Son muy elocuentes las precisiones del señor Carlos Tavares, CEO de Stellantis, publicadas en días pasados en El Cronista. Lo primero que salta a la vista es que presente a toda la estructura corporativa -no sólo de este grupo- sino de otros, también como núcleos de buena voluntad dispuestos a hacer honestos negocios en beneficio de la “movilidad social”.
Lo segundo y principal es que, frente a la crisis estructural a escala global que tiene a la industria automotriz en un complejo proceso de crisis, estos núcleos de la oligarquía mundial se coloquen como víctimas de este escenario en el que ellos se ven obligados a tomar recaudos y mediadas para defenderse.
Aprovechándose la situación de la Ford en Brasil argumenta sus intenciones con un lenguaje donde salta a la vista el tercer aspecto, que es el lavado de cara que estos selectos grupos pretenden darle a la prosecución de sus ambiciones de ganancias. Lavado de cara que busca eximirlos de ser los enteros artífices de la crisis que padecemos.
Pero vamos por el principio. ¿Qué es Stellantis? Es un conglomerado transnacional automotriz recientemente conformado. Es producto de la fusión entre FCA, constituido por Fiat- Chrysler y PSA (Citroën-Peugeot). Esta fusión que se desenvuelve en el marco de una feroz competencia con los otros gigantes automotrices como VW, Toyota y Ford también expresa la única respuesta posible del capital monopolista frente a la caída de las ventas y la situación recesiva que se deja ver por la crisis.
“Estoy muy satisfecho de haber concluido esta fusión para protegernos de esta situación de pérdidas de trabajos” nos dice el Ceo. Este conglomerado monopolista ocupa el cuarto lugar a nivel mundial y tiene fábricas en más de 30 países, que vende sus vehículos en 130. Adscriben marcas como Maseratti, DS, Alfa Romeo, Jeep entre las catorce más significativas que producen a su vez 29 modelos de autos eléctricos diferentes. A la vez, no es menos cierto que “El plan estratégico de Sttelantis a largo plazo todavía no existe”.
Por lo tanto, el significado de la concentración además de ser un “ser escudo protector y tener la habilidad de crear modelos de negocios rentables, siempre que los países donde estamos no cambien las reglas con que operamos” y hace posible a estos capitales monopolistas fusionados “Usar este poder a escala como uno de los principales objetivos de la fusión”.
La cuestión es cómo en plena crisis esta facción del capital enfrenta la competencia intermonopolista y al mismo tiempo cómo utiliza su poder concentrado para seguir haciendo negocios a sabiendas que en un escenario de incertidumbre y anarquía imperante no podrían desarrollar estrategias de largo plazo. Por lo pronto -según su Ceo- esta fusión busca generar un ahorro de 5.000 millones de euros en cuatro años, que es la respuesta a la que pueden acudir basada en la premisa de todo capital monopolista de descargar en la clase trabajadora el peso de su crisis.
Apela a los gobiernos de turno como responsables de la realización de sus negocios, se opone a las prohibiciones, a las barreras y las limitaciones y regulaciones administrativas como políticas arancelarias y los precios que aumentan los costos. (Según el Ceo el 90% son costos administrativos y el 10% es el costo real de fabricación”). Prácticamente dice que las posibilidades de establecer estrategias de mercado están acotadas por este conjunto de políticas. Sin embargo, dichas barreras y limitaciones son impuestas por las mismas facciones monopolistas para sus ventajas competitivas por un Estado y el gobierno de turno totalmente subordinados a sus intereses de conjunto que ventilan en su seno las disputas intestinas entre estos capitales, donde las perspectivas que se discuten también navegan en las aguas turbulentas de la crisis política haciendo aún más complicada la resultante para unos y otros intereses.
A medida que la crisis se acentúa con sus consecuencias funestas para los pueblos, el capitalismo se desenvuelve en un marco donde la realización de negocios a escala global está condicionada por la drástica disminución del consumo, por el descenso de la producción, incluyendo la compra de vehículos. En este escenario la competencia intermonopolista y el proceso de concentración es día a día más drástico. Estas condiciones hacen que choquen de frente el mantenimiento de las reglas de juego con la “habilidad de crear modelos de negocios rentables”. Hacen que la premisa de un poder omnipotente y aparentemente insuperable se vea forzado a recurrir a escudos defensivos para la subsistencia de sus negocios.
Los glamorosos datos mencionados arriba sobre esta fusión de estas empresas monopolistas, -más allá de la impresión que puedan ocasionar- nos dan una idea que su poder de dominación es superior a la suma de varios Estados. Sin embargo, pese al poder de fuego de estos conglomerados, cuyas ganancias dependen de la más extensa explotación del trabajo asalariado, la crisis con todas sus incertidumbres a cuestas, el descenso de la tasa de ganancia y la propia lucha de clases, los atenaza.
La presunción que, desde gobiernos sumergidos en una profunda crisis política, débiles y carentes de proyectos se pueda resolver algo en función de estos intereses, es un manotazo de ahogado.
Con ello se pone en evidencia un rasgo cada día más expuesto del capital monopolista: su plena incertidumbre y junto con ello, su debilidad política.