La foto filtrada de Olivos generó muchísima indignación en millares de hogares.
No se trata ya de los anticuarentena, antivacunas en general o la oposición amarilla, sino de hombres y mujeres de nuestro pueblo para quienes la restricción a la circulación significó grandes esfuerzos: en muchos casos la imposibilidad de tener ingresos económicos; la internación y muerte en soledad de seres queridos; las consecuencias psicológicas y emocionales del encierro, etc.
No estamos hablando de si estuvo bien o estuvo mal la cuarentena de ese entonces, sino del esfuerzo que significó para millones de personas, ocupadas y desocupadas, en nuestro país.
Mientras tanto, la foto de Olivos deja trascender que el poder “se hacía el agosto”: las grandes empresas con ganancias multimillonarias producto de un mercado cautivo, y sus representantes políticos (en este caso el gobierno) transgrediendo las restricciones impuestas por ellos mismos.
Como si el escándalo de la foto fuera poco, otro miembro del PJ, en este caso Aníbal Fernández, salió a “defender” al presidente declarando, entre otras cosas, lo siguiente:
“¿Qué va a hacer el marido? Como en la edad media, 1200 años atrás, ¿llegar y cagarlas a palos porque cometió un error de esas características? Eso no existe más, señores”… Y como si todavía hiciera falta aclarar su posición, continuó: “Claro, ¡qué va a hacer! ¿Cómo se resuelve? Llega el marido a la casa, la mujer organizó un cumpleaños, el marido la lleva a la habitación y le pega dos piñas porque cometió el error… eso no existe más, ¡por Dios!”
No aclares que oscurece Aníbal, por favor. Pero lo relevante de esto es que no se da en un contexto de un gobierno con un discurso abiertamente machista, antiaborto, etc.
Al contrario, un elemento central del discurso del oficialismo es la defensa de los derechos de las mujeres y todo lo que se desprende a partir de ese movimiento.
La ley por la legalización del aborto, histórica lucha de las mujeres en Argentina y el mundo, no fue aprobada durante el gobierno de Macri (contando para ello con votos del PJ), sin embargo, la enorme movilización que generó tornó inevitable su conquista más tarde o más temprano. La gestión actual capitalizó esa situación y aprobó la ley (con modificaciones al proyecto presentado por el Encuentro Nacional de Mujeres) durante su primer año de gestión.
Pero hasta esa jugada política, destinada a presentar ante las masas que las conquistas parlamentarias son producto de las representaciones electorales, y no del movimiento de masas, tuvo su revés cuando Alberto Fernández en su discurso en un acto en el que entraba en vigencia la ley declaraba: “Estoy muy feliz de ponerle fin al patriarcado” (14 de enero 2021)
Él, figura individual, del poder, le pone fin a la opresión de millones de mujeres que se vienen movilizando históricamente. Está clarito ¿No? Está tan clarito como aquel famoso Tweet del presidente (que entonces no era ni candidato, ni nada) en el que utilizaba como argumento para dar por finalizada una discusión que no podía discutir con mujeres.
Tampoco hay que hurgar tanto en el pasado, está claro. Basta ver la violencia que el presidente ejerció contra su esposa culpándola del hecho. O el silencio oficial ante los femicidios actuales –porque como el patriarcado se acabó…- o ante la desaparición de Tehuel, son todo un signo. Para rematar el verdadero pensamiento oficial, detrás de los discursos, Aníbal Fernández termina su entrevista diciendo que “Si ella hizo eso, él cuando llega a su casa, la única cosa que tiene es la de participar tibiamente en lo que sucedió”. Todo un rescate al “tibio Fernández”.
Ojo Aníbal, porque esto da para preguntarse: si Alberto actuó tibiamente ¿cómo sería actuar de manera firme? La respuesta está implícita en sus propias palabras.
La burguesía tiene mucha experiencia en la dominación política. Cuando no puede frenar y contener los reclamos populares, sabe montarse sobre ellos, utilizarlos y desviarlos del cauce de la lucha de clases para dirigirlos de manera institucional.
A las luchas sociales del 2001, que con sus 39 muertos y lucha de calles hicieron retroceder a la burguesía en su ajuste contra el pueblo trabajador, la burguesía lo pintó como el triunfo de la gestión de Néstor Kirchner, pretendiendo esconder la lucha de clases; a las gigantescas manifestaciones del Ni Una Menos y la campaña por la legalización del aborto, ahora el poder pretende presentarla como un triunfo de una gestión, en este caso, la de Alberto.
Pero la lucha de clases es mucho más profunda, y enseña; y tarde o temprano el discurso populista se desvanece y muestra su verdadera cara: el profundo desprecio sobre el pueblo trabajador y la reproducción del machismo y la opresión sobre las mujeres y las diversidades como política de Estado.