El escenario de lucha de clases en el que se desenvuelve el mundo pone de relieve el crecimiento de los enfrentamientos en las inmensas regiones industriales de nuestro planeta. Ese crecimiento es el signo de nuestros tiempos. No puede soslayarse, es inobjetable, está presente y se pone en evidencia día tras día en todas las actividades laborales.
La clase obrera y los pueblos enfrentan cada vez más decididamente al capital monopolista y sus reaccionarias políticas de superexplotación y miseria. Experimentando formas de organización independiente a nivel sindical y desarrollando iniciativas de lucha más contundentes.
La reciente reincorporación de 1.257 trabajadoras y trabajadores en India en el monopolio textil Gokaldas después de 8 meses de enfrentamiento, que suman un conjunto de iniciativas a nivel local como la unidad con el pueblo y su repercusión internacional, como el apoyo de obreros y obreras de otras regiones, son parte de las históricas huelgas de más de 200 millones de trabajadores realizadas en eses país en los dos años anteriores a la pandemia. Iniciativas de este tipo como también las huelgas políticas y movilizaciones masivas en Myanmar por los derechos democráticos y una vida digna, enfrentando el golpe de Estado militar en las calles, son un botón de muestra del presente escenario de enfrentamiento a la opresión del capital y de allí su impronta de no darle tregua.
La pandemia instalada a nivel mundial es utilizada por el capital monopolista amparado en el Covid 19 para esconder el grado de descomposición, su aguda crisis de superproducción, la destrucción de fuerzas productivas y las consecuencias nefastas que ello trae aparejado.
Sin embargo, montar un escenario de freno a este movimiento de lucha de clases mundial que ya venía expresándose en notables ejemplos en Latinoamérica, como en Chile, Colombia Bolivia y Ecuador, en Haití, México, en Europa, en África, no ha podido frenar la lucha de clases. Porque el ataque más artero fue dado donde sus políticas quedan más expuestas. Es decir, en el seno de la industria mundial, allí donde el proletariado mundial crea las riquezas que se apropia el capital monopolista.
Toda la sofocación implementada desde el poder ha servido para el incremento desmedido de las ganancias de la oligarquía financiera mundial, con condiciones de trabajo inhumanas y deplorables, reduciendo exponencialmente los salarios y atacando las conquistas laborales, avasallando los derechos ganados en los convenios, las libertades políticas como los derechos asamblearios, a la huelga, a la organización sindical propia y de base. Es decir, atacando de lleno a la clase obrera buscando doblegar su rebeldía.
Al mismo tiempo se incrementaron los ritmos de explotación acompañadas por la extorsión (despidos), la represión y el disciplinamiento de la mano del Estado a su servicio. Todo esto se ve, se siente y se experimenta con toda crudeza como una vuelta de tuerca contra los trabajadores y pone en tela de juicio lo verosímil de las “cuarentenas” implementadas y su mentiroso sesgo de “cuidado social”.
Hoy saltan a la vista innumerable cantidad de expresiones de combatividad obrera y popular, en los más remotos lugares y en los más significativos. Desde Bielorrusia hasta Irak, desde Sudáfrica hasta Brasil, desde Canadá hasta Haití, porque el alcance de las políticas de la oligarquía mundial pretende ser sostenido solo en función de la concentración de ganancias a costa de las más brutales e inhumas políticas y negocios que se llevan puesta las condiciones de trabajo y de vida de millones de seres humanos.
Por este mismo hecho, con las presentes condiciones de crisis y con la decrepitud de un sistema y una clase social sumergida en la voracidad por las ganancias se hace incontenible la extensión del número de enfrentamientos de clase.
Lo que hasta hace poco tiempo parecía un escenario acotado hoy se amplía transformándose en una enorme olla a presión porque en todos ellos es evidente no sólo el marco de desencanto, hartazgo y rebeldía que predomina en el seno de los trabajadores y los pueblos sino también perspectivas aún más radicalizadas de lucha.
Porque la vuelta de tuerca que significan los ataques a la clase obrera expuestos en la pandemia crean condiciones para cuestionar toda política de explotación de clase y no solo estos mecanismos perversos. No hay vuelta atrás. Lo que vemos en nuestro pueblo con las luchas obreras por despidos en el frigorífico Arre Beff, en los metalúrgicos de Siderar, los portuarios, los vitivinícolas e innumerables conflictos y luchas es que son parte inseparable del crecimiento más extenso de la lucha de clases que en diferentes regiones como en el ejemplo de la India, ponen de una u otra manera en tela de juicio la propia dominación burguesa, su gobernanza, su institucionalidad y la búsqueda de salidas y soluciones concretas a sus necesidades.
No por casualidad Michelle Bachelet hace apenas dos días advierte desde su recinto en la ONU, que la situación política y social en América latina es muy aguda y teme “Una nueva ola de enfrentamientos sociales”. Para advertirlo ya es tarde porque las premisas están dadas.
En el horizonte de las necesidades de esas masas de millones de obreras, obreros y de pueblos enteros está sin duda, una revolución social, un proyecto revolucionario y una lucha revolucionaria para avanzar hacia la dignidad que la lucha de clases clama a su paso.