El sablazo de la imparable inflación acelerada en las últimas semanas y promocionada por el gobierno nacional a través del aumento a los combustibles, ha herido nuevamente y con más profundidad, los bolsillos de trabajadores y sectores populares en general.
Pero el golpe no sólo implica mayores sufrimientos para el pueblo sino una profundización de la crisis política de la burguesía.
Voceros e intelectuales “orgánicos” del kirchnerismo entre los que revisten ex militantes revolucionarios setentistas escarmentados y actuales agitadores de la imposibilidad de la revolución, sacan a relucir la vieja y actualizada fórmula del cerco. Antes con Perón a quien señalaban como víctima de un círculo reaccionario capitaneado por López Rega, en el presente con Cristina Kirchner supuestamente rodeada de funcionarios que recién ahora “reconocen” provenientes del Cavallismo y otros sectores burgueses liberales o pro oligarcas (como si ella no fuera del mismo sector social).
Tratan de explicar lo inexplicable porque ven el éxodo de sus propias filas que hace rememorar al pasado 1974. No dicen, u olvidan intencionalmente, que a López Rega lo nombró Perón como su hombre de confianza ni aluden que a Alberto Fernández lo designó a dedo, haciendo gala del más repugnante dictado político burgués unipersonal, la mencionada vicepresidenta.
Tratan, por todos los medios, de limpiar la imagen de la cogobernante como antes lo hicieron con Perón. Tratan de convencernos que la política del gobierno peronista puede conducirse por fuera de los intereses de la clase dominante que es dueña del Estado Nacional.
Lo que hay detrás de todo esto no revestiría importancia si el proceso que describimos se limitara a un fenómeno interno del peronismo. Pero viendo en profundidad el problema podremos advertir que, en realidad lo que se expresa es la profundidad de la crisis política de la burguesía en el poder que va más allá del propio gobierno e involucra a toda la institucionalidad.
Una crisis que muestra la imposibilidad de sostener el engaño y la búsqueda estéril de una soñada unidad de intereses entre los distintos sectores monopolistas que rapiñan entre sí los capitales en juego en esta crisis provocada por una superproducción mundial pero que hoy se encuentra en el crudo segmento de bajada y destrucción masiva de fuerzas productivas y riquezas, en el que el sálvese quien pueda está a la orden del día en su directo camino al fondo de la misma.
Todos los capitalistas saben que, al llegar al punto final del abismo, serán muchos menos los que queden en pie prestos para emerger en un nuevo ciclo de acumulación condicionado por la crisis estructural mundial de la que no podrán salir.
El problema es que en la caída nadie sabe cómo van a ir respondiendo la clase obrera y demás sectores populares que vienen mostrando expresiones de lucha en su estado de resistencia a la aplicación de las políticas gubernamentales. La incertidumbre les genera miedo e inseguridad. Pero a pesar de ello, la naturaleza especulativa burguesa no les permite lograr una unidad política para la necesaria estabilidad que requieren para la gobernanza del Estado.
El problema es que la anhelada gobernanza sólo puede estar en las mentes negadoras de estos “intelectuales orgánicos” que insisten en reemplazar la lucha de clases por una difusa contradicción entre personas de derecha y de izquierda, como si la política obedeciera a ideas de mentes bien intencionadas que luchan contra las mal intencionadas y no fuera un reflejo de los intereses materiales de las clases en pugna.
Ninguna posibilidad existe de un desarrollo económico, social e institucional que promueva un sano equilibrio entre el Estado, la sociedad civil y el mercado, tal la definición de gobernanza que nos entrega el diccionario. Sólo en las mentes decadentes que reflejan la decadencia y crisis terminal del sistema capitalista en su fase imperialista pueden instalarse semejantes ideas.
Ideas que atribuyen a la política burguesa del gobierno de turno preeminencia por sobre los intereses económicos de la clase que decide las políticas de Estado. Totalmente ajena a los genes de dicha clase que basa todos sus movimientos y decisiones en la prevalencia de su avidez por sostener o ampliar sus ganancias y subordina a los mismos las políticas que decide en sus despachos y hace aplicar a los gobiernos de turno cómplices, simplemente porque ve entre sus pares no a aliados y “hermanos” de clase sino a competidores de los que se quiere desembarazar. Sólo se une para enfrentar al proletariado y a los oprimidos del pueblo cuando ve peligrar su situación de privilegio puntual o su poder.
Pero el proletariado, única clase que basa su futuro en la posibilidad real y factible de una unidad política de clase y con los demás sectores populares oprimidos, única vía para la solución definitiva de sus necesidades y aspiraciones de una vida digna, es la que protagoniza con su creciente descontento, desilusión (en algunos sectores desengañados), y acumulación de bronca, todo este “ruido” que repercute en las entrañas de la clase dominante y su gobierno de turno.
Avanzar en este camino de resistencia activa y unidad, frenar sus pretensiones, poner palos en la rueda y no dejarlos gobernar en contra del pueblo, es el impulso que los revolucionarios debemos intensificar, sobre todo en los centros industriales más concentrados del país y desde allí, tirar de la cuerda para unificar a todos los sectores populares capaces de enfrentarse a la burguesía en el poder, su gobierno y el coro de intelectuales y propagandistas ideológicos o burdos empleados a sueldo que sostienen sus mentiras.