Cuando se desata la lucha de masas resulta más dificultoso reflexionar sobre lo profundo de las causas, de los efectos nuevos que generan los fenómenos, y el devenir de nuevas causas producto de tales efectos. Esa es una práctica que se suele hacer cuando amainan las aguas del enfrentamiento. En él durante, nos avasallan la cantidad de problemas inmediatos y no nos permite elevar la mirada.
Hoy vivimos un momento donde aparecen ráfagas de una lucha que comienza a ser cada vez más constante a pesar de la caracterización general de resistencia. No entender este proceso desde el proyecto estratégico revolucionario nos puede costar caro o traernos importantes desviaciones hacia el economicismo y, por lo tanto, caer en el reformismo.
El movimiento constante de la lucha de clases, en momentos resulta imperceptible, en momentos virulentos con todo su esplendor. Es su manifestación dialéctica que sólo es explicable si estamos parados sobre una estrategia de poder revolucionario que facilita en los momentos álgidos definir las respuestas coyunturales y las tácticas políticas concretas acertadamente.
En la lucha, los cambios son constantes y se transforma en un deber revolucionario leer constantemente dichos cambios, lo cual arma y fortalece las tácticas que nos aproximen y sumen a la estrategia; ésta, objetivo final, pero al mismo tiempo guía y epicentro de todo lo que se realice desde la política, organización y metodología.
Toda gira en torno a dicha estrategia, y entonces sí, ante los momentos álgidos podremos responder y actuar sin dudas ni temores a equivocarnos, pues no se está “improvisando”, y las decisiones que se tomen tendrán la firmeza coherencia necesaria porque partimos de la convicción que se tiene del proyecto político estratégico, del plan.
Y ahí es donde se pone blanco sobre negro, lo revolucionario de lo oportunista y reformista. Se pueden cometer errores porque nada es lineal, pero si se parte de la estrategia dichos errores de apreciación táctica no alterarán en nada la estrategia, en todo caso se aprenderá del error con la experiencia.
Quizás algún desmemoriado no recuerde que las metodologías autoconvocadas que han ido adoptando las masas en nuestro país desde el Santiagueñazo (1993) hasta ahora han sido una expresión de las masas como forma de lucha, que en algunos casos ha durado sólo horas (por un reclamo puntual) hasta intrascendente desde lo formal; en otros casos se ha expresado con una masividad y contundencia política golpeando los poderes emblemáticos de la burguesía, que a más de un “pensador” lo ha dejado con la boca abierta sin hallarle explicación.
Si hay algo que fue vilipendiado y criticado durante todos estos años fue “la autoconvocatoria” sin tan siquiera interpretar de qué se trataba (obviamente, en el fondo, porque se parte de una subestimación a la capacidad de las masas). Entonces, el reformismo y el oportunismo la atacaron de mil formas, catalogándola de espontaneista, de que venía un manijazo atrás de algún político burgués, y vaya a saber uno cuántas estupideces juntas.
La cuestión es que -sobre todo- a la izquierda del sistema, a la izquierda electoral o a la izquierda hegemónica (como prefieran nuestros lectores) le resulta inaceptable sentirse sobrepasada por las masas y no poder tener el “control” de las mismas.
Por lo tanto, atacar cualquier expresión de autoconvocatoria no sólo resulta más fácil, sino que responde a sus propias estrategias (ojo: todos los partidos poseen una estrategia, claro que depende de qué interés de clase representen), y si las estrategias son “las súper estructuras hacen los cambios y los pueblos participan”, o dicho en otras palabras: “el sujeto de cambio en la Historia es el partido”; obviamente con la autoconvocatoria se traspapela la estrategia.
Ahora bien, cuando partimos que la revolución es una obra de las masas movilizadas y en ella las ideas revolucionarias que orientan y dirigen (y atención aquí: dirigir no es suplantar, apropiarse, poner el aparato) en función de una estrategia de poder de la clase obrera y el pueblo, la ecuación es otra.
Y ahí sí podemos afirmar que desde esas experiencias de democracia obrera nace una situación inmejorable para la revolución, cuando las luchas independientes de todas las estructuras institucionales del sistema se van incrementando en un grado superior a las experiencias anteriores.
Más aún si ese ejercicio de democracia directa pasa a ser comprendida como un acto de poder de las masas por sobre todos los intentos de quebrar, dividir y confundir la lucha.
Aquí surge un nuevo elemento que se constituye en esencial en la lucha por el poder, y es que no sólo se está el cuestionamiento y repudio a la institucionalidad burguesa en su más amplia gama, sino que aparece la conducta activa de nuevas ideas políticas para derrotar la política de los monopolios, y ello incluye la suplantación de la democracia burguesa por la democracia obrera ya como forma institucional nueva del pueblo.
El problema es caracterizarla en política donde corresponde. Parándonos desde la confianza y admiración a la tenaz lucha de nuestro pueblo, hoy la lucha de clases en Argentina va dando una vuelta de tuerca más que nos obliga a llevar con más fuerza que nunca las ideas y la organización revolucionarias al seno de las masas.