Con esta afirmación, el presidente Alberto Fernández puso de manifiesto la connivencia entre el gobierno y la dirigencia cegetista traidora. Acto seguido, para recompensar esa tranquilidad con la que dice contar, les liberó 7.000 millones de pesos para las obras sociales y prometió 4.000 millones más hasta fin de este año. Entre bueyes no hay cornada.
Se pone de manifiesto una vez más el papel retrógrado y antiobrero del sindicalismo argentino. Un sindicalismo que ya desde hace décadas hasta se despojó de prácticas que consistían en “pegar para negociar” y así sacar una tajada más que le garantizara su papel de garante del sistema.
Hoy ya ni siquiera eso es necesario atento al nivel de integración política y económica que el aparato sindical tiene con el poder de los monopolios y sus gobiernos.
Una integración que se manifiesta en lo cotidiano cuando las estructuras sindicales juegan el papel de contención política, ideológica y hasta persecutoria en los centros de trabajo para impedir la organización obrera con independencia de clase.
Que toda la vida esto ha sido así, es verdad.
Pero el rasgo distintivo de esta etapa histórica es que, consolidado el Capitalismo Monopolista de Estado en la Argentina, toda la superestructura política, económica y social, y ello incluye a la CGT y a todo el aparato sindical argentino, han pasado de ser aliados del Estado monopolista a ser parte del mismo, más allá de si más o menos dirigentes sindicales son funcionarios públicos.
En el esquema de poder de los monopolios en la Argentina los sindicatos ya no dependen de la cuota social de sus afiliados sino de los negocios que, con ese dinero recaudado, más las prebendas estatales, se realizan en el marco de la economía dominada por los monopolios.
Empresas de medicina privada, empresas proveedoras de insumos y materias primas para las ramas productivas en las que están vinculados, empresas de servicios, participaciones accionarias varias para reproducir ese capital acumulado, etc. son ahora la manifestación del poder económico del sindicalismo que está atado a los intereses directos de la burguesía monopolista en el poder.
Este cambio cualitativo en el papel sindical concluye en el papel de sus dirigentes y de todas sus estructuras.
De allí que los cambios de nombres en las conducciones significan solamente eso: cambiar los protagonistas, pero para que sigan jugando el mismo papel.
Al mismo tiempo, y como parte integrante de la dominación burguesa, la dirigencia sindical en todos los planos no sólo reproduce el concepto de representatividad de la democracia burguesa en el seno de la clase obrera, sino también (en alianza con los monopolios y los gobiernos) encorseta la lucha en la legalidad del sistema, legalidad que por supuesto está pensada y hecha a la medida de los intereses de la burguesía y no del proletariado.
La intervención política con independencia de clase por parte del proletariado no será nunca posible si primero no se entiende esta situación y se pone como objetivo sacarse de encima este yugo, que es parte de la explotación y el sometimiento cotidianos.
Pero para ello no se pueden utilizar las armas del enemigo; debemos ir a ese enfrentamiento con nuestras propias armas: la de la democracia obrera, la organización desde abajo, la de la práctica de las asambleas por sector, la elección desde cada sección de compañeras y compañeros que sean la voz genuina de las bases.
Construir el poder de la clase obrera para presentar una lucha que es fuerza contra fuerza en el terreno de la movilización y la organización masivas (y no en el terreno de la lucha por quedarse con el aparato sindical) con el objetivo de conquistar los derechos políticos de nuestra clase y avanzar en la construcción de organizaciones que materialicen el poder de la clase de vanguardia con un proyecto político propio, nacido al calor de esas luchas.
Muchas compañeras y compañeros que con honestidad se proponen cambiar “desde adentro” las estructuras caen en ese error por considerar que dichas estructuras pueden modificarse desde las reglas de juego del sistema.
O más aun, que es necesario modificarlas. Y de lo que se trata en realidad es de modificar la base de construcción de las organizaciones obreras, con las formas y metodologías antes mencionadas, que permitan a la clase romper el muro de contención de los sindicatos que son parte integrante del enemigo a combatir.
En definitiva, se trata de retomar la tradición de lucha y organización obreras para lo cual es necesario que los revolucionarios despleguemos una lucha política, ideológica y orgánica con las vanguardias que están surgiendo para, desde allí, avanzar en la comprensión y en la materialización del objetivo político que es que la clase obrera irrumpa en la escena política desde sus propios intereses y con sus propias herramientas.