivo criticar el documental en ese sentido, sino desnudar el mecanismo de dominación ideológica que utiliza la burguesía.
Presentan una verdad -el desarrollo de la cultura de acuerdo a los momentos históricos de la lucha de clases y el estado de ánimo de las masas- y poco a poco la van tergiversando, hasta terminar metiéndonos en la cabeza que son el capital, con las discográficas y los medios de comunicación, quienes cumplen un papel crucial en el desarrollo cultural de los pueblos.
Según ellos, sin las discográficas no hubiera existido cultura del rock en los años 80 y 90. Los pueblos engendran grandes bandas desde las entrañas de los suburbios, pero sin la banca del capital, esas bandas no llegarían a ser nada (ni a nivel difusión ni a nivel calidad musical) entonces, la asociación entre el capital y las clases bajas, es absolutamente indispensable para el desarrollo de la cultura. “Se necesitan unos a otros”, ese es el mensaje final. Una versión cultural del verso de la conciliación de clases.
Este mecanismo de distorsión de la historia –te cuento una verdad para después rodearla de mentiras- está presente en todas las esferas de la vida cultural e intelectual: es la fuerza del capital que invierte millones en financiamiento en líneas de investigación científica, en la elaboración de películas, impresión de libros, medios de comunicación, etc., para instalar su ideología dominante. Y lo hacen de un modo tentador, de un modo en el cual uno hasta se sienta identificado.
Ya hacia el final del documental, la posición netamente burguesa se coloca blanco sobre negro cuando se menciona la Tragedia de Cromañon limpiando la imagen de Omar Chabán y, en lugar de eso, echándole toda la culpa al público, a las masas, por “prender bengalas”.
El documental “Rompan todo. Historia del rock en América latina” no le hace honor ni de sombra a la histórica frase que Billy Bond dijera en el Luna Park en 1972; de transgresor no tiene nada. Más bien se trata de las discográficas intentando imponer su historia y de Santaolalla adorándose a sí mismo. La segunda parte de su título directamente es una ofensa para las hermanas naciones de Uruguay y sobre todo Brasil, que ni aparece en el “documental”. En música, en política, en ciencias, en literatura, comienza a ser hora de que los pueblos levantemos nuestra propia ideología.