El descrédito del gobierno nacional va en aumento cotidianamente. Las masas trabajadoras y populares van concluyendo que el deterioro de las condiciones de vida crece día tras día. El solo hecho de mencionar que en los primeros 16 días del año la nafta aumentó dos veces (6,5% en enero; 34,55% en los últimos seis meses) es demostrativo de cómo el ajuste sigue su curso más allá de los discursos gubernamentales.
Incluso una amplia base electoral del frente gobernante muestra su disconformidad ya abiertamente. Pero con un condimento que intenta atenuar las críticas para, en realidad, atenuar las mismas.
Por un lado, la cantinela de la herencia recibida y la pandemia. Pero como esta excusa ya no alcanza se lo empieza a caracterizar de tibieza para “enfrentar a los poderosos”. Caracterización que incluso asumen partidos de la llamada izquierda, como el PTS.
Entonces allí es cuando empieza el embrollo. La caracterización de tibio del gobierno nacional deja de lado absolutamente el carácter monopolista del Estado y, por lo tanto, de los gobiernos que se alternan en la representación y/o defensa de los intereses de las facciones de la clase dominante.
Los monopolios en el dominio del Estado y de todos sus resortes determinan las políticas de todos los gobiernos; lo que sí se pone en juego en forma permanente (agravado por la crisis política general de la clase burguesa) es qué sectores y/o facciones se ven favorecidas por tal o cual medida. Cada medida es impulsada por unos y resistida por otros. En ese marco, los vaivenes del gobierno de Fernández no responden a que sea tibio sino a la aguda puja intermonopolista que se lleva a cabo en el seno del poder.
Lo que sí se pone de manifiesto es que, a diferencia de otros procesos políticos, el actual gobierno no logra el disciplinamiento de ninguno de los sectores en pugna, precisamente por el agravamiento de una crisis política que no para de crecer y que impide que tal o cual sector burgués monopolista subordine al resto.
Entonces endilgarle tibieza al gobierno es pretender que lleve adelante una política que enfrente a los monopolios, cuando su cometido es llevar adelante los intereses de los mismos; el problema está en que no logra estabilidad política y, por lo tanto económica, dentro de sus propias filas.
Puede que influya cierta característica personal de Alberto Fernández, que es un traficante de influencias más que un político, y está acostumbrado a decirle a cada uno lo que quiere escuchar. Pero a la hora de las decisiones, las mismas no dejan conformes ni a unos ni a otros en el frente burgués. Al menos en lo que respecta a las políticas que cada facción necesita para capear la crisis capitalista. Los acuerdos, las decisiones, las alianzas por arriba, duran lo que un suspiro y son las que explican las idas y vueltas del gobierno.
No está de más agregar que ante las necesidades de ajustar hacia abajo y descargar la crisis en los trabajadores y el pueblo no ha habido tibieza alguna. El ajuste económico que sufre el pueblo trabajador es descomunal y sus efectos se sufren peor cada día.
También hay otros sectores del peronismo que (una vez más, y van…) luego de haber militado para el actual gobierno ahora afirman que Alberto Fernández no es peronista. Entonces aparece Guillermo Moreno por innumerables medios de comunicación diciendo que hay que hacer lo que hicieron Duhalde y Kirchner de 2002 en adelante.
En primer lugar, se olvida de mencionar que el ordenamiento de la economía en aquel momento fue posible gracias al rescate estatal a los bancos que habían robado los depósitos a los ahorristas; una monumental devaluación del 400%; y la pesificación de las deudas en dólares de los monopolios. Cuestiones importantes para ser “olvidadas”.
Y luego, tampoco dice que los alzamientos de 2001 condicionaron las políticas de la burguesía en pos del salvataje de la nave de la clase dominante, lo que implica que las medidas tomadas en la primera etapa por Néstor Kirchner se dieron en ese marco de la lucha de clases que fue la que obligó a la burguesía monopolista a “abrir la mano” y a otorgar lo que antes había sido negado.
Eso costó más de una treintena de muertos del pueblo durante los sucesos de diciembre de 2001. No fue un regalo de nadie.
La actual situación tiene diferencias sustanciales con respecto a esa época. Por arriba, por la crisis ya mencionada. Por abajo, porque durante 2020 la clase obrera industrial se ha puesto al frente de las demandas en la lucha de clases. Aun en una etapa de resistencia, ese hecho determina una nueva calidad en el proceso y es una tendencia que se afianzará en el corriente año.
El enfrentamiento clasista toma así nuevas características con el sello de la clase obrera la que, aun en medio de enormes dificultades, ha comenzado a imprimir su impronta al enfrentamiento y lo seguirá haciendo en la medida de los avances en consciencia y organización que permitan la construcción de un proyecto político propio independiente de cualquier variante burguesa.
En estimular, apoyar y ayudar a que ese proceso avance está la verdadera salida para las masas obreras y populares.
Y no en rogarle cambios al gobierno o en vender falsas esperanzas electoralistas.