Una destrucción de fuerzas productivas que no se detendrá. Despidos, suspensiones, empeoramiento de las condiciones de trabajo, cierres de empresas, fusiones, empeoramiento del poder de compra de los asalariados, entre otros, conforman un proceso que está en pleno desarrollo.
La crisis de superproducción de mercancías y capitales, es decir, cuando se produjo más de lo necesario, encontró en la pandemia una válvula de escape para el poder burgués e intentar que el cuestionamiento al sistema capitalista amortigüe el enfrentamiento entre las clases fundamentales.
Todavía el sistema no terminó de digerir la crisis del 2008 y aparece en escena este nuevo monstruo catalogado como “pandemia”. En todo caso es crisis capitalista más crisis capitalista.
Destrucción de fuerzas productivas para seguir produciendo en un peldaño inferior para las condiciones de vida de más de 7.000 millones de seres humanos en el planeta. Un aspecto contradictorio.
En nuestro país miles de empresas han cerrado sus puertas, han desaparecido literalmente para no volver nunca más, o se han fusionado en donde los más grandes se han comido a los más chicos o los más rápidos a los más lentos. Esta destrucción de fuerzas productivas no tiene vuelta atrás, no hay ni habrá nueva normalidad pospandemia.
Lo que sí habrá es un descenso abrupto de las condiciones de vida de nuestro pueblo. Una ratificación del sistema capitalista que por estos meses ha generado las bases materiales para que las riquezas generadas por nuestro pueblo vayan a parar al rescate de las empresas que lo concentran todo.
Esta nueva crisis capitalista, hija directa de la del 2008, ha traído consecuencias similares a las guerras mundiales o crisis, como las del 30 del siglo pasado. Es muerte y es desolación.
Crisis de un sistema que lo abarca todo y aquí cabe mencionar que la gravedad económica para nuestro pueblo trae aparejada la crisis social. No queda nada en pie. La salud, la educación, la crisis cotidiana que se padece cuando todo está bajo el paraguas de la incertidumbre.
Hay una clase dominante parasitaria, una clase que se expresa en sus propias instituciones repodridas y malolientes encargadas de frenar lo que fluye por abajo. Son ellos los encargados de frenar la historia que presiona por parir a una nueva situación. Instituciones “representativas” que solo responden al gran capital financiero.
Pero lo que estamos viviendo es verdaderamente una olla a presión. Crisis manifiesta es en todos los órdenes de la vid. Y, a pesar de ello, ese poder dominante con sus crisis políticas estructurales, andrajosos por donde se lo mire, tiene que gobernar para los señores del verdadero poder.
Por la vereda de enfrente -a pesar que “no nos acostumbramos al dolor”- no contamos aún con un fuerte proyecto político revolucionario enraizado o instalado en el la clase obrera y el pueblo capaz de ayudar a parir una nueva historia.
Las clases están cada vez más enfrentadas en la defensa de sus intereses. De este lado de la barricada crece la disposición de lucha en un marco de resistencia que se va ampliando y que comienza a pesar en una hora donde el poder burgués tiene que tomar decisiones.
Es un período abierto, de golpe por golpe. Los derechos políticos adquiridos y por conquistar se dan de la mano con los derechos a una vida digna.
Y es en ese andarivel de pensamiento en donde cobra peso la dinámica que adquiere la clase obrera en la lucha por conquistas. Una clase que en ciertos hechos da muestras nacionales de dinamizar la confrontación de clases.
Ellos están obligados a ir por lo suyo, bajar los salarios, sobrexplotación, opresión, transferir la riqueza generada por nuestra clase obrera a los sectores de la oligarquía financiera que están en pie y liderando la fabulosa nueva concentración económica.
Nuestra clase obrera y nuestro pueblo está yendo por lo nuestro. Y ello es profundizar la resistencia, desplegar todas las fuerzas para la organización política venida desde abajo con metodologías que respeten la democracia obrera.
Un ejercicio profundamente democrático que va a contra pelo de la democracia representativa en lo político y gremial (con sindicatos verdaderamente reaccionarios que forman parte sustancial del poder burgués).